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martes, 24 de julio de 2012

La muerte del mar Aral: un desastre ecológico de enormes proporciones.


Los viejos barcos óxidados varados en la arena son el recuerdo lejano
 de un mar que ha sido robado a los habitantes de sus orillas.

EL MAR ARAL: UN MAR INTERIOR

El mar Aral es un enorme lago de agua salada situado en el corazón de Asia Central, que llegó a alcanzar los 68.000 km2 de extensión en sus mejores momentos -Extremadura tiene 41.000 km2-. Se situaba en el  territorio de la antigua Unión Soviética, y tras la desaparición de ésta y el hundimiento del régimen comunista en 1989, surgieron cinco repúblicas independientes musulmanas en Asia Central. El lago quedó entonces dividido entre los territorios de Uzbekistán y Kazajistán. Por entonces el retroceso del nivel de sus aguas ya era un hecho evidente y desde entonces no ha parado de agudizarse. En determinados lugares, el litoral ha llegado a retroceder más de 150 km y según han ido descendiendo el nivel de las aguas, el desierto ha ido ocupando su lugar.



En las imágenes de satélite se observa la verdadera magnitud del desastre. Dos masas de agua y un pequeño lago en medio de un enorme desierto ocre y blanco, los tres sin conexión alguna, dan testimonio de unos cambios que normalmente se producen en miles de años pero que han acontecido en las últimas cuatro décadas. Los científicos saben que el mar Aral se ha secado varias veces a lo largo de la tiempo, lo realmente nuevo en el proceso actual es la enorme velocidad en que se ha producido la desecación.

Las imágenes de satélite muestran el retroceso del mar Aral en las últimas décadas. Sin embargo, se observa que tal disminución se ha frenado en el Aral Norte, que vemos como mantiene e incluso recupera su tamaño en los últimos años.
El desierto de Asia Central es un lugar con lluvias casi inexistentes y una fortísima evaporación durante los meses de verano. En esas condiciones, el nivel del agua del mar Aral depende de la llegada de los ríos que nacen en las montañas situadas hacia el este, a dos mil kilómetros de distancia: el Amu Daria, que llega al sur del mar Aral, nace en el Pamir, entre Tajikistán y Afganistán y recorre los desiertos de Uzbekistán y Turkmenistán, mientras el Sir Daria nace más al norte, en la cordillera del Tien Shan, y discurre por los áridos desiertos del sur de Kazajistán. Ambos se alimentan de las lluvias producidas en las montañas y la aportación del deshielo en las cumbres y los glaciares. Son una especie de Eúfrates y Tigris, ríos que también nacen en las montañas de Turquía y tras cruzar y dar vida al desierto irakí desembocan en el golfo Pérsico. La diferencia estriba en que el Amu Daria y el Sir Daria terminan sus días en un mar interior, el mar Aral.


EL DESASTRE ECOLÓGICO

Este equilibrio hídrico extremadamente frágil se rompió trágicamente a partir de 1950, cuando la entonces Unión Soviética decidió poner en marcha unos proyectos de desarrollo de la zona que incluían la puesta en marcha del regadío agrícola a gran escala. La orografía de la región no es muy proclive al ser humano -altas montañas y enormes desiertos- por lo que había que transformar activamente la naturaleza para poder extraer de ella los recursos necesarios. Por entonces, la ideología de la Unión Soviética obedecía a dicho principio: el desarrollo por encima de todo y la explotación de los recursos a toda costa. El dirigente soviético de la época, el dictador Stalin lo resumía en una terrible frase: "La naturaleza a veces comete errores y debe ser corregida".

