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jueves, 4 de enero de 2018

La guerra en Siria y las primaveras árabes

Un francotirador kurdo observa desde su atalaya los restos de la ciudad kurdo-siria de Kobane, tras ser liberada del duro asedio que durante meses ejerció el autodenominado Estado islámico sobre ella. Fuente: www.theguardian.com


Las primaveras árabes y el polvorín de Oriente Medio

La guerra en Siria ha adquirido en los últimos años una dimensión extraordinaria. Es muy difícil encontrar un conflicto armado que haya provocado tanta destrucción en tan poco tiempo, produciendo una elevadísima cantidad de refugiados y desplazados. Más de la mitad de la población ha huido de sus hogares, en un país que contaba antes del conflicto con una cifra cercana a los 22 millones de personas. En 2015 existían un total de 7.600.000 desplazados internos repartidos por todo el país, y más de 4 millones de refugiados habían huido al extranjero, una cifra en claro crecimiento y expansión, porque la guerra, lejos de suavizarse se ha recrudecido. El equilibrio entre los contendientes ha prolongado el conflicto en el tiempo, lo que ha resultado fatal para la población civil. La mayor presión migratoria de refugiados la sufren los países limítrofres como Turquía o Jordania, pero sobre todo el Líbano, un pequeño estado de tan solo cinco millones de habitantes, que ha recibido más de 1 millón de refugiados sirios en los últimos años. La existencia de un elevado volumen de refugiados y desplazados se explica por la brutal acción de los contendientes sobre la población civil, con frecuencia emparedada en medio de los bombardeos, atentados terroristas o asedios infernales de ciudades sitiadas. Esta situación se ha visto especialmente agravada a raíz de la irrupción en el conflicto de un actor "inesperado", el llamado Estado Islámico de Irak y el Levante (también conocido por sus iniciales en inglés, ISIS, o en árabe, DAESH), su brutalidad ha superado todo lo conocido hasta el momento, ensañándose en los territorios bajo su ocupación con las minorías religiosas (cristianos, chiíes, yazidíes, etc.), con la población kurda o con los colaboradores del gobierno sirio y sus familias. Su implantación en el este de Siria y el norte de Irak ha provocado la diáspora de cientos de miles de personas, que han huido de las matanzas y a las que solo les quedaba la esclavitud o el exterminio.

Vista aérea del campo de refugiados de Zaatari, en Jordania. Fuente: www.abc.es

Zaatari es el mayor campo de refugiados sirios, en él sobreviven más de 80.000 personas. Fuente: alejandromartí.es

Oriente Medio es una realidad compleja desde hace mucho tiempo, un lugar de contacto entre civilizaciones y religiones desde épocas remotas, en el que todavía hoy confluyen los intereses de las tres grandes religiones monoteísta, judíos, cristianos y musulmanes. La expansión del Islam a partir del siglo VII lo convirtió en el eje vertebrador del territorio islámico, ocupado por la comunidad de fieles o umma. Más tarde, durante la Edad Media, la lucha de los cruzados por los santos lugares se convertiría en la máxima expresión de la expansión de unas sociedades cristianas medievales cada vez más dinámicas y pujantes. Recuperadas por el Islam, las tierras de Oriente Medio quedarían durante mucho tiempo bajo el control de una nueva potencia islámica, el Imperio turco. Durante todos esos siglos, a las conocidas tensiones entre las distintas civilizaciones y religiones, se uniría el conflicto interno en el seno del Islam entre el sunnismo, defensor de la tradición o sunna, y el chiísmo, seguidores del Alí, primo y yerno del profeta, al que consideraban su sucesor legítimo. Perseguidos y discriminados, los chiíes son hoy el 15% de los musulmanes, pero son mayoría en las cercanías del Golfo Pérsico, en Irán, el sur de Irak, Bahrein y la costa saudí del Golfo Pérsico. Minorías chiíes importantes existen también en Turquía, Afganistán, Pakistán, Yemen, Líbano y Siria. Con el tiempo, los chiíes han desarrollado algunas diferencias importantes dentro del Islam, siendo considerados por los fundamentalistas islámicos más radicales como simples herejes, de ahí la forma en que los yihadistas los persiguen y asesinan.

