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lunes, 22 de marzo de 2021

"Y a lo lejos una lucecita". Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (III)

Milicianos del Ateneo Libertario de las Cuarenta Fanegas de Chamartín en septiembre de 1936. Su sede estaba en el colegio Infanta María Teresa. Fuente: EFE/Díaz Casariego

Y a lo lejos, una lucecita es un buen relato, con momentos vibrantes e intensos, aunque adolezca de la simpleza y linealidad inherentes a la narrativa de Chaves Nogales en A sangre y fuego. El autor inicia la narración en un ambiente de psicosis: con los franquistas cerca de Madrid, un depósito de municiones es trasladado a los sótanos del Teatro Real, ante la certeza de que el enemigo conocía su anterior ubicación. A partir de ahí, Chaves vuelve a dar el protagonismo a los milicianos de gatillo fácil que también protagonizan otros relatos, aquellos que ejercerán la violencia con intensidad desmedida, mostrados como ignorantes e impulsivos: "su primer impulso fue el de todo miliciano: echarse el fusil a la cara y disparar". Poco después, el autor nos conduce hasta un palacio ocupado por los milicianos anarquistas de la CNT, convertido en sede de un ateneo libertario. Este tipo de ateneos eran en los años 20 y 30 instituciones educativas y culturales anarquistas que con la guerra se transformaron por lo general en centros de reclutamiento y represión (algunos albergaron checas), que realizaron también funciones humanitarias, albergando en su interior a refugiados y atendiendo comedores sociales. Los ateneos se desperdigaban por el Madrid en guerra, en casi todos los barrios se ubicaba alguno (Retiro, Ventas, Delicias, Atocha, Puente Vallecas, Tetuán, Chamartín, etc.) y solían ocupar edificios de envergadura, como era el caso de conventos, iglesias, cines, colegios, palacios u hoteles. 

El hotel Ritz de Barcelona fue convertido en comedor social por la CNT y la UGT durante la Guerra Civil. Fuente: arcdelahistori





Uno de los mejores momentos de todo el libro es la descripción que el autor hace de los refugiados hacinados en el ateneo libertario, la miseria que rodeaba a la mujeres y los niños, las molestias que ocasionaban a unos milicianos más preocupados en otros menesteres menos solidarios, el descarnado contraste entre la pobreza y la ruralidad de los refugiados y la riqueza y lujo del palacio ocupado. Nos acerca así el autor a una de las realidades menos conocidas de la guerra, el continuo flujo de desplazados internos que huían del avance del bando enemigo y sus represalias. Por razones obvias, estos flujos fueron mucho más importantes en la zona republicana, pues fueron los republicanos los que al perder pronto la iniciativa militar, retrocedieron y cedieron territorios continuamente, teniendo como consecuencia inmediata la huida masiva de la población afín ideológicamente. Así ocurrió durante la toma del Frente del Norte o la ocupación de Málaga, la conocida Desbandá, que condujo a miles de personas hacia el este por la carretera de la costa y terminó en una brutal matanza, producida por el ataque franquista sobre las columnas de civiles que huían. Sin embargo, y en contra de lo que se suele pensar, la mayor acumulación de refugiados se produjo en la zona centro y en los primeros meses de la guerra, justo en el momento en el que se sitúa la obra de Chaves, como consecuencia del avance del ejército de África por Andalucía occidental, Extremadura y Toledo en dirección a Madrid. El avance de las columnas de Castejón y Asensio fue acompañado de una brutal represión que generó un elevadísimo volumen de refugiados, que huyeron del avance rebelde hasta concentrarse en el Madrid convulso de la época. Decenas de miles de personas huyeron con lo poco que podían acarrear, lo hacían andando, en burro, en carros, coches o ferrocarril. La situación generó en la República graves problemas logísticos, agudizando la generalizada situación de hacinamiento y desabastecimiento que vivía el Madrid de los primeros meses de la contienda. En el momento en el que Chaves sitúa su relato, Madrid era una ciudad colapsada, con enormes dificultades para atender las necesidades de la población civil y de los refugiados. El gobierno republicano movilizó grandes recursos para alimentar y dar cobijo a tal población y en los meses siguientes optaría por evacuar a parte de los desplazados acumulados en Madrid hacia Valencia y Cataluña, desde la que muchos de ellos terminarían cruzando la frontera hacia Francia con el colapso de la República y el fin de la guerra. 

Campesinos huyendo de sus pueblos en el frente de Talavera (Toledo). Fuente: toledodiario.es (MCD.AGA Fondo Medios de Comunicación del Estado)


Enmarcado en el ambiente de hacinamiento, de caos y desidia del ateneo libertario, Chaves nos conduce ante otro de los factores más desconocidos de la guerra civil. El conflicto fue innovador en muchos aspectos y uno de ellos fue el uso de los medios de comunicación de masas, especialmente la radio. Los dos bandos comprendieron desde un principio sus enormes posibilidades como medio de guerra, siendo como era especialmente apto para la propaganda. A través de la radio se lanzaban mensajes con el propósito de desmoralizar al enemigo y a la vez estimular e informar a los que en la retaguardia enemiga resistían o actuabanLa mayoría de las emisoras inicialmente cayeron en manos de las autoridades republicanas, que ejercieron un fuerte control y censura sobre la información, conscientes de que la situación de guerra no les era beneficiosa. El bando rebelde, utilizó también la radio para contrarrestar tal censura y hacer llegar sus mensajes a la retaguardia del enemigo, exponiendo sus continuos avances militares. Hasta la fundación en enero de 1937 de Radio Nacional de España, ese papel lo ejerció sobre todo Radio Sevilla, dirigida por el general Queipo de Llano, convertido en estrella radiofónica, que con un estilo provocador y soez amenazaba y polemizaba diariamente con el enemigo. Es a él a quien Chaves llama con cierta ironía "el general-speaker", el que a través de la radio soltaba "sus retahílas de injurias", las mismas que terminan escuchando en el ateneo libertario los protagonistas del relato, los milicianos de la CNT.