En verde oscuro las zonas irrigadas en Asia Central. La excesiva extensión
de los cultivos de regadío de algodón  ha sido clave en la  muerte del  Aral.
El regadío se desarrolló sobre el monocultivo de algodón a gran escala, un cultivo que necesitaba mucha agua, más si cabe en un desierto muy caluroso en verano. Para irrigar los campos se desvió una tercera parte del caudal de los dos ríos, seiscientos metros cúbicos por segundo, el equivalente al caudal medio de un río como el Ebro en su desembocadura. Los éxitos iniciales animaron a aumentar los cultivos y el caudal desviado. Sin embargo, pronto se pudo constatar que cada vez se requería más agua para regar la misma superficie. La razón era evidente: la mala construcción y mínimo mantenimiento de las canalizaciones desangraba los caudales fluviales del Sir Daria y el Amu Daria, de forma que en la década de 1980, tan solo el 10% de su agua llegaba al mar. Los efectos fueron devastadores: la superficie marina se redujo en más del 50% y el volumen un 75%. Del antiguo mar solo quedaron dos lagos salados, el Aral Norte y el Aral Sur. El agua que quedaba sufrió un proceso rápido de salinización que acabó con la mayoría de las especies de peces y terminó con buena parte de la vida del mar. Esto hundió la economía de los pueblos y ciudades que vivían en sus orillas y que ahora se encontraban lejos de ellas, la actividad pesquera desapareció, así como la incipiente industria conservera surgida en los núcleos de población más grande, como Aralsk al norte o Muinak al sur. Así pues, se asistía a un desastre no solo ecológico, sino también económico y humano, al romperse las formas de vida de las poblaciones próximas al mar. cuya cultura estaba ligada a un mar que se les había robado y que ya no existía.
La catástrofe se agudizó finalmente con el uso masivo de fertilizantes y pesticidas -el algodón es un cultivo muy exigente al respecto- que terminó envenenando el agua y los suelos, dañando seriamente la salud de la población, que vio aumentar con rapidez las enfermedades infecciosas y respiratorias, el cáncer, así como el número de abortos. No olvidemos que al agua que se consume en la zona es cuatro veces superior en salinidad a lo admitido por la Organización Mundial de la Salud y que los suelos envenenados son barridos por fuertes vientes del desierto que generan grandes tormentas de polvo que reparten las sustancias químicas en todas direcciones. 
Hasta el propio clima de la zona ha cambiado y el mar ha perdido su poder para suavizar la temperatura de sus costas. Hoy los veranos son más calurosos, los inviernos más fríos y la temporada de cosecha se ha hecho más corta. Con la subida de temperatura en verano, las pérdidas de agua por evaporación han aumentado. Ciudades como Aralsk que habían disfrutado de un microclima más templado y húmedo, permitiendo la aparición de huertos y frutales, sufren ahora los rigores de un clima más frío y seco, que aumenta las enfermedades respiratorias y mata los árboles, quemados por la sal, el sol y la arena.
En la actualidad, los antiguos puertos del mar Aral son ciudades moribundas con calles fantasmas, muelles vacíos en medio de la arena, arrasadas por tormentas de polvo cada vez más frecuentes, que muestran imágenes absurdas en las que se suceden factorías conserveras abandonadas y barcos de pesca varados y oxidados en la arena del desierto, rodeados de camellos que pastan en sus cercanías o se protegen del sol justiciero bajo su sombra.

Las calles de Aralsk muestran señales de decadencia y abandono. 

Los camellos pastan entre los esqueletos óxidados de los barcos pequeros.

Barcos abandonados sirven de cobijo para los camellos.

Los barcos abandonados se apilan en las arenas de desierto.

El viejo lecho del mar muestra los barcos abandonados y el transitar de
 vehículos y camellos.

Barcos varados y oxidados yacen en las orillas de un mar que ya no existe.

UN ATISBO DE ESPERANZA EN EL PRESENTE

Actualmente un atisbo de esperanza parece llegar al Aral Norte, gracias al cambio de actitud y las medidas tomadas por el gobierno de Kazajistán. El presidente Nursultán Nazarbáyev se ha propuesto recuperarlo y cuenta para ello con los recursos económicos que proporciona una economía en fuerte crecimiento que gracias a las exportaciones de petróleo, gas y otros minerales está acumulando muchos recursos. Se ha mejorado la eficiencia de los canales y se han controlado las perdidas de agua en los regadíos del Sir daria, río que alimenta la parte norte del Aral, que ahora llega de forma regular a su desembocadura todos los años aportando un importante caudal de agua, y se ha apostado por la construcción de grandes diques que evitan las pérdidas y mantienen estable el nivel del mar. Es el caso de la presa de Kokaral, al lado de la antigua península de ese nombre, gracias a la cual el Aral Norte ha subido tres metros en los últimos tiempos y la salinidad de las aguas ha disminuido con rapidez, permitiendo que volvieran especies de peces desaparecidas anteriormente y que incluso hoy en día se piense en introducir el esturión. 