Fuente: elaboración propia.

Con la caída del Imperio turco otomano, tras la Primera Guerra Mundial, las potencias occidentales entrarán de lleno en el reparto de Oriente Medio, Reino Unido y Francia marcaran entonces sus zonas de influencia de manera artificial, sin tener en cuenta las diferencias étnicas, religiosas o tribales. Más tarde, cuando surjan los nuevos estados independientes, se crearán estados artificiales como Kuwait o Jordania, se segregarán estados con escaso criterio, como el caso del Líbano respecto a Siria, se fusionarán comunidades históricamente enfrentadas (árabes sunníes, chiíes y kurdos) como en el caso de Irak, y se evitará la creación de estados nacionales coherentes como en el caso del Kurdistán. Y todo ello buscando la defensa de los intereses propios de las potencias europeas, sin tener en cuenta los equilibrios de la zona y las necesidades de la población. En los nuevos países independientes, reyes y dictadores corruptos, pero leales, serán impuestos y sostenidos en el poder, apoyados en élites sociales cercanas a Occidente (un ejemplo paradigmático son las monarquías del Golfo Pérsico como Arabia Saudí).
Las revoluciones panarabistas y progresistas de las décadas de 1960 y 1970 (Nasser en Egipto, Gadafi en Libia, el partido Baas en Irak y Siria) no supusieron cambios importantes. Otras dictaduras y otras oligarquías. En la medida de lo posible, Occidente intentaría controlar dichas revoluciones o al menos ponerlas bajo su control, así lo hizo en Egipto tras la muerte de Nasser o en Irak con Saddam Husseim. Tras el fin de la Guerra Fría, incluso algunos viejos enemigos como Gadafi son aceptados temporalmente como amigos incómodos, en aras de la estabilidad de la zona.
Sin embargo, todo cambia en 2010, estallan entonces las llamadas "primaveras árabes", movimientos de insurrección contra los regímenes autoritarios imperantes, que se alzaban en demanda de libertad y justicia social, que denunciaban la corrupción reinante y el control ejercido por las élites sobre el estado. Y Europa se une al carro con desparpajo, tratando de controlar la nueva situación que resultaba difícil de frenar. Cae Ben Alí en Túnez, después Mubarak en Egipto y Gadafi en Libia. Estalla la revuelta popular en Yemen y en el confín sur de Siria, en la ciudad de Daraa, se inician las protestas populares que conducirían más tarde al estallido de la guerra civil. Sin embargo, el aplauso general de Occidente a los nuevos vientos de cambio no supuso más que una muestra más del cinismo e hipocresía con el que éste actuó siempre en la zona en defensa de sus propios intereses. Que Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña se hayan convertido en paladines de la democracia en Oriente Medio y el norte de África, resulta cuando menos chocante, no solo por su pasado más próximo, que les llevó a apoyar durante décadas a los dictadores ahora derrocados, sino porque todavía hoy todos sus intereses estratégicos en el Oriente Medio se cimentan, al margen de sus estrechos lazos con Israel, en su alianza con las monarquías corruptas y despóticas del Golfo Pérsico, especialmente con Arabia Saudí y la familia de los Saud: un ejemplo mundial de autoritarismo, de negación del principio de ciudadanía, de discriminación de la mujer en el plano de lo público, de racismo hacia el inmigrante, de rechazo a minorías como la de los chiíes, de integrismo religioso e imposición de la ley islámica o Sharia.
La lectura del apoyo occidental a las primaveras árabes es bien claro: cuando los cambios llegan y resultan imparables, hay que tratar de encabezarlos para así ponerlos bajo control. Así ocurrió en Túnez, cuando el pueblo trató de derribar al tirano Ben Alí, fiel esbirro de Occidente y especialmente de Francia, sin cuyo apoyo jamás hubiera durado mucho tiempo; así ocurrió también con Hosni Mubarak, justo representante de la sumisión de las élites árabes a los intereses estratégicos norteamericanos y sobre todo de Israel. Como prueba de ello, el abandono y aislamiento por su gobierno de los palestinos de Gaza y el cumplimiento fiel de los tratados de paz con el estado judío. Los mismos que no hace mucho tiempo tildaban al Egipto de Hosni Mubarak como un "régimen moderado árabe", llegado el momento lo han denigrado como un brutal dictador. Y así ocurrió también con el otro perdedor de la primaveras árabes, el régimen de Muammar el Gadafi, antaño enemigo visceral de Occidente y que en los últimos años se había convertido en un buen aliado en la zona frente a la expansión creciente del islamismo político.

