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lunes, 31 de mayo de 2021

"El tesoro de Briesca". Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (V)

Los mismos cuadros que durante la guerra civil fueron trasladados al Banco de España en Madrid, han vuelto temporalmente a la capital (octubre 2020 - febrero 2021), en este caso al Museo del Prado. La anunciación, La natividad, La Virgen de la Caridad, La coronación de la virgen y San Ildefonso son expuestos en la sala 9B con el montaje "EL Greco en Illescas". Fuente: masdearte.com
Con El tesoro de Briesca, Chaves Nogales nos conduce hasta el frente de Toledo, al que volverá en sucesivas ocasiones en relatos posteriores como Los guerreros marroquíes o Bigornia, para plantearnos la lucha dramática del gobierno republicano por mantener los tesoros artísticos de este país a salvo, en medio de la ignorancia de los milicianos, los excesos revolucionarios, los desastres de la guerra y la destrucción de las bombas. En una carrera desaforada en dirección a Madrid, las columnas rebeldes que habían tomado Extremadura se abalanzan sobre la provincia de Toledo, donde el autor nos muestra la descomposición de un "ejército" formado por milicias incompetentes y desorganizadas que huyen ante cualquier contratiempo. En medio de una auténtica desbandada, Arnal, un pintor al servicio de la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico Nacional, creada por el gobierno de la República para proteger el patrimonio cultural, llega al pueblo de Briesca, pueblo que no existe en realidad y que, como ya veremos, posiblemente sea la localidad toledana de Illescas. A pesar de la oposición del comité revolucionario local, Arnal consigue que los tesoros artísticos más importantes, incluidos dos cuadros de El Greco, fueran guardados en un lugar secreto que solo él y los dos milicianos que le ayudaban debían conocer. Se suceden entonces escenas dramáticas de descomposición en las fuerzas republicanas, con ambulancias atestadas de heridos, milicianos desertores que se enfrentan y matan a su oficial, "autos de fe" en los que se quemaban objetos religiosos en medio de la ignorancia y el fanatismo, columnas de fugitivos huyendo hacia Madrid. Cuando el protagonista consigue llegar a la capital, el autor nos hace una radiografía del ambiente asfixiante de la capital, marcado por la revolución en ciernes de la retaguardia y el desastre que las milicias protagonizaban en el frente. En medio de ese caos, desesperanzado por la destrucción de joyas arquitectónicas como el palacio de Liria, a Arnal "cada día le parecía más absurda y sin sentido su tarea. Correr de un lado a otro afanosamente para salvar una tela pintada, una piedra esculpida o un cristal tallado a través de aquella vorágine de la guerra y la revolución se le antojaba insensato. ¿Para qué? Se incorporó entonces al frente como comisario político, donde asistió impotente a la desbandada habitual de los milicianos". Con el frente ya en los arrabales de Madrid, el protagonista quisó dar una lección de valentía y murió como un héroe. Su último recuerdo fue para el secreto del tesoro de Briesca, que moría con él.
Los vicios y virtudes del autor vuelven a mostrarse descarnadamente en este relato. Por un lado, resultan evidentes las debilidades narrativas de Chaves y la falta de profundidad de los personajes, por otro lado, a nivel histórico es relevante la libre reconstrucción que de los hechos concretos hace el autor, lo que los aleja de lo realmente acontecido. Por el contrario, y aunque resulte una aparente contradicción, el relato tiene una enorme fuerza testimonial y nos presenta la situación del frente y la retaguardia republicana con una clarividencia y mordacidad, cuanto menos, sorprendente. El mejor Chaves aparece en aquellos momentos en que renuncia a su habitual narración simplista de los hechos, para centrarse en la descripción del contexto y el drama de la guerra. Una abrumadora mezcla de excepticismo y pesadumbre envuelve el análisis que el autor hace de la forma en que los milicianos se enfrentan al combate. Una y otra vez, y de forma trágica, se suceden desbandadas y deserciones, en medio de una marcada indisciplina. Chaves no se calla nada: "El pueblo no sabía hacer la guerra: los mejores se hacía matar estérilmente; los demás tiraban los fusiles y huían por Andalucía y Extremadura, primero, por toda Castilla la Nueva después; se repetía el patético espectáculo de la voluntad impotente de un pueblo que se lanzaba a la lucha armada en campo abierto sin disciplina y sin jefes; es decir, condenado de antemano al fracaso". Quizás el momento más dramático del cuento es el enfrentamiento entre el comandante militar del sector y un grupo de desertores en la plaza de Briesca, Illescas en la realidad. El hecho se produjo realmente, pero en otro momento y en otro lugar, aunque próximo: durante la batalla de Seseña, en octubre de 1936, se desencadenó en las cercanías de Parla una situación dramática muy similar a la narrada, cuando el coronel Ildefonso Puigdengolas se enfrentó con pistola en mano a sus milicianos, que se negaban a avanzar, matando a uno de ellos, mientras el resto lo asesinaba en medio de la indignación general. Al estilo más clásico de Chaves, se recoge un acontecimiento, y aunque sin descontextualizarlo, se ubica en un tiempo y un espacio diferente, tomándose las habituales licencias históricas.