El gobierno de Kazajistán ha mejorado las canalizaciones del regadío, posibilitando la llegada del Sir Daria al mar Aral,  y sobre todo ha puesto en marcha presas como la de Kokaral que ha permitido la recuperación de la parte norte del Aral.

Muy diferente es la evolución del actual Aral sur que sigue perdiendo con rapidez superficie ocupada por las aguas y cuyo de nivel de salinidad ha acabado prácticamente con cualquier resto de vida. Su evolución y  deterioro no ha cambiado y corre el riesgo de desaparecer pronto de forma definitiva. El Amu Daria, río que lo alimenta, no suele llegar a él, salvo en años muy húmedos, y Uzbekistán, un país muy pobre, marcado además por un alto nivel de corrupción, no quiere ni puede hacer nada para evitarlo. El país depende mucho más del algodón que ningún otro de la zona, convertido en la base de sus exportaciónes -exporta 85.000 toneladas de algodón, que le aportan más de mil millones de dólares al país- y la falta de medios hace que solo hoy el 12% de sus canalizaciones estén bien impermeabilizadas. 
El Banco Mundial, la O.N.U. y la Unión Europea han prometido ayudas, pero la crisis actual parece haber frenado cualquier proyecto al respecto. Si nadie lo remedia en los próximos años el Aral Sur morirá y se convertirá en un desierto de sal y arena.


EL LAGO BALJASH: ¿SE REPETIRÁ EL DESASTRE?

Como el mar Aral, el lago Baljash -no confundir con el lago Baikal situado en la Siberia rusa- se haya situado en Asia Central, aunque se encuentra ubicado íntegramente en territorio de kazajistán. Su extensión es menor, aunque apreciable: ocupa casi 17.000 km2 de superficie y está entre los 12 lagos más extensos del mundo. Es estrecho y alargado, con una longitud de 600 km. Una península intermedia casi lo corta en dos, permaneciendo unidas las dos zonas por el estrecho de Uzynaral. El lago occidental es más ancho -entre 25 y 75 km-, tiene una profundidad máxima de 11 metros y es de agua dulce. El sector oriental es de agua salada y más estrecho -entre 10 y 20 km-, siendo la profundidad mayor, alcanzando los 25 metros, situado como está en una zona más próxima a las montañas.
Es un lago menos vulnerable que el mar Aral: aunque también está situado en una zona de escasas lluvias, le beneficia su mayor proximidad a las montañas de las que recibe a través de los rìos sus aportes de agua. Aún así, sufre sequías que reducen fuertemente su extensión y profundidad, cuya media es tan solo de 6 metros.
Con una cuenca de en torno a medio millón de km2 -aproximadamente la superficie de España-, varios ríos desaguan desde las montañas situadas al este. La parte oriental está alimentada por ríos como el karatal, el aksu, el ayaguz o el lepsa que nacen en los montes de Dzungharia, pero los mayores aportes al Baljash proceden  del río Illi, que desemboca en su sector occidental después de nacer en los montes Tien shan, en la montañas de la región china de Xinjiang. El Illi le proporciona el 75% de sus aportes fluviales, alimentado por las lluvias y sobre todo por el deshielo de primavera producido en las montañas. 
Precisamente es la disminución del caudal del río Illi lo que puede cuestionar el futuro del lago. Especialmente en la zona del río china las necesidades de agua no dejan de crecer, debido a la población creciente, el incipiente desarrollo industiral y los proyectos agricolas. De hecho el llenado del embalse de Kapshagay, construido en el Illi de Kazajistán, resultó un aviso, pues redujo sensiblemente las aportaciones en la década de 1970 y 1980. Después se recuperaría ayudado por años de abundantes lluvias. A pesar de todo, hoy en día el Baljash ha perdido ya más de 100 km2 de superficie acuática. A esto habría que añadir la contaminación creciente por el desarrollo en la zona de la industria metalúrgica y las actividades mineras.

Las costas del sur del lago Baljash, cerca de la desembocadura del río Illi.

El lago Baljash desde satélite. El espacio semidesértico donde se ubica
 contrasta con las nieves de las montañas cercanas que nutren con su
deshielo primaveral los ríos que en el desembocan.