Ben Alí (Túnez), Abdullah Saleh (Yemen), M. el Gadafi (Libia) y Hosni Mubarak (Egipto) en octubre de 2010. Los cuatro dictadores árabes perdieron su poder poco después, con el estallido de las primaveras árabes. Fuente: www.ideal.es

Occidente conocía los riesgos asociados a las recientes revoluciones árabes, si las apoyó, es porque no le quedaba otro remedio. Era evidente el riesgo de que el vacío político generado lo ocupara el islamismo político. Durante décadas se favoreció la desarticulación política de la sociedad, no existía una sociedad civil más allá de las instituciones controladas por la élite y los estados dictatoriales. Tan solo el Islam político podía articular una alternativa. Más allá de grupúsculos liberales sin base social alguna, tan solo los grupos islamistas eran capaces de ofrecer una alternativa viable, porque únicamente ellos poseían unas organizaciones suficientemente enraizadas en la sociedad. Esto ya se evidenció en Argelia, cuando en los años 90 el proceso de democratización derivó en la victoria del Frente Islámico de Salvación, con el consiguiente golpe de estado posterior y la guerra civil que asoló el país durante años.
Y los temores de muchos se han cumplido en buena parte. El islamismo moderado llegó al poder en Túnez con En Nahda (aunque después perdió las elecciones del 2014 frente a los partidos laicos) y los Hermanos Musulmanes ganaron las primeras elecciones democráticas en Egipto en medio del caos y la polarización política. Finalmente, el ejército egipcio acabó con la naciente democracia, depuso al gobierno islamista y restituyó el autoritarismo elitista de toda la vida, reencarnado en la figura del general al-Sisi. Mientras, en Libia y en Yemen el vacío político desembocó en la guerra civil y la irrupción de los grupos islamistas más radicales. Todavía hoy los dos países viven una situación de caos y violencia, especialmente cruenta en el caso de Yemen. Allí se desarrolla una cruel guerra civil en el más profundo de los olvidos, un conflicto entre los rebeldes hutíes, de confesión chií, apoyados por Irán, y los grupos armados apoyados por las monarquías del Golfo, desembocando en el mayor drama humanitario del mundo actual. En el caso de Libia, el país se desangra todavía en una guerra de corte tribal en la que irrumpió con fuerza el DAESH, que todavía ejerce el control de algunas zonas al este del país. El caos de Libia ha propiciado un descontrol de las rutas migratorias del sur del Mediterráneo y un aumento de los flujos desde esa zona hasta Italia. Tan solo Túnez, y con dificultades debido a los continuos atentados terroristas, ha conseguido consolidar una democracia liberal.

El general al-Sisi dio un golpe de estado en 2013 para acabar con el gobierno islamista de Mohamed Mursi, líder de los Hermanos Musulmanes egipcios, vencedor en las elecciones generales surgidas tras el derrocamiento de H. Mubarak.










