La sociedad contemporánea se conforma desde finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX como una nueva realidad política, social y económica que va a sustituir al Antiguo Régimen, una realidad compleja que se cimentará sobre los principios ideológicos del liberalismo y el nacionalismo. Íntimamente ligadas, ambas ideologías siguen hoy articulando a nivel político la Europa actual. En dos entradas de este blog analizaremos en toda su complejidad el desarrollo y expansión de la ideología nacionalista en el siglo XIX. Por un lado, en esta entrada profundizaremos en las bases del nacionalismo decimonónico, definiendo el concepto de nacionalismo y analizando sus tipos. Por otro lado, en la siguiente entrada ("El nacionalismo del siglo XIX (II): los movimientos nacionalistas y el surgimientos de nuevos estados en Europa"), abordaremos las sucesivas oleadas revolucionarias de la Europa del siglo XIX y el desarrollo en ellas de los movimientos nacionalistas, así como la aparición de nuevos estados, desde el nacimiento de Grecia o Bélgica a principios de siglo y las posteriores unificaciones alemanas e italianas, a la aparición de los estados balcánicos al final de la centuria.
Las bases del nacionalismo del siglo XIX
El canciller austriaco Klemens von Metternich Fuente: Wikipedia |
Es en este contexto en el que se extienden los movimientos nacionalistas desde principios del siglo XIX, influidos por una triple realidad:
- Las ideas liberales, inspiradas por la revolución francesa, habían calado con fuerza y otorgaban a la nación la soberanía. Eran muchos los que ya no se consideraban súbditos de reyes, sino ciudadanos libres e iguales, miembros de una nación, de un pueblo, de un colectivo que tiene el derecho a disponer de sí mismo.
- Las tropas napoleónicas permitieron la propagación de muchas de las ideas del liberalismo, pero a la vez produjeron una fuerte reacción nacionalista frente al invasor francés. Muchos eran los que habían luchado contra la ocupación francesa durante la época de Napoleón y habían tomado conciencia de su propia identidad, surgiendo un sentimiento nacional de rechazo a la presencia extranjera en su territorio. Así fue en el caso paradigmático de los estados alemanes, pero también en el de la propia España, no en vano se considera la resistencia popular a las fuerzas ocupantes en la Guerra de Independencia como el germen del sentimiento de pertenencia a la nación española.
Por otro lado, tras la instauración de la Restauración, las aspiraciones de los pueblos que habían luchado contra la ocupación de Napoleón son desoídas y sofocadas, los viejos reinos e imperios se consolidan a costa de muchos pueblos, que aspirando a conformar un nuevo estado, se ven ahora sometidos a imperios que no reconocen su identidad y su personalidad propia. Es así como los belgas quedan bajo el dominio de los Países Bajos, los noruegos bajo el reinado de Suecia o los polacos son repartidos entre Rusia, Austria y Prusia.
- A ello habría que añadir la extensión en la época del Romanticismo como movimiento cultural y artístico que exaltaba la rebeldía, la libertad, los sentimientos y las pasiones, que remarcaba lo diferente frente a lo común, aspectos todos ellos que le vinculaban al nacionalismo. Los románticos vuelven hacia la tradición en busca de la identidad y el espíritu de la nación: el folklore, las viejas costumbres, la épica, las antiguas leyendas medievales, la preocupación por el pasado históricos.
Los tres movimientos irán de la mano a lo largo de los procesos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848, y por supuesto, en el surgimiento a partir de la década de 1860 de dos nuevos grandes estados, Italia y Alemania, que suponen el colofón al triunfo de las ideas nacionalistas en la Europa del XIX.
- En el Antiguo Régimen existían estados/reinos o imperios, articulados en torno a un monarca absoluto. El estado estaba ligado a la monarquía, de forma que pertenecían a un mismo país todos aquellos que eran súbditos de un mismo monarca absoluto, con independencia de que fueran gentes de cultura, costumbres y tradiciones diferentes. Esto permitía, por un lado, que pueblos culturalmente afines, como los alemanes, estuvieran divididos en multitud de reinos diferentes con distintos monarcas. Por otro lado, imperios como el de Austro-Hungría incluía bajo sí pueblos tan diferentes como los austriacos, los húngaros, los serbios, los rumanos o los polacos, unidos bajo un mismo rey, que era lo único que tenían en común.