Cuenca del lago Baljash y principales ríos tributarios.

viernes, 13 de julio de 2012

Asaltos y asedios de fortalezas en la Edad Media

El asalto y asedio de fortalezas era una constante en el desarrollo de
cualquier campaña bélica durante la Edad Media  (British Library)

MURALLAS Y CASTILLOS

Durante la plena Edad Media, a partir del siglo XI y sobre todo del XII, las fortificaciones y castillos alcanzaron un enorme desarrollo, construidos ya con materiales más sólidos y poderosos. Lejos quedaban las fortificaciones de madera con torres y empalizadas y las murallas de tierra de la Alta Edad Media. El uso de la piedra permite alcanzar a la muralla una gran altura, mientras se construyen torres redondas, más defensivas que las cuadradas, generalmente en las esquinas del recinto, que tienden a sobresalir de la muralla. Esta y sus  torres se coronan con almenas y se llenan de troneras, aspilleras y saeteras. La Torre del Homenaje, último bastión y residencia del señor adquiere un tamaño imponente y la fortificación se rodea de un gran foso con puente levadizo que permite el acceso a una puerta fortificada, protegida con frecuecncia por una barbacana. Se crean en ocasiones dos líneas de murallas, la segunda más alta y elevada, permitiendo controlar la primera. Esas dos líneas permitían evitar los ataques por sorpresa y mantener las máquinas de asedio de los atacantes lo bastante lejos del corazón del castillo.




Estas animaciones nos muestran de manera didáctica y sencilla las características de un castillo medieval:

                                     



                                      


En el siglo XII igualmente proliferaron las ciudades encerradas en gruesas murallas de piedra, que las convierten en auténticos baluartes inconquistables. Entre los mayores recintos amurallados hoy conservados se halla el de Ávila, construido a finales del siglo XI y que tiene un perímetro de dos kilómetros y medio con 88 torreones.

Los imponentes torreones almenados marcan  la imagen de la muralla 
románica de Ávila, posiblemente la mejor conservada de Europa.
El doble recinto amurallado de Carcassonne, en el sur de Francia, es uno
 de los mejores exponentes de ciudad  medieval.

LA NEGOCIACIÓN Y LA CONQUISTA POR SORPRESA 

Tomar una plaza fuerte, ya fuera una ciudad amurallada o un castillo, resultaba una labor muy difícil. Por lo general, en un primer momento se buscaba una rendición negociada, que resultaba bastante frecuente, especialmente cuando los defensores estaban en franca minoría o no tenían la esperanza de recibir ayuda. Después de ser atacada la fortaleza o iniciado un largo asedio, la negociación se intentaba de nuevo repetidamente, no olvidemos que el asedio era algo a evitar, porque resultaba muy caro y requería de enormes recursos militares y mucho tiempo.
Si la negociación no funcionaba se iniciaban las operaciones militares, que en las partidas del rey castellano Alfonso X el Sabio se dividían en conquista "a furto", "a fuerza" y "por cerco".
Geraldo Sempavor
La conquista "a furto" hacía referencia a un golpe de mano, un ataque rápido y por sorpresa protagonizado por pocos hombres muy bien preparados -hoy hablaríamos de "tropa de élite"- que tenían poco tiempo para actuar, ayudados por la suerte, las condiciones ambientales propicias -niebla, lluvia, etc.- y la falta de previsión del defensor, lo que les posibilitaría hacerse con puntos claves de la fortaleza y permitir la entrada del enemigo. Un ejemplo cercano en este sentido fue la actividad de uno de los más legendarios guerreros medievales de la Reconquista peninsular, el portugués Geraldo Sempavor, que con sus mercenarios y aventureros tomó las más difíciles fortalezas y castillos en el Alentejo y Extremadura: suya fue la toma de Trujillo, Montánchez y Cáceres o ciudades portuguesas como Beja o Évora. Sus golpes de mano y por sorpresa eran legendarios como así lo mencionan  los cronistas.
El cronista  Ibn  Sahib  al  Salah describe vivamente su estrategia: "...caminaba en noches lluviosas y muy oscuras, de fuerte viento y nieve, hacia las ciudades y había preparado sus instrumentos de escalas de madera muy largas, que sobrepasen el muro de la ciudad, aplicaba aquellas escaleras al costado de la torre y subía por ellas el primero, hasta la torre y cogía al centinela y le decía: Grita como es tu costumbre, para que no le sintiese la gente. Cuando se había completado la subida de su grupo a lo más alto  del muro de la ciudad, gritaban en su lengua con un alarido execrable, y entraban en la ciudad y combatían  al que encontraban y le robaban y cogían a todos los que había en ella cautivos y prisioneros".  
En ocasiones ese golpe de mano era posible por el uso de métodos deshonestos como el recurso a espías o a la traición, al recurrir a algún caballero que se unía desde dentro a los asaltantes por despecho o soborno.
A veces se recurría a auténticas estratagemas como en la toma del famoso krak de los caballeros, posiblemente el castillo más inexpugnable hoy conservado, una enorme fortaleza construida en Oriente próximo por los cruzados y ocupada por la Orden Hospitalaria de los Caballeros de San Juan. Resultó una fortaleza inconquistable, con su doble muralla, que resistió muchos asedios musulmanes y que ni siquiera el gran caudillo árabe Saladino pudo conquistar. En 1271, cuando ya el poder de los cruzados estaba en decadencia, el sultán Beibars rodeó el castillo y logró sobrepasar la primera línea de murallas, las exteriores. Pero las torres y el talud interior se le resistían, aunque en su interior no había más de doscientos caballeros. La ayuda no llegaba pero los caballeros podían haber resistido varios meses. Beibars utilizó entonces una estratagema: hizo llegar a los caballeros del castillo una carta firmada supuestamente por el maestre de la Orden del Hospital, donde se ordenaba la rendición de la guarnición ante la imposibilidad de ayudar a sus defensores. Los caballeros se rindieron, recibiendo un salvoconducto para llegar a la costa, dejando atrás la fortaleza que habían ocupado durante más de cien años.