La guerra civil en Siria

En Siria,  la realidad se vuelve aún más compleja que en otros países de su entorno, y como es lógico, la solución al problema generado también. Existe una supuesta batalla entre la dictadura y la democracia, suponiendo que ésta sea el objetivo de la oposición, como tratan de airear los medios de comunicación europeos. Se nos explica demasiadas veces el conflicto sirio de forma simplista, como la lucha de un pueblo contra el tirano que lo somete. Sin embargo, el problema sirio es mucho más complejo que tal dicotomía. Por de pronto, sería mucho más exacto referirnos a la lucha de parte de un pueblo, no de todo un pueblo, porque es indudable el respaldo social con que cuenta el régimen entre los chiíes, los drusos, los cristianos y algunos sectores de la comunidad sunní.  Por otro lado, debemos tener en cuenta la lucha que acontece entre la concepción claramente laica del poder del partido nacionalista Baas, actualmente en el poder en Siria, y la ideología islamista de buena parte de los rebeldes, ya que como en la actualidad se ha hecho visible, el peso social de los islamistas radicales sirios es mucho mayor que el de las organizaciones políticas supuestamente moderadas que iniciaron en su momento el proceso revolucionario, y cuya importancia es casi residual en la actualidad. La evolución de la guerra y la creciente dependencia de los rebeldes de las ayudas militares procedentes de las monarquías del Golfo, ha ido dando un mayor peso a las opciones salafistas y yihadistas dentro de la oposición al régimen sirio. Las estrías del problema van aún más allá e introducen una nueva variable de disputa religiosa; el partido Baas y su gobierno se han sostenido históricamente, y aún hoy se sostienen, sobre la minoría chií (especialmente alawí) y el beneplácito de las minorías drusas y cristiana, así como el apoyo de la mayoría de las facciones armadas de los refugiados palestinos que viven en el país; por el contrario, la mayoría sunní ha permanecido al margen del poder y se ha sentido discriminada por el régimen. Importantes sectores sunníes han abrazado el islamismo más radical con la pretensión de acabar con el predominio político, militar y económico de los alawíes. Los chiíes alawíes y los drusos son herejes para los sunníes más radicales y religiosos, los cristianos son sencillamente infieles. En total, estas comunidades suponen en torno al 25% de la población (12% de chiíes, la mayoría alawíes, aunque también los hay ismailíes e imamíes; 10% de cristianos, que incluye ortodoxos de varias ramas, armenios, católicos, maronitas, caldeos y asirios; y 3% de drusos).

Fuente: elaboración propia.


A este contexto interno de enfrentamientos políticos y religiosos habría que añadir los problemas derivados del papel estratégico de Siria en el contexto internacional. En el tablero de la geopolítica mundial, Oriente Medio resulta una región clave, y en éste, Siria también lo es. Al respecto, Siria sería el escenario en el que las grandes potencias mundiales han tratado de reafirmar su poder en la zona: por un lado, Estados Unidos y las potencias europeas han apoyado a la oposición y a las fuerzas kurdas, aunque sin entrar de lleno en el conflicto; por el contrario, Rusia ha convertido la guerra en Siria en su plataforma de reafirmación como gran potencia mundial, intentando ganar peso político y militar en una zona en la que históricamente la Unión Soviética tuvo un papel destacado. Durante las  últimas décadas de la Guerra Fría, el régimen de Hafez al-Asad, padre del actual dirigente sirio, fue el gran aliado de la Unión Soviética en el Oriente Medio, y aún hoy, Rusia conserva una base naval en la ciudad portuaria siria de Tartus y otra base aérea en la de Latakia. Desde ambas bases el ejército ruso ha intervenido activamente en el conflicto sirio, particularmente a través de su aviación, acudiendo en auxilio del régimen de Bashar al-Asad en 2015, cuando éste se encontraba en sus horas más bajas y estaba a punto de desmoronarse. Por el contrario, para Occidente e Israel, Siria siempre ha sido un régimen hostil, que nunca ha reconocido los supuestos derechos judíos sobre las tierras de Palestina. Enfrentado a Israel por los Altos del Golán (territorio al suroeste de Siria ocupado ilegalmente por Israel desde la guerra de los Seis días y desde el que se controla todo el norte de Israel), el gobierno sirio ha sido el gran sostén de la milicia chií de Hezbollah en el Líbano, auténtico "demonio" para Israel, con la que ha protagonizado varias guerras, y es además aliado incondicional de Irán, el gran enemigo actualmente de los intereses sionistas en la zona, gracias a su cuestionado programa nuclear.