El coronel Puigdendolas junto a un concejal socialista y otros oficiales leales a la República en Alcalá de Henares (1936). F.: Wikipedia.
Sin embargo, el principal eje de la narración es uno de los grandes binomios que rodea a toda guerra: el difícil equilibrio entre la brutalidad de la guerra y la conservación del patrimonio cultural, que se proyecta en el drama de un artista, que al servicio de la República, trata de salvar las obras de arte que puede. Su impotencia ante la ignorancia de los milicianos y las bombas enemigas, convierte su tarea en titánica y al final, desde una perspectiva de absoluto excepticismo, en estéril. De nuevo aparece esa dualidad clásica inherente a la zona republicana que tanto remarca Chaves en la mayoría de los relatos: por un lado, las instituciones del legítimo gobierno republicano, preocupadas por la defensa y conservación del patrimonio, pero con un poder limitado; por otro lado, los milicianos "ignorantes y analfabetos", incapaces de apreciar el patrimonio y la cultura, pero que tenían el poder real en la calle, donde el proceso revolucionario derivó en hogueras iconoclastas y la destrucción de edificios de gran valor histórico y artístico. No hay nada que objetar, a nivel histórico, respecto al elevado coste patrimonial propiciado por la violencia revolucionaria en la zona republicana durante los primeros meses de la guerra. Aunque por lo general sobredimensionada, la pérdida patrimonial fue muy elevada, especialmente en lo que respecta al patrimonio eclesiástico, tanto en áreas urbanas como rurales, donde el anticlericalismo visceral de la clase obrera cristalizó en la quema, saqueo o destrucción de conventos, monasterios e iglesias, a los que se añadieron no pocos palacios de la nobleza, como bien señala el propio Chaves. La ira del pueblo, acumulada durante siglos, se lanzaba así contra los que consideraba símbolos de la opresión y la injusticia que sufrían, contra la riqueza atesorada por los privilegiados, sin tener en cuenta su valor histórico y cultural, inapreciable para unas masas radicalizadas y marcadas por las tasas de analfabetismo más altas de Europa occidental. Ese fue el contexto en el que se produjeron buena parte de los ataques iconoclastas que nos presenta el relato, ejemplificados inmejorablemente en la hoguera que se hace en la plaza de Briesca con muchos de los objetos religiosos requisados, entre cuyos restos Arnal apartó algunos pequeños objetos, en un acto de marcado sentimentalismo. El hecho fue real, aunque con algunas variaciones. En primer lugar y como ya hemos comentado, la Briesca de Chaves no existe y casi con toda seguridad el autor hacia referencia al pueblo toledano de Illescas. Antes de la caída de esta localidad en manos franquistas, sí que hubo una hoguera similar, aunque no en la plaza de  la localidad, sino en lo que ahora es la plaza de Manuel de la Vega, en la que entonces estaba el abrevadero, lavadero y matadero.
Pegada de carteles en la zona republicana llamando a la conservación del patrimonio.
 F.: elconfidencial.com
La República intentó controlar dicha destrucción desde el principio, así como la derivada de los propios combates y bombardeos. Como prueba de ello, está la creación por el gobierno de la que el autor llama la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico, que realmente existió con el nombre inicial de Junta de Protección del Tesoro Artístico, cuando fue creada el 23 de julio de 1936 por Francisco José Barnés, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, cambiando su nombre días después por el de Junta de Incautación y Protección del Patrimonio artístico. Formada por intelectuales y artistas, su intensa labor de rescate salvó en Madrid y sus alrededores más de 18.000 pinturas, 12.000 esculturas y objetos, más de 2.000 tapices, 40 archivos eclesiásticos y particulares y 70 bibliotecas. En otras provincias surgieron también otras juntas, todas las cuales quedaron después sometidas a una estructura piramidal dependiente de una Junta Central del Tesoro Artístico, creada para tal efecto. La función de estas instituciones era requisar o incautar en nombre del estado todas las obras de valor artístico que existían en iglesias y conventos, en museos, colecciones privadas y palacios, y si era necesario trasladarlas para su seguridad y restauración. Fueron los esfuerzos de la Junta Central los que permitieron, por ejemplo, el célebre traslado de los cuadros del Museo del Prado a Valencia. Los cuadros terminaron en Suiza y después volvieron a España, no se perdió ninguno y ninguno de ellos sufrió desperfectos: fue todo un ejemplo del saber hacer de los grupos conservacionistas de la República y del enorme esfuerzo del Estado por salvar el patrimonio.
Salida de Madrid en dirección a Valencia de uno de los primeros camiones con pinturas del Museo del Prado en noviembre 1936. F.: elpais.com (Instituto de Patrimonio Cultural de España).