La inconfundible imagen del Krak de los Caballeros, la más formidable 
fortaleza de los cruzados en Tierra Santa.

LA CONQUISTA POR LA FUERZA: EL ASALTO

Si el ataque por sorpresa no era posible en ese momento y las negociaciones no triunfaban se valoraba la posibilidad de un asalto a la fortaleza, es la conquista "a fuerza". Si era repelido o se consideraba demasiado costoso o arriesgado, comenzaba entonces el asedio y se impedía la salida del castillo. La conquista "a fuerza" implicaba siempre una superioridad total de las fuerzas atacantes,  que sabían que en el asalto iban a tener un número elevado de muertos y heridos, ya que los defensores contarían con enormes ventajas. Las murallas y castillos suelen estar en posiciones más elevadas, con torres defensivas y las puertas y accesos estaban fuertemente defendidos. Lo normal es que los asaltos y la conquista a fuerza fracasaran, porque además los defensores estaban ya preparados de antemano: los fosos se habían limpiado y las murallas habían sido reforzadas, habiéndose talado los bosques cercanos para impedir la protección del enemigo.
A pesar de todo, incluso la conquista a fuerza terminaba con frecuencia en una negociación como la que ocurrió en el sitio de Jerusalén, mostrado en la película "El reino de los cielos" de Readly Scott. En septiembre de 1187 la Ciudad Santa se rendía tras días de continuos asaltos a sus murallas por parte del gran Saladino. Baliam, defensor de Jerusalén, tras rechazar con enormes dificultades al ejército musulmán y al límite de sus fuerzas, optó por negociar la rendición, arduas negociaciones permitieron salvar la ciudad del exterminio y conseguir un rescate aceptable para parte de la población, que pudo ser evacuada.
En el asalto de la fortaleza o la ciudad fortificada el objetivo fundamental era superar el gran obstáculo que suponían las murallas. En este sentido se desarrollaron técnicas y estrategias estructuradas entorno a las máquinas y armas de asedio.
Las murallas podían ser superadas por la parte superior, para ello se podían utilizar escalas y escaleras gigantes por las que trepaban los soldados, tremendamente expuestos a los defensores, que les lanzaban aceite hirviendo, piedras, flechas y lanzas y que les esperaban en las almenas en posición de absoluta superioridad. Estaban hechas de madera con ganchos metálicos en la parte superior para anclarse a las almenas y se lanzaban muchas a la vez para poder tener algún éxito y tratar de desbordar al defensor. Otra forma era el recurso a torres de asedio, las mayores máquinas militares empleadas en la Edad Media. Su construcción, preparación y desplazamiento era lenta y laboriosa por lo que tenían el inconveniente de que el enemigo las esperaba bien pertrechado, lo que provocaba enormes pérdidas en los soldados que en ella estaban. Se trataba de una torre móvil de gran tamaño y peso. Construida en madera, su altura debía ser superior o igual a la muralla atacada para poder acceder a ella.  Se desplazaba sobre ruedas, con la fuerza de sus ocupantes o a través de grandes poleas, debiendo ser allanado el terreno previamente. Una vez cerca de la muralla se lanzaba una plancha por la que los soldados atacantes se lanzaban sobre los defensores buscando la lucha cuerpo a cuerpo. Los defensores lanzaban sobre ella proyectiles e intentaban incendiarla, por lo que se encontraba protegida por pieles húmedas para evitarlo.