Dos cazas rusos Sujoi Su-24M despegan de la base de Hmeymim, en la ciudad siria de Latakia. Fuente: www.hipantv

Sin embargo, por debajo de esta tensión global, existen otras "batallas" geoestratégicas de carácter más local: por un lado, la irrupción de Turquía como potencia en la zona, apoyando a los rebeldes sunníes del norte, mientras se enfrenta a los kurdos de Siria, de los que desconfía profundamente por sus tendencias separatistas (Turquía posee la mayor comunidad kurda, en cuyo seno existe un fuerte movimiento nacionalista, liderado por los guerrilleros del PKK); por otro lado, la lucha sin cuartel por el control regional del Oriente Medio y la zona del Golfo Pérsico entre chiíes y sunníes, en otras palabras, entre las dos potencias regionales principales, Irán frente a Arabia Saudí. El enfrentamiento entre las dos potencias y las dos versiones del islam se desarrolla en dos escenarios, en dos guerras crueles y largas, por un lado, Yemen, donde Irán sustenta a los rebeldes hutíes (chiíes), dominantes en el norte del país, y Arabia Saudí al gobierno de al-Hadi, asentado en el sur; por otro lado, Siria, donde Irán apuesta por la defensa del régimen sirio, mientras Arabia Saudí apoya de forma decidida a las fuerzas opositoras, cada vez más dependientes de su ayuda económica y militar.
Y es que en los últimos años la intervención decidida de las monarquías del Golfo Pérsico (sobre todo Arabia Saudí y Qatar) en apoyo de los rebeldes ha supuesto la radicalización e islamización de éstos. El Ejército de Liberación de Siria, formado por antiguos oficiales desertores del ejército sirio y que en un principio articuló la rebelión frente al régimen, hoy es una fuerza muy minoritaria. Muchos de sus combatientes se han pasado a las filas de los grupos islamistas radicales que operan en las distintas zonas. Nos referimos  a grupos yihadistas o salafistas como Ahrar al-Sham o Yeish al-Islam (ambos forman parte del llamado Frente Islámico o Yabhat al-islamiyyah), y por supuesto el Frente al-Nusra, la antigua sucursal de al -Qaeda en Siria, que en la actualidad ha cambiado su nombre por el de Jabhat Fateh al-Sham.

Combatientes del antiguo Frente al-Nusra. Fuente:www.infobae.com

En este contexto de creciente radicalización es donde debemos situar la irrupción del autodenominado Estado Islámico de Irak y Levante (ISIS o DAESH), que a partir de 2013 se hizo con el control de amplios territorios del este Siria. Favorecido por el vacío de poder existente, se extendió desde Irak, en cuya zona norte se había hecho fuerte con anterioridad, lo que le había permitido controlar la segunda ciudad del país, Mosul, y proclamar el "Califato". Durante algún tiempo el DAESH controló el este y el centro de Siria, zonas especialmente desérticas, en las que se incluían núcleos urbanos como Deir er Zor o al-Raqqa. Especialmente dolorosa fue la destrucción de una de las joyas de la arquitectura urbana romana, la antigua Palmira, cercana a la actual Tudmur, cuyas ruinas fueron demolidas parcialmente. El poder del DAESH creció paralelamente al desmoronamiento del estado sirio, aproximándose peligrosamente a la capital del país, Damasco. Solo la intervención final del ejército ruso evitó la caída del régimen, lo que hubiera supuesto, casi con toda seguridad, la toma por parte del DAESH de la ciudad de Damasco: un auténtico terremoto que hubiera permitido su consolidación territorial definitiva.