- Frente a ello los nacionalistas defienden un nuevo concepto, el de estado/nación. La nación es la base del estado y toda nación debería tener uno. Y ¿qué es la nación? La nación es una comunidad de individuos con unos rasgos comunes: una cultura, una lengua, una raza, una religión, unas tradiciones, un derecho, unas instituciones, etc. Estos rasgos y elementos culturales son una herencia, se forjan a lo largo de la historia, de ahí el peso que para los nacionalistas tienen los lazos históricos. Todos estos rasgos comunes daban a los hombres que los compartían una "conciencia nacional" (conciencia de pertenecer a una misma nación, junto a otros hombres con una cultura similar), que les llevaba al deseo y la voluntad de vivir en común dentro de un mismo estado, con unas mismas fronteras. Un ejemplo paradigmático sería el nacionalismo alemán que pretendía unir a todos los estados de cultura y lengua alemana en único estado, lo que finalmente consiguió con el proceso de unificación terminado en 1870, aunque quedó al margen Austria.
Después de lo dicho, parece evidente que el nacionalismo busca estados mucho más homogéneos a nivel jurídico, lingüístico, cultural o religioso, que los existentes en el Antiguo Régimen europeo. Tal proceso de uniformización y homogeneización es el que protagonizan aquellos pueblos que pretenden escindirse de un estado superior mucho más diverso para crear un estado más monolítico, pero es también el que emprenden en el siglo XIX aquellos estados que quieren configurarse como un estado-nación, aún conteniendo en su interior una gran diversidad cultural, ese es el caso de Francia o de España (el segundo con evidente menor éxito), estados que utilizarán todos los medios del estado, la administración o el sistema educativo en este sentido.
Por lo general, los movimientos nacionalistas del siglo XIX pasan por dos fases. Por un lado, inicialmente se desarrolla un nacionalismo cultural que trata de reivindicar la cultura propia, que pretende desarrollarla y reivindicarla: intelectuales nacionalistas escriben en su lengua vernácula, ponen en marcha estudios históricos o filológicos, se potencian las costumbres, las tradiciones, el folklore local. Paralelamente, o a posterior, se va desarrollando un nacionalismo político, cuando la intelectualidad nacionalista percibe que la mejor manera de preservar o desarrollar la personalidad propia es a través de la creación de un estado propio, con sus propias instituciones. Se desarrollan así las aspiraciones nacionalistas a través de organizaciones políticas, optando en ocasiones por procesos revolucionarios que desembocan en la independencia. Así ocurrió en Alemania o Italia en la década de 1830, cuando surgen sociedades secretas nacionalistas como la Joven Italia o la Joven Alemania. En el caso de España, tras el desarrollo de movimientos culturales de recuperación de la lengua y la cultura propia, como el caso de la Renaixensa catalana, surgieron a finales del siglo XIX los primeros partidos políticos de corte nacionalista como la Unió Catalanista o el Partido Nacionalista Vasco.
A la hora de definir nacionalismo, son muchos los que ponen el énfasis en las diferencias entre nacionalismo y patriotismo. No faltan los que, incluso, defienden el carácter antagónico de ambos términos. En el mundo académico, el patriotismo suele definirse como el sentimiento de pertenencia a un estado a través de sus instituciones, a partir del sistema de gobierno existente, de los principios vitales y valores compartidos. En este sentido, el patriotismo tendría un sentido cívico e integrador, no rechazaría la pluralidad y la diversidad, que considera enriquecedora. Este concepto encajaría perfectamente con los sentimientos de pertenencia a estados plurinacionales o plurilingüísticos clásicos como Bélgica, Suiza o Canadá o estados nacidos de la unión de múltiples entidades políticas, como el caso de Estados Unidos de América. Para muchos sectores académicos, los sentimientos de pertenencia a Francia o España tendrían este mismo perfil.
Por el contrario, el nacionalismo es la lealtad al grupo étnico, aquel que posee una lengua o cultura diferenciada, elementos claves a la hora de construir una nación. En este sentido, el nacionalismo tiene un objetivo que es la construcción nacional, y tiene enemigos, aquellos que se oponen a ella. Un ejemplo serían buena parte de los estados surgidos en el siglo XIX, como Alemania o Italia, y por supuesto los nacionalismos centrífugos de la España actual, con el caso vasco o catalán como paradigmas.