Asalto mediante escalas
En esta imagen medieval del cerco de Constantinopla se observa el
 uso de escalas en el asalto a la muralla.

Torre de asalto empleado en el primer sitio de Jerusalén.

Las murallas también podían ser superadas por la parte inferior a través de las técnicas de minado. Se  excavaban los cimientos de la muralla provocando su derrumbe o se trazaban túneles que permitían acceder al interior de la fortaleza. Era un trabajo duro y laborioso que requería mucho esfuerzo y tiempo.

Un pasadizo cubierto protegía el acceso de los zapadores a la base de la
 muralla para su minado.

En otras ocasiones, se trataba de derribar o abrir una brecha en la muralla. preferiblemente en algún punto débil o un acceso o puerta. Para ello se utilizaban máquinas de golpeo o arietes y piezas de artillería que lanzaban proyectiles, generalmente grandes piedras.
Los arietes más simples y primitivos eran grandes troncos de madera  impulsados manualmente por soldados que los estrellaban contra el objetivo, puerta o muro. Pero a lo largo de la Edad Media se les añadió un extremo puntiagudo de hierro, y se le cubrió de un entrmado de madera a modo de tejado colocado sobre ruedas, lo que le protegía de las armas del enemigo que arreciaban desde arriba en el momento de entrar en acción. El tronco colgaba del techo con cadenas o cuerdas, permitiendo el balanceo que ayudaba a impactar sobre la muralla como si fuera un péndulo.

Ariete con cubierta de protección.

En cuanto a las armas que lanzaban proyectiles, la más pequeña era la balista, una especie de ballesta gigante sobre un trípode que lanzaba grandes jabalinas sobre los defensores. El mangonel era una especie de catapulta con un brazo con forma de cuchara donde se depositaba el proyectil. Pero el mayor de todos y también el más potente fue el trebuchet o trabuquete, capaz de lanzar proyectiles de piedra a más de doscientos metros con una fuerza desconocida. Se utilizaba sobre todo contra los muros macizos y era capaz de dañarlos seriamente. Era la más temida y equilibró la lucha entre atacantes y defensores, reduciendo mucho la ventaja de los segundos. Resulta inconfundible por su largo brazo en cuyo extremo estaba la eslinga donde se ponía el proyectil, que se tensaba hacia atrás con un contrapeso de gran tamaño. Cuando se soltaba el brazo el proyectil era lanzado con enorme violencia hacia delante.

Balista medieval.

Trabuquete medieval.

En este grabado de Gustav Doré se representa el asedio
 de una fortaleza medieval. En primer término tenemos
 un Mangonel, al fondo se puede ver un trabuquete.

En esta imagen de la Biblia de Alba se recoge el asalto y asedio a un
castillo con el uso de máquinas de lanzamiento de  proyectiles.

Una de las mejores películas para el estudio didáctico del Medievo es "El señor de la guerra". En este video aparecen algunas de las escenas con más interés al respecto. A partir del minuto 15 se reproducen los momentos del asalto a la fortaleza del señor. En ellas se ven algunas de las tácticas y máquinas a las que hemos hecho mención:

                                   