Ejecución de soldados sirios por el DAESH en las ruinas de la ciudad romana de Palmira. Fuente:www.vice.com

En los últimos dos años, la presión y acción decidida del ejército ruso en favor de Baschar al-Assad,  junto el decidido apoyo por tierra de las milicias chiíes libanesas de Hezbollah, han permitido al régimen sirio reconquistar amplios territorios, incluida la ciudad de Alepo, la primera ciudad del país por número de habitantes, una parte de la cual había permanecido durante años en manos rebeldes. La batalla por Alepo terminó después de años de combate en diciembre de 2016, con la conquista por el régimen de Damasco de la parte oriental de la ciudad. Por otro lado, el DAESH se ha visto acosado a lo largo de 2017 desde todos los frentes, lo que le ha obligado a ir retrocediendo territorialmente, hasta la casi desaparición del autodenominado "Califato islámico". Por el este, la acción combinada de la aviación estadounidense y las fuerzas armadas irakíes, con el apoyo de los pesmergas de la región autónoma del kurdistán irakí, permitió en el verano de 2017 culminar la reconquista de Mosul, la gran ciudad del norte de Irak, en manos del DAESH desde hacía años. Tres meses después, las Fuerzas de Siria Democrática, armadas por Estados Unidos para combatir al DAESH, y conformadas básicamente por los kurdos sirios y y algunos grupos de árabes sunníes y cristianos, avanzaban desde el norte y tomaban la capital del llamado Califato islámico, la ciudad siria de al-Raqqa. Poco después, en noviembre de 2017, desde el oeste y el sur se iniciaba una ofensiva de las fuerzas gubernamentales y la aviación rusa que permitió la conquista de la última gran ciudad en manos del DAESH, Deir ez Zor. El autodenominado Estado Islámico o DAESH quedaba así reducido a algunas zonas desérticas en la frontera de Irak y Siria, ya sin capacidad militar ofensiva.

La guerra ha hecho estragos en los barrios orientales de la ciudad de Alepo, en manos rebeldes hasta diciembre de 2016.  Los duros combates y los bombardeos de la aviación rusa dejaron un panorama desolador. Fuente: www.revista5w.com















La mezquita omeya de Alepo antes y después de la guerra. Fuente: www.huffingtonpost.es




Sin embargo, la guerra está aún lejos de su final. Fuera del control del gobierno sirio quedan aún algunas zonas, cada vez más reducidas y aisladas (especialmente la provincia norteña de Idlib, protegida por Turquía, las provincias sureñas de Daara y Quneitra, donde Israel apoya a los rebeldes, y zonas urbanas próximas a Damasco). En todas ellas, el peso de las fuerzas yihadistas y salafistas es abrumadoramente mayoritario. A estas zonas habría que añadir importantes áreas del norte del país, donde se ha constituido una especie de región autónoma, la llamada Federación Democrática del Norte de Siria o ROJAVA, controlada por los kurdos sirios. Creada al margen del poder central de Damasco, cuenta con el apoyo de Estados Unidos y la hostilidad de la vecina Turquía. Está por ver cual será su relación futura con el gobierno sirio, con el que a veces ha colaborado, al tener enemigos comunes como el DAESH.