A esta acepción de nacionalismo, algunos añaden un claro matiz peyorativo. En este sentido, el nacionalismo excluiría al diferente: "mientras el patriotismo une, el nacionalismo desune". En consonancia con tal valoración, el nacionalista sería un supremacista y se consideraría no solo diferente, sino superior, su intolerancia le haría proclive al uso de la violencia. Según esta postura, y en contraposición, el patriotismo sería tolerante e integrador.
El autor de este artículo no comparte esta visión, premeditadamente ingenua, que tanto circula por muchas webs. Aún existiendo el patriotismo, muchas, demasiadas veces, esconde un nacionalismo encubierto. Así ha sido en el caso de Francia o España a lo largo de la historia contemporánea. El estado centralista francés no solo se cimentó en el siglo XIX en un patriotismo cívico, sino que inició un claro proceso de homogeneización cultural a través de todos los medios que tuvo a su alcance en un sentido claramente nacionalista. Si hoy el nacionalismo francés tiene forma de patriotismo es porque tiene colmada sus aspiraciones nacionales. En el caso de España, la situación fue parecida, aunque la debilidad del estado liberal español le incapacitó para llevar a cabo su labor como hubiera querido, fracasando parcialmente en su intento de crear una nación uniforme. No pudo homogeneizar lo suficiente, ni pudo destruir la diversidad, y cuando lo hizo, recurrió con demasiada frecuencia al autoritarismo. Concebir al liberalismo español del siglo XIX como patriota y no nacionalista, es tergiversar la realidad. La línea de separación entre ambos conceptos es muy delgada: si el nacionalismo catalán no tuviera una vertiente patriota, no daría derechos de autodeterminación y protegería la diversidad cultural de su propio territorio, como lo demuestra en su actitud respecto al caso del valle de Arán.
En realidad, el patriotismo suele ser la versión nacionalista más moderada de aquellos estados diversos que ya existen y por tanto tienen colmadas sus aspiraciones nacionales (sus fronteras no se cuestionan internacionalmente y tienen base histórica, su lengua predominante es fuerte, su cultura apenas sufre con la globalización actual) pero en los que pervive una mayor o menor diversidad. Tanto en España como en Francia abundan los patriotas, pero existen también muchos nacionalistas españoles o franceses que se encubren en el patriotismo para no mostrar sus similitudes con los nacionalismos centrífugos que combaten y desprecian. El patriotismo que sacraliza las fronteras, al que le "duele" la diversidad, aunque la tolere con mayor o menor dificultad, que no asume la evidente plurinacionalidad cultural de España, que la concibe como una nación no solo en el sentido político o cívico, sino cultural y lingüístico, que no termina de asimilar como una normalidad la existencia de españoles cuya lengua materna no es el castellano; ese patriotismo reproduce los mismos "vicios" del nacionalismo, sencillamente porque es nacionalismo. En otras palabras, cuando fusionas estado con nación y concibes la nación a partir de unas fronteras inalterables, una cultura concreta y una lengua común, ya eres un nacionalista, aunque además otorgues un valor enorme al componente cívico y los valores compartidos. El nacionalismo centrípeto no es solo el que fusiona diversos estados para crear un estado nación superior, es también el que se parapeta en las instituciones y los supuestos valores comunes para defender a capa y espada las fronteras nacionales existentes.
- Nacionalismo orgánico: es el nacionalismo desarrollado especialmente en Alemania por intelectuales como Herder o Fichte, que pone el énfasis en la existencia de unos valores culturales comunes en la base de una nación, que la definen como tal y la diferencian de las demás naciones. La nación sería un organismo vivo con unas características hereditarias que la definen (lengua, tradiciones, cultura, territorio) y que se han ido conformando a lo largo del proceso histórico. En este sentido, la nación es una realidad objetiva, que no depende de la voluntad o el deseo de los individuos que la componen. Las personas no deciden su pertenencia a la nación, simplemente forman parte de ella. En este sentido, Herder desarrolla el concepto de "Volkgeist" ("espíritu del pueblo"). Cada pueblo tiene su espíritu nacional propio, una forma de ser que lo diferencia de otras naciones, por lo que debe vivir separado, cada uno en su propio estado, preservando sus propias costumbres y cultura.