Al final de la Edad Media la introducción de los cañones de asalto, con pólvora, cambio las formas de hacer la guerra y el ataque a plazas fuertes, y definitivamente fue marcando el desequilibrio entre defensores y atacantes. Las murallas se reforzaron, pero los atacantes vieron aumentar enormemente sus posibilidades de vencer. Aparecieron por primera vez en siglo XIV y el rey inglés Eduardo III los utilizó en el asedio de Calais. Pero fue a partir del siglo XV cuando ganaron en eficiencia y potencia. Estaban construidos de hierro fundido y se situaban sobre distintos soportes. La caída de Constantinopla en 1453, tras ser sometida a un duro asedio por los turcos, no hubiera sido posible sin el uso de cañones de gran tamaño y potencia, como la gran bombarda turca, que desequilibró las fuerzas a favor de los atacantes. Las formidables murallas de Constantinopla, uno de los mayores alardes de la ingeniería militar de todos los tiempos, no estaban preparadas para hacer frente a la potencia de fuego de semejantes armas.

La gran bombarda turca es una de las más formidables armas del siglo XV.

La última parte de la guerra de los Cien Años muestra el uso de los cañones
como un arma importante. Sitio de Orleans en 1429.

EL ASEDIO O CERCO DE LA PLAZA FUERTE

Si otras opciones fracasaban, se iniciaba entonces la conquista "por cerco", el asedio. De hecho, en la Edad Media los asedios determinaban mucho más la victoria final que las batallas a campo abierto y la mayoría de las plazas fuertes se tomaban por este procedimiento, que pretendía rendir la plaza por hambre, sed y enfermedad. El asedio solía ser largo -su duración podía ser de varios meses o incluso de más de un año- y lleno de inconvenientes, por lo que era evidente que el ejército atacante tenía que ser muy superior porque la plaza tenía que ser totalmente rodeada para que el cerco fuera efectivo. Se necesitaba, por tanto, un importante ejército, de lo contrario los sitiados podían recibir ayuda y suministros y el cerco fracasaba. Un ejemplo paradigmático fue uno de los más famosos cercos, el del castillo de Montsegur, situado en el sur de Francia, que durante el siglo XIII se convirtió en el último reducto de los defensores de la herejía de los cátaros. Tras ser derrotados, los líderes cátaros se refugian en la fortaleza, un auténtico "nido de águilas" inconquistable, situado en la cúspide del Pog, una montaña de 1.207 metros rodeada de paredes rocosas. El conde Ramón VII de Tolosa es enviado por el rey de Francia para acabar con su resistencia, pero tras meses de asedio tiene que retirarse. La población del Languedoc aprecia a los cátaros y los ayuda, los campesinos los abastecen a través de túneles excavados en la roca y veredas entre los bosques, por eso el asedio inicial fracasa. Sin embargo, en mayo de 1243 se inicia un segundo y definitivo cerco al mando del senescal de Carcassonne, Hugues des Arcis. Resultó especialmente duro y largo y los habitantes de la región siguieron llevando alimentos a los asediados, pero esta vez el cerco fue mucho más férreo y apenas se filtraba comida. Por fin, tras diez meses de asedio y con los montañeses sometidos a una fuerte presión, los cátaros fueron traicionados y la fortaleza se rendía. Los últimos defensores, doscientos cátaros, tenían dos opciones: abjurar de su fe o morir en la hoguera. Todos fueron finalmente quemados muy cerca del castillo.

El castillo de Montsegur en la actualidad. Su emplazamiento en la cima de
 una escarpada montaña lo hacía inexpugnable.

Si la ciudad era marítima la flota atacante tenía que controlar el acceso por mar a la plaza fuerte, sino el cerco no sería total y efectivo. Así  ocurrió en el conocido sitio de Calais (1346-47) durante los inicios de la Guerra de los Cien Años entre franceses e ingleses. Las tropas del rey Eduardo III de Inglaterra, tras vencer en la batalla de Crécy, decidieron tomar una ciudad costera desde la que poder organizar el ataque a Francia. Calais era perfecta, pues se hallaba en la costa del Canal de la Mancha, frente a Inglaterra y estaba perfectamente fortificada, con doble muralla y foso, lo que la hacía difícil de conquistar. Después de continuos asaltos, decidieron rendirla por hambre en un largo asedio de casi un año -11 meses-, pero para ello tuvieron que bloquear la entrada de los barcos que hasta entonces habían provisto de vituallas a los defensores. Para junio el suministro de agua y comida era imposible ya que la armada inglesa se hizo con el control de las aguas del Canal de la Mancha, y el 1 de agosto se rendía la ciudad.