Fuente: elaboración propia.
A Occidente le ha faltado coherencia en su intervención en la guerra de Siria. Las consecuencias desastrosas de su intervención en Irak y Afganistán, le han hecho titubear, interviniendo a destiempo la mayoría de las veces y careciendo en todo momento de un objetivo claro y una política definida en la zona. Todo lo contrario a Rusia, con una política clara y coherente, que ha guiado una intervención decidida y contundente. Occidente ha apostado desde el principio por la caída de la dictadura de Baschar al-Asad, preso como estaba de los intereses de sus aliados en la zona, Israel y las corruptas monarquías del Golfo. La caída de al-Asad podría aislar a Hezbollah y debilitar la influencia de Irán en la zona, favoreciendo la "sacrosanta" seguridad de Israel, y por supuesto el predominio saudí en Oriente Medio, pero es casi seguro que terminaría llevando a los grupos islamistas radicales al poder en Siria, los cuales cubrirían con rapidez el vacío de poder que se generaría en el país. En este sentido, a medio y largo plazo, los intereses occidentales en la zona sufrirían un fuerte revés.
Europa y Estados Unidos están jugando con fuego cuando apoyan a los rebeldes sirios, cuyo compromiso con la democracia liberal, como hemos visto, es casi inexistente. Y el que juega con fuego termina por quemarse. Alguien debería recordar que fue el estado israelí el que apoyó en sus inicios a los islamistas palestinos de Hamas -hoy sus grandes enemigos- para mermar la influencia de al-Fatah y su líder Arafat entre los palestinos que luchaban contra la ocupación israelí de la tierra de Palestina. No olvidemos tampoco que en la década de 1980, Estados Unidos armó a Ben Laden para luchar contra los soviéticos en Afganístán y que más tarde apoyó a los talibanes afganos para contrarrestar la influencia de los señores de la guerra en el país asiático. Posteriormente, ambos se convirtieron en sus máximos enemigos. "Cría cuervos y te sacarán los ojos", dice el refrán.
Occidente debe ser consciente de los riesgos que conllevan determinadas decisiones, debe también calibrar la conveniencia de determinadas alianzas, y comprender que puede ser mucho peor el remedio que la enfermedad. Es indudable el brutal proceder del régimen sirio durante la guerra civil, pero no debemos olvidar que los crímenes de guerra no son solo patrimonio suyo, sino también de una oposición radicalizada que ha sido implacable, especialmente con las minorías, cristianos y chiíes. Sea como sea, lo que nunca debemos de olvidar es que el estado sirio, aún siendo una dictadura -no lo es más que las corruptas monarquías del Golfo aliadas de Occidente- es un estado con instituciones, con leyes, que valora el patrimonio histórico, un estado secularizado que protege la la diversidad religiosa y cultural del país, que defiende mínimamente los derechos de la mujer. La alternativa, hoy por hoy, a dicho régimen, es el oscurantismo religioso y la violencia más brutal, el odio hacia las minorías y la atomización política extrema, rasgos todos ellos que atesoran unos rebeldes que llenarían con caos, intolerancia y violencia el vacío político generado con la caída del dictador.

Algunos vídeos sobre la guerra en Siria

Este vídeo nos resume la guerra en Siria en poco más de diez minutos y con un tono muy didáctico: antecedentes históricos, inicios del conflicto y evolución posterior de la guerra, principales contendientes.

             

Los dos vídeos que exponemos a continuación nos muestran escenas duras de combates directos, aunque en ningún momento se ve de forma esplícita la muerte de nadie. Por todo ello, los hemos escogido para nuestro blog. En el primer vídeo unos carros de combate del ejército sirio se internan en un barrio urbano para acabar con focos de resistencia, disparando contra ellos.

             

En este segundo vídeo, un grupo de milicianos rebeldes cubren el avance y después retirada de sus compañeros. Milagrosamente no hay víctimas. Sorprende el caos y falta de organización, al menos aparente. No puede uno dejar de pensar "¿qué sería del país en el caso de que ganara esta gente? Si conociéramos sus ideas, aún nos asustaríamos más, en un 90%, estos milicianos rebeldes son en mayor o menor grado profundamente islamistas.

             

La guerra, sin embargo, tiene una cara mucho más dura, con demasiada frecuencia los disparos de la artillería, de los carros de combate o de las armas ligeras dan en el blanco y terminan provocando muchos muertos. En la guerra de Siria han muerto más de 300.000 personas.. Hemos obviado en esta entrada imágenes (fotografías y vídeos) que muestren dicha realidad, aún así, si alguien quiere acceder a ellas recomendamos este enlace, siempre teniendo en cuenta que pueden herir la sensibilidad de algunas personas: https://youtu.be/nQUtIiX7j8c

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