- Nacionalismo liberal: lo desarrollan intelectuales como el italiano Giuseppe Mazzini, que hacen hincapié no tanto en la existencia de una cultura propia, sino en la voluntad de los pueblos de vivir en común, debido a la existencia de una conciencia nacional. El individuo es el que decide de forma subjetiva formar parte de una nación, de ahí que el deseo y la voluntad de los individuos sea determinante: un colectivo se convierte en nación por libre elección. Se desarrolló en el sur de Europa, en Italia o Francia, influido por las ideas de la ilustración y el liberalismo.
- Nacionalismo centrípeto o integrador: se unen diversos estados pequeños hasta formar un estado-nación superior, al compartir todos ellos una misma cultura y lengua. Su objetivo es integrar y unir. Un ejemplo son las unificaciones de Italia y Alemania. En este tipo de nacionalismo se incluirían también algunos de los estados del Antiguo Régimen que como España o Francia, tratan en el siglo XIX de convertirse en estados-nación, intentando forjar una identidad a través de un esfuerzo de nacionalización de sus habitantes a través de la educación, las tradiciones, las leyes.
- Nacionalismo centrífugo o disgregador: determinados territorios pretenden independizarse de estados superiores, al reconocerse a sí mismo como naciones. Su objetivo es separar o disgregar. Por ejemplo los irlandeses respecto a Gran Bretaña, los catalanes y vascos respecto a España, los griegos respecto al imperio turco, los húngaros o checos respecto al Imperio austrohúngaro o los polacos frente al Imperio ruso.
Al contrario de lo que con frecuencia se expone, ninguno de los dos tipos de nacionalismo es en esencia negativo o positivo. Es cierto que el concepto de "integrar" tiene una connotación en principio mucho más positiva, pero con frecuencia a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, la integración solía ir ligada a la uniformización, a la destrucción de la diversidad, lo que le conferiría un claro matiz negativo. Por el contrario, "separar" o "disgregar" suele tener connotaciones negativas en nuestro pensamiento, sin embargo, la separación puede implicar la libertad del que se separa, cuando su singularidad no es respetada, en ese sentido, la separación puede ser la mejor manera de preservar la diversidad. Con frecuencia, el nacionalismo disgregador ha servido para salvaguardar la diversidad, al permitir la preservación de culturas minoritarias que a duras penas sobrevivían en el contexto de marcos estatales y nacionales superiores, culturas que de otra manera se hubieran visto abocadas a la desaparición. Un ejemplo paradigmático al respecto lo tendríamos en el nacionalismo vasco y la defensa de la cultura y la lengua euskaldún. A finales del XIX nacía el nacionalismo vasco con una ideología racista y excluyente, sin embargo, su nacimiento fue clave en la supervivencia de una cultura rural y arcaica, que de otro modo hubiera desaparecido con el desarrollo industrial, el centralismo cultural y político del liberalismo español y la expansión y generalización del castellano en la cultura y la educación.
En este sentido, aunque con frecuencia el nacionalismo centrífugo ha conducido al desprecio del diferente, en busca de la reafirmación propia, también lo ha hecho el nacionalismo centrípeto con su afán homogeneizador. No hay, pues, nacionalismos buenos y malos. Como casi siempre, el maniqueísmo interesado solo nos conduce al error y la confusión. El nacionalismo es una realidad política y cultura compleja que tiene aspectos negativos y positivos, algo que comparten los distintos tipos de nacionalismos por igual.
Por otro lado, tras la instauración de la Restauración, las aspiraciones de los pueblos que habían luchado contra la ocupación de Napoleón son desoídas y sofocadas, los viejos reinos e imperios se consolidan a costa de muchos pueblos, que aspirando a conformar un nuevo estado, se ven ahora sometidos a imperios que no reconocen su identidad y su personalidad propia. Es así como los belgas quedan bajo el dominio de los Países Bajos, los noruegos bajo el reinado de Suecia o los polacos son repartidos entre Rusia, Austria y Prusia.
Fuente: I.C.L. Vicens Vives. |
- A ello habría que añadir la extensión en la época del Romanticismo como movimiento cultural y artístico que exaltaba la rebeldía, la libertad, los sentimientos y las pasiones, que remarcaba lo diferente frente a lo común, aspectos todos ellos que le vinculaban al nacionalismo. Los románticos vuelven hacia la tradición en busca de la identidad y el espíritu de la nación: el folklore, las viejas costumbres, la épica, las antiguas leyendas medievales, la preocupación por el pasado históricos.