 El general Queipo de Llano ante el micrófono de Unión Radio Sevilla. Fuente: Biblioteca del Ministerio de Defensa.
Cartel republicano alertando sobre la presencia de
la quintacolumna franquista. F.: serhistorico.es
Es precisamente una alocución de Queipo de Llano la que dará lugar a la desenfrenada cacería que se convierte en el leitmotiv del relato. Un miliciano de guardia, Pedro, había detectado una luz intermitente que transmitía señales desde un edificio próximo. Cuando el general Queipo, con su habitual arrogancia, afirma a través de la radio conocer el traslado de munición a los sótanos del Teatro Real, se desatan todas las alarmas entre los milicianos. Pronto descubren que una cadena de luces a lo largo de la ciudad va transmitiendo unos mensajes para los rebeldes. El jefe de los milicianos, Jiménez, junto a Pedro y varios de sus compañeros, inician una cacería que les conduce por la geografía de la capital en guerra a través de pisos, casas y hoteles. El autor nos sumerge en el Madrid hostil a la República, lo que Javier Cervera ha definido como la "ciudad clandestina", presentándonos un completo rosario de colaboradores con la causa franquista: militares afines a los rebeldes, señoras acomodadas que colaboran con los golpistas, barrios de clase alta vaciados por la huida de sus habitantes, de nuevo ese Madrid "quintacolumnista" que coopera con el enemigo y que ya vimos en Masacre, masacre. Lejos de ser un tópico, el Madrid de finales de 1936 era una ciudad en la que el enemigo se había infiltrado con fuerza en la administración, en el ejército republicano, incluso en las propias milicias y partidos obreros. El saberse rodeados de enemigos, creó en las milicias y organizaciones obreras del Madrid republicano una cierta psicosis que favoreció los excesos y la represión. En el relato, los milicianos reaccionarán ante los sucesivos descubrimientos con rapidez y contundencia, fusilando sin miramiento alguno a todos los involucrados. Asesinos y asesinados son vistos con cierta equidistancia, unos y otros son participes de una guerra en la que el autor no cree. 
La ejecución más dramática es la de la joven Carmiña, ejecutada en plena calle por los milicianos, uno de los cuales deja junto a su cadáver un mensaje lapidario: "Por espía de los fascistas". De nuevo, como en el relato "Masacre, masacre", el autor vuelve a ponernos ante la realidad de los llamados "paseos", protagonizados por las milicias en el Madrid de los primeros meses de la contienda. Los hechos se iniciaban con la detención, generalmente al anochecer, y solían terminar con la ejecución de la víctima unas horas después. Se trataba de una represión incontrolada ejercida por las milicias, que efectuaban detenciones arbitrarias y ejecutaban sin formación de causa y de forma clandestina, al margen de todo proceso judicial. Cuando el jefe de los milicianos, Jiménez, tiene la certeza total de que Carmiña colaboraba con los quintacolumnistas toma la decisión: "Vamos, niña". Carmiña pregunta "¿adónde? y la respuesta del miliciano no deja lugar a dudas: "A dar un paseo".

En la imagen el comandante Ortiz de Zárate, tras el fracaso del golpe militar en Guadalajara, poco antes de su fusilamiento. La imagen podría servir como ejemplo del drama que envolvería cualquier "paseo"  Fuente: foto Albero y Segovia. Archivo General de la Administración

La actitud agresiva de los milicianos y el temor que muestra el rostro de Ortiz de Azcárate sobrecogen al espectador. Fuente: Foto Albero y Segovia Archivo General de la Administración



La persecución termina conduciendo al grupo de Jiménez hasta una choza de pastores en Torrelodones y más tarde a un lúgubre sanatario antituberculoso en la sierra, cerca de Navacerrada, convertido en una triste y casi ridícula alegoría de la España desgarrada por la guerra, donde unos enfermos, moribundos y abandonados a su suerte, mantienen sus odios ideológicos hasta la muerte. En la sierra madrileña existían en la época varios sanatorios para tuberculosos como el Real Sanatorio de Guadarrama o el Sanatorio Neumológico de Guadarrama. Al final, casi al amanecer, los milicianos llegan al término de la cadena, una luz que los sumerge en las líneas enemigas. Es entonces, cuando dos de ellos se repliegan sobre sus pasos, aunque para sorpresa del lector, Jiménez y Pedro continúan y se internan con vehemencia mortal en las líneas enemigas en busca de la luz que perseguían. Los dos son abatidos. Un final poco previsible, casi irreal, pero muy potente y cargado de significado, una auténtica metáfora del abismo al que conduce la sed de sangre y la violencia inherente a la guerra.

Real Sanatorio de Guadarrama. Fuente: elviajerohistorico.wordpress.com (Colección Carlos Frías Valdés).

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