BLOG DE JOSÉ ANTONIO DONCEL DOMÍNGUEZ (I.E.S. LUIS CHAMIZO, DON BENITO, BADAJOZ)

miércoles, 5 de octubre de 2022

El mito del Che Guevara

El fotográfo suizo René Burri realizaba esta foto en 1963, durante una entrevista en el despacho del Che en el Ministerio de Industria cubano. La imagen se convirtió en un icono. Fuente: latinta.com.ar 












Indiscutiblemente, uno de los elementos que explica la enorme dimensión de la revolución cubana y su perdurabilidad en el tiempo es la fuerza y el carisma de sus líderes. El incontestable liderazgo de Fidel Castro fue clave para dar viabilidad y cohesión a la revolución. Su inmensa retórica, su imponente imagen, su carisma incontestable, son los signos distintivos de un personaje que bordeó el mesianismo, convertido en el "salvador" del pueblo, liderando un propósito histórico de redención a través de la revolución. Más allá del líder incontestable que fue Fidel, la revolución cubana se alimentó de un personaje todavía más fascinante, Ernesto Guevara, "el Che". Su personalidad aventurera e idealista sedujo al mundo entero mientras permaneció con vida, pero fue tras su prematura muerte, cuando se produjo su ascenso definitivo a los altares de la mitología revolucionaria mundial. Y el mito ha trascendido a la revolución. Aún hoy, cuando la revolución cubana languidece entre la pobreza y el aislamiento, convertida por el implacable discurrir histórico en un vestigio anacrónico de tiempos pasados, el mito del Che permanece, reconvertido en parte en un fetiche comercial, pero vivo en los sentimientos de gentes de todas las culturas y razas, que lo sienten como el gran revolucionario, capaz de dar la vida por su causa y por los demás. Al contrario que la figura de Fidel Castro, la suya no se vio erosionada por el discurrir de los acontecimientos, por la crisis brutal del modelo económico y político revolucionario a raíz de la caída del muro de Berlín. Por entonces, y aún hoy, el Che yacía plácidamente en el limbo de los mitos, pulcro y limpio, mientras los hermanos Castro se embarraban al enfrascarse en una resistencia numantina frente al "enemigo capitalista", desgastados por un autoritarismo con tintes cada vez más narcisistas, con la imperdonable terquedad de quien no sabe reconocer la derrota.

Maradona muestra el tatuaje del Che en su
brazo. Fuente: marca.com
Todavía hoy el Che pervive como el prototipo del libertador, como el adalid de las causas justas, de la lucha contra la opresión, y lo hace a pesar del descrédito y crisis del principio de revolución, parejo al retroceso del marxismo en los medios intelectuales y no intelectuales, y a pesar de la profunda desideologización de la sociedad, pareja al avance del conservadurismo, el neoliberalismo y la ultraderecha. Y lo hace porque su figura encarna mucho más que la revolución cubana, mucho más que una revolución comunista o proletaria, encarna esa vaga idea de liberación, así, a secas. Por eso la figura del Che es reverenciada por los más ortodoxos, pero también por los más heterodoxos, por eso caló en la iconografía del Mayo de 1968, que sembró con su imagen todo París, y por la misma razón, pervive todavía hoy en día, cuando parece que han transcurrido siglos desde el triunfo de la revolución en Cuba. Aunque son cada vez más los sectores que se atreven a tildarlo con el apelativo de "terrorista" (lo que ya era para algunos de sus coetáneos), los llaveros, chapas, banderas, carteles con sus efigies los han llevado, y aún los llevan, desde los últimos comunistas, hasta jóvenes demócratas vagamente de izquierdas, desde palestinos en lucha contra el estado sionista de Israel a jóvenes protagonistas de las primaveras árabes del siglo XXI; su imagen la puedes encontrar en un suburbio de Filipinas o de Sudáfrica y se niega a desaparecer de los campos de fútbol y las luchas sociales de la Europa actual, aunque ya no pueda competir con la extraordinaria pujanza de los iconos neofascistas. Pero si hay un lugar donde su imagen sigue viva es Latinoamérica. La izquierda latinoamericana, en toda su amplitud, no puede ni quiere renunciar al icono del Che, ese es el caso de Lula da Silva en Brasil, López Obrador en México, Chaves y Maduro en Venezuela o Evo Morales en Bolivia. Maradona, un gran icono, en este caso del fútbol, se tatuó la imagen del Che en su brazo (después también la de Fidel Castro en la pierna) como símbolo de su compromiso a nivel político. No pocos, en el mundo del deporte, han llegado a denominar a Maradona como el "Che" del fútbol. 

Manifestante palestino durante la Intifada. Fuente: latinta.com.ar


Conocido relieve con la imagen del Che en un edificio de la simbólica Plaza de la Revolución. Fuente:


Poster con la imagen del Che.














El día en que fue asesinado, el 9 de octubre de 1967, nacía uno de los grandes mitos del siglo XX. Pero ya en vida, el mito se estaba construyendo. Y a ello contribuyó su imagen, porque el Che entraba primero por su atrayente presencia, después por lo impetuoso de sus acciones y el contenido de su pensamiento: su rostro atractivo, su tez blanca, sus facciones finas, los arcos prominentes de sus cejas que le otorgaban una profundidad sombría a su mirada, su barba espaciada y leve, y su inconfundible estética marcada por la inseparable gorra y el uniforme militar. Una imagen que se mostró en todo su esplendor en la célebre foto que todos conocemos, en la que se inmortalizó a un Che marcado por la solemnidad de los héroes. Conocida como "Guerrillero Heroico", la foto fue realizada por el fotógrafo cubano Alberto Díaz, más conocido como Korda, el 5 de marzo de 1960. El gesto especialmente solemne y trascendente del Che