El pintor romántico Eugène Delacroix pintó en 1830 la obra "La libertad guiando al pueblo" en la que refleja la revolución liberal francesa de 1830. Fuente: Wikipedia. |
La ideología nacionalista: concepto de nacionalismo
- En el Antiguo Régimen existían estados/reinos o imperios, articulados en torno a un monarca absoluto. El estado estaba ligado a la monarquía, de forma que pertenecían a un mismo país todos aquellos que eran súbditos de un mismo monarca absoluto, con independencia de que fueran gentes de cultura, costumbres y tradiciones diferentes. Esto permitía, por un lado, que pueblos culturalmente afines, como los alemanes, estuvieran divididos en multitud de reinos diferentes con distintos monarcas. Por otro lado, imperios como el de Austro-Hungría incluía bajo sí pueblos tan diferentes como los austriacos, los húngaros, los serbios, los rumanos o los polacos, unidos bajo un mismo rey, que era lo único que tenían en común.
El Imperio austrohúngaro ejemplifica a la perfección los estados pluriétnicos del Antiguo Régimen. Fuente: elaboración propia. |
- Frente a ello los nacionalistas defienden un nuevo concepto, el de estado/nación. La nación es la base del estado y toda nación debería tener uno. Y ¿qué es la nación? La nación es una comunidad de individuos con unos rasgos comunes: una cultura, una lengua, una raza, una religión, unas tradiciones, un derecho, unas instituciones, etc. Estos rasgos y elementos culturales son una herencia, se forjan a lo largo de la historia, de ahí el peso que para los nacionalistas tienen los lazos históricos. Todos estos rasgos comunes daban a los hombres que los compartían una "conciencia nacional" (conciencia de pertenecer a una misma nación, junto a otros hombres con una cultura similar), que les llevaba al deseo y la voluntad de vivir en común dentro de un mismo estado, con unas mismas fronteras. Un ejemplo paradigmático sería el nacionalismo alemán que pretendía unir a todos los estados de cultura y lengua alemana en único estado, lo que finalmente consiguió con el proceso de unificación terminado en 1870, aunque quedó al margen Austria.
La Alemania unificada del siglo XIX es un ejemplo paradigmático de estado-nación. Fuente: elaboración propia. |
Después de lo dicho, parece evidente que el nacionalismo busca estados mucho más homogéneos a nivel jurídico, lingüístico, cultural o religioso, que los existentes en el Antiguo Régimen europeo. Tal proceso de uniformización y homogeneización es el que protagonizan aquellos pueblos que pretenden escindirse de un estado superior mucho más diverso para crear un estado más monolítico, pero es también el que emprenden en el siglo XIX aquellos estados que quieren configurarse como un estado-nación, aún conteniendo en su interior una gran diversidad cultural, ese es el caso de Francia o de España (el segundo con evidente menor éxito), estados que utilizarán todos los medios del estado, la administración o el sistema educativo en este sentido.
Por lo general, los movimientos nacionalistas del siglo XIX pasan por dos fases. Por un lado, inicialmente se desarrolla un nacionalismo cultural que trata de reivindicar la cultura propia, que pretende desarrollarla y reivindicarla: intelectuales nacionalistas escriben en su lengua vernácula, ponen en marcha estudios históricos o filológicos, se potencian las costumbres, las tradiciones, el folklore local. Paralelamente, o a posterior, se va desarrollando un nacionalismo político, cuando la intelectualidad nacionalista percibe que la mejor manera de preservar o desarrollar la personalidad propia es a través de la creación de un estado propio, con sus propias instituciones. Se desarrollan así las aspiraciones nacionalistas a través de organizaciones políticas, optando en ocasiones por procesos revolucionarios que desembocan en la independencia. Así ocurrió en Alemania o Italia en la década de 1830, cuando surgen sociedades secretas nacionalistas como la Joven Italia o la Joven Alemania. En el caso de España, tras el desarrollo de movimientos culturales de recuperación de la lengua y la cultura propia, como el caso de la Renaixensa catalana, surgieron a finales del siglo XIX los primeros partidos políticos de corte nacionalista como la Unió Catalanista o el Partido Nacionalista Vasco.