Embalaje de "La familia de Carlos IV" de Goya para su traslado desde el Museo del Prado hacia Valencia. Fuente: lascajaschinas.net



En Madrid, la mayoría de las obras se acumularon en depósitos como los de la Iglesia de San Francisco el Grande, el Museo Arqueológico Nacional y el Museo del Prado. Los técnicos, al incautar una obra, realizaban un Acta de Incautación con los datos y fotos de la obra, lo que después permitió devolverlas tras la guerra a su lugar de procedencia. Esta labor meticulosa y exhaustiva que caracterizó a los procesos de rescate y conservación emprendidos por el gobierno republicano, contrasta con la forma improvisada y cochambrosa en la que el protagonista del relato esconde el tesoro, que estaría muy alejada de la realidad. El autor, aunque muestre con maestría el contexto general de las cosas, va a desfigurar la realidad de los hechos concretos de manera relevante también en este aspecto. Los hechos históricos nos dicen que en Illescas se presentó un enviado de la Junta de Incautación, un escultor llamado Emiliano Barral, acompañado de milicianos por si había resistencia. En el relato de Chaves, Barral sería el pintor Arnal. La Junta había recibido información a cerca de 5 cuadros de El greco (La anunciación, La natividad, La Virgen de la Caridad, La coronación de la virgen y San Ildefonso) que habían de ser recuperados y puestos a salvo. El pintor los llevó a cabo entre 1600 y 1605 por encargo del Hospital de Misericordia y Beneficiencia de Illescas, el llamado Hospital de Caridad
En la obra de Chaves se hace referencia a solo dos cuadros, no a cinco. Hay que señalar además que, al contrario de lo establecido por el autor, no fueron enterrados en un lugar improvisado a pico y pala, sino que fueron trasladados a los sótanos del Banco de España. Aunque el relato si coincide con la realidad al narrar la tenaz oposición de las autoridades del pueblo a la salida de sus tesoros artísticos de la localidad, no es verdad que el alcalde se saliera del todo con la suya, evitando la salida del tesoro del pueblo. Los acontecimientos fueron diferentes: A cambio del consentimiento del alcalde para el traslado de los cuadros al Banco de España, el gobierno tuvo que ceder y consentir que el alcalde fuera conducido hasta allí junto a los cuadros, donde se le entregó la llave de la caja fuerte en que se depositaron. Caída Illescas y desparecido su alcalde con la llave, la cámara fue forzada y se hallaron los cuadros muy deteriorados por la humedad, siendo sometidos a un exhaustivo trabajo de rehabilitación. Finalmente, tras la guerra, los cuadros volvieron a Illescas sanos y salvos. Sorprende que esta rocambolesca historia, tan atrayente como susceptible de ser contada, fuera obviada por Chaves, es muy posible que la desconociera en sus detalles. 
La Virgen de la Misericordia o de la Caridad de EL Greco. A la derecha, estado de la obra antes de su restauración y tras su recuperación de los sótanos del Banco de España. Fuente: cipripediapuntocom


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La siguiente ficción se refiere al propio Arnal, realmente Emiliano Barral. El autor habla de un pintor al servicio del estado, que frustrado por lo absurdo de su trabajo de protección del patrimonio artístico y la incomprensión de los milicianos, se alista en las milicias como comisario político y muere en combate. Emilio Barral, no era pintor, sino escultor, no se convierte por frustración en miliciano, lo era desde el principio, era un artista marcado por un alto compromiso político, que participa como miliciano en el asalto al Cuartel de la Montaña de Madrid y se puso al frente de las milicias segovianas (él era de Segovia), que defendieron Madrid. Como otros muchos artistas republicanos. participó en la salvación del patrimonio y colaboró con la Junta del Tesoro Artístico. Murió en el frente, como señala Chaves, pero no en combate y de esa manera tan heroica. El coche en el que acompañaba a unos periodista por el frente de Usera fue alcanzado por un obús y las heridas le causaron la muerte en el hospital de sangre del hotel Palace de Madrid. 
Bomberos en el palacio de Liria tras  bombardeo en 1937. Fuente: omnia.ie
Una nueva imprecisión del autor surge cuando éste se refiere al bombardeo y destrucción del célebre Palacio de Liria, propiedad de los duques de Alba, cuyos dueños residían entonces en Londres. En la obra de Chaves, esa fue la causa final del abandono de su lucha por Arnal, impactado por la destrucción de todos sus tesoros artísticos. En efecto, a mediados de noviembre de 1936 el palacio fue destruido en un bombardeo franquista, permaneciendo en pie solo las fachadas. Sin embargo, al contrario de lo narrado por Chaves, las pinturas y otras obras artísticas de gran valor artístico no se encontraban allí y no se perdieron, pues habían sido trasladas a otros lugares como el Banco de España. Por otro lado, los milicianos comunistas que allí se encontraban y los empleados de la casa, pudieron sacar muchos muebles, tapices y armaduras antes de la consumación del desastre, aunque no pudieron evitar que muchos grabados y libros fueran pasto de las llamas.