El asalto y asedio de la ciudad de Calais fue uno de los hechos más
 importantes del inicio de la Guerra de los Cien Años.

Los sitiados podían hacer contrataques sorpresa por lo que hasta que no estaba todo preparado el ejército no descabalgaba. Una vez rodeada la ciudad, se construían trincheras o cavas, se establecían campamentos para la tropa y se instalaban las armas de asedio con las que acosar la fortaleza.
Los sitios solían empezar en primavera o verano, época además en la que se emprendían las campañas militares, se evitaba así el frío intenso, la nieve o la lluvia excesiva, que podían hacer estragos entre los atacantes. A veces los campamentos se inundaban y sufrían penalidades de todo tipo, y la enfermedad se cernía más sobre los sitiadores que sobre los sitiados.

Montaje del campamento durante el asedio (British Library)
El asedio o sitio era una empresa de larga duración, de ahí que se necesitaran instalaciones estables y considerables. Se construían cuadras y lugares de habitación para la tropa, así como almacenes de vituallas y munición. Se establecían enormes campamentos con tiendas de campaña y casas de madera. Se elegían zonas elevadas y dominantes, con acceso al agua y a pastos para los animales, así como madera para el fuego. Los campamentos se rodeaban de una cerca o valla y las tiendas, hechas de lonas y con forma circular, eran sujetas con vientos y dotadas con protectores superiores de cuero o metal para evitar la lluvia. Solían estar muy pegadas formando muros ellas mismas. Solía haber un orden jerárquico, con una plaza central en cuyo centro estaba la tienda del jefe, por el ejemplo el rey, rodeado por la de los oficiales y después la de la tropa, los señores y caudillos se encontrarían más allá. Semejante infraestructura que trasladar impedía la rapidez de movimiento de los ejércitos, generalmente muy lentos.
Con el fin de limar la resistencia y minar la moral de los defensores, las máquinas de asedio hostigaban periódicamente la fortaleza, lanzando incluso cadáveres de animales o de seres humanos dentro de las murallas, con la intención última de extender enfermedades entre los resistentes.
Los sitiadores se tenían que enfrentar por otro lado a la posibilidad de una operación de rescate, y de hecho, mientras esa posibilidad existiera la plaza no solía rendirse. Los mismos sitiados además realizaban incursiones, aprovechando descuidos, factores metereológicos -inundaciones, tormentas, etc.- o epidemias. Esto ocurrió en la Reconquista española durante el sitio de Algeciras, en el siglo XIV: Alfonso XI tuvo que enfrentarse a las razias de los árabes defensores y derrotar al rey musulmán de Granada que mando a su ejército a auxiliar a los cercados. Solo entonces, y después de casi dos años de asedio, la ciudad se rindió, exhausta y casi sin defensores vivos.
Otro gran problema era la intendencia, durante meses había que proporcionar alimento -la base de la alimentación era el pan, las legumbres, la sal, el queso, la carne fresca o salada y el salazón de pescado- y agua a los soldados y las caballerías, lo que implicaba una gran organización y una enorme movilización de recursos, a veces difícil de trasladar y encontrar. Si eso fallaba el cerco estaba perdido. A veces el agua escaseaba o estaba en mal estado -provocando diarreas y disentería-, algo típico en verano, especialmente en las tierras del sur de Europa como España. Por otro lado, según pasaban las semanas, los pastos para los caballos eran cada vez más escasos y había que alejarse cada vez más del campamento en su búsqueda. El desarrollo agricola no era el actual y la densidad de la población era muy baja, por lo que no era fácil acopiar una cantidad tal de alimentos, mucho menos durante la Reconquista española, pues en la Península Ibérica los despoblados y zonas agrestes eran mucho mayores que en otras zonas de Europa.
Todo esto implicaba una gran organización que incluía la recaudación previa de impuestos, que permitiera enfrentar los gastos del asedio. De hecho en el mencionado sitio de Algeciras, Alfonso XI financió el ejército y la flota necesaria con la implantación del impuesto de la alcabala en todo el reino.

En las cantigas de Santa María se refleja la vida de la Castilla del XIII. En estas imágenes podemos observar 
un auténtico compendio de los diferentes momentos de un asedio medieval, desde la creación del
campamento al uso de máquinas como el  trabuquete.