Diferencias entre patriotismo y nacionalismo
A la hora de definir nacionalismo, son muchos los que ponen el énfasis en las diferencias entre nacionalismo y patriotismo. No faltan los que, incluso, defienden el carácter antagónico de ambos términos. En el mundo académico, el patriotismo suele definirse como el sentimiento de pertenencia a un estado a través de sus instituciones, a partir del sistema de gobierno existente, de los principios vitales y valores compartidos. En este sentido, el patriotismo tendría un sentido cívico e integrador, no rechazaría la pluralidad y la diversidad, que considera enriquecedora. Este concepto encajaría perfectamente con los sentimientos de pertenencia a estados plurinacionales o plurilingüísticos clásicos como Bélgica, Suiza o Canadá o estados nacidos de la unión de múltiples entidades políticas, como el caso de Estados Unidos de América. Para muchos sectores académicos, los sentimientos de pertenencia a Francia o España tendrían este mismo perfil.
Por el contrario, el nacionalismo es la lealtad al grupo étnico, aquel que posee una lengua o cultura diferenciada, elementos claves a la hora de construir una nación. En este sentido, el nacionalismo tiene un objetivo que es la construcción nacional, y tiene enemigos, aquellos que se oponen a ella. Un ejemplo serían buena parte de los estados surgidos en el siglo XIX, como Alemania o Italia, y por supuesto los nacionalismos centrífugos de la España actual, con el caso vasco o catalán como paradigmas.
A esta acepción de nacionalismo, algunos añaden un claro matiz peyorativo. En este sentido, el nacionalismo excluiría al diferente: "mientras el patriotismo une, el nacionalismo desune". En consonancia con tal valoración, el nacionalista sería un supremacista y se consideraría no solo diferente, sino superior, su intolerancia le haría proclive al uso de la violencia. Según esta postura, y en contraposición, el patriotismo sería tolerante e integrador.
Qué difícil es diferenciar en esta imagen al patriota del nacionalista. Fuente: blogs.público.es |
El autor de este artículo no comparte esta visión, premeditadamente ingenua, que tanto circula por muchas webs. Aún existiendo el patriotismo, muchas, demasiadas veces, esconde un nacionalismo encubierto. Así ha sido en el caso de Francia o España a lo largo de la historia contemporánea. El estado centralista francés no solo se cimentó en el siglo XIX en un patriotismo cívico, sino que inició un claro proceso de homogeneización cultural a través de todos los medios que tuvo a su alcance en un sentido claramente nacionalista. Si hoy el nacionalismo francés tiene forma de patriotismo es porque tiene colmada sus aspiraciones nacionales. En el caso de España, la situación fue parecida, aunque la debilidad del estado liberal español le incapacitó para llevar a cabo su labor como hubiera querido, fracasando parcialmente en su intento de crear una nación uniforme. No pudo homogeneizar lo suficiente, ni pudo destruir la diversidad, y cuando lo hizo, recurrió con demasiada frecuencia al autoritarismo. Concebir al liberalismo español del siglo XIX como patriota y no nacionalista, es tergiversar la realidad. La línea de separación entre ambos conceptos es muy delgada: si el nacionalismo catalán no tuviera una vertiente patriota, no daría derechos de autodeterminación y protegería la diversidad cultural de su propio territorio, como lo demuestra en su actitud respecto al caso del valle de Arán.
En realidad, el patriotismo suele ser la versión nacionalista más moderada de aquellos estados diversos que ya existen y por tanto tienen colmadas sus aspiraciones nacionales (sus fronteras no se cuestionan internacionalmente y tienen base histórica, su lengua predominante es fuerte, su cultura apenas sufre con la globalización actual) pero en los que pervive una mayor o menor diversidad. Tanto en España como en Francia abundan los patriotas, pero existen también muchos nacionalistas españoles o franceses que se encubren en el patriotismo para no mostrar sus similitudes con los nacionalismos centrífugos que combaten y desprecian. El patriotismo que sacraliza las fronteras, al que le "duele" la diversidad, aunque la tolere con mayor o menor dificultad, que no asume la evidente plurinacionalidad cultural de España, que la concibe como una nación no solo en el sentido político o cívico, sino cultural y lingüístico, que no termina de asimilar como una normalidad la existencia de españoles cuya lengua materna no es el castellano; ese patriotismo reproduce los mismos "vicios" del nacionalismo, sencillamente porque es nacionalismo. En otras palabras, cuando fusionas estado con nación y concibes la nación a partir de unas fronteras inalterables, una cultura concreta y una lengua común, ya eres un nacionalista, aunque además otorgues un valor enorme al componente cívico y los valores compartidos. El nacionalismo centrípeto no es solo el que fusiona diversos estados para crear un estado nación superior, es también el que se parapeta en las instituciones y los supuestos valores comunes para defender a capa y espada las fronteras nacionales existentes.
Como bien denuncia "El Roto" en sus viñetas, el nacionalismo tiene una enorme necesidad de símbolos y banderas. |
Nacionalismo orgánico y nacionalismo liberal
Johann Gottfried Herder Retrato de F.A. Tischbein (1796). Fuente: Flickr.com |
- Nacionalismo liberal: lo desarrollan intelectuales como el italiano Giuseppe Mazzini, que hacen hincapié no tanto en la existencia de una cultura propia, sino en la voluntad de los pueblos de vivir en común, debido a la existencia de una conciencia nacional. El individuo es el que decide de forma subjetiva formar parte de una nación, de ahí que el deseo y la voluntad de los individuos sea determinante: un colectivo se convierte en nación por libre elección. Se desarrolló en el sur de Europa, en Italia o Francia, influido por las ideas de la ilustración y el liberalismo.
Nacionalismo centrípeto y nacionalismo centrífugo
- Nacionalismo centrípeto o integrador: se unen diversos estados pequeños hasta formar un estado-nación superior, al compartir todos ellos una misma cultura y lengua. Su objetivo es integrar y unir. Un ejemplo son las unificaciones de Italia y Alemania. En este tipo de nacionalismo se incluirían también algunos de los estados del Antiguo Régimen que como España o Francia, tratan en el siglo XIX de convertirse en estados-nación, intentando forjar una identidad a través de un esfuerzo de nacionalización de sus habitantes a través de la educación, las tradiciones, las leyes.
- Nacionalismo centrífugo o disgregador: determinados territorios pretenden independizarse de estados superiores, al reconocerse a sí mismo como naciones. Su objetivo es separar o disgregar. Por ejemplo los irlandeses respecto a Gran Bretaña, los catalanes y vascos respecto a España, los griegos respecto al imperio turco, los húngaros o checos respecto al Imperio austrohúngaro o los polacos frente al Imperio ruso.
Fuente: elaboración propia |
Al contrario de lo que con frecuencia se expone, ninguno de los dos tipos de nacionalismo es en esencia negativo o positivo. Es cierto que el concepto de "integrar" tiene una connotación en principio mucho más positiva, pero con frecuencia a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, la integración solía ir ligada a la uniformización, a la destrucción de la diversidad, lo que le conferiría un claro matiz negativo. Por el contrario, "separar" o "disgregar" suele tener connotaciones negativas en nuestro pensamiento, sin embargo, la separación puede implicar la libertad del que se separa, cuando su singularidad no es respetada, en ese sentido, la separación puede ser la mejor manera de preservar la diversidad. Con frecuencia, el nacionalismo disgregador ha servido para salvaguardar la diversidad, al permitir la preservación de culturas minoritarias que a duras penas sobrevivían en el contexto de marcos estatales y nacionales superiores, culturas que de otra manera se hubieran visto abocadas a la desaparición. Un ejemplo paradigmático al respecto lo tendríamos en el nacionalismo vasco y la defensa de la cultura y la lengua euskaldún. A finales del XIX nacía el nacionalismo vasco con una ideología racista y excluyente, sin embargo, su nacimiento fue clave en la supervivencia de una cultura rural y arcaica, que de otro modo hubiera desaparecido con el desarrollo industrial, el centralismo cultural y político del liberalismo español y la expansión y generalización del castellano en la cultura y la educación.
En este sentido, aunque con frecuencia el nacionalismo centrífugo ha conducido al desprecio del diferente, en busca de la reafirmación propia, también lo ha hecho el nacionalismo centrípeto con su afán homogeneizador. No hay, pues, nacionalismos buenos y malos. Como casi siempre, el maniqueísmo interesado solo nos conduce al error y la confusión. El nacionalismo es una realidad política y cultura compleja que tiene aspectos negativos y positivos, algo que comparten los distintos tipos de nacionalismos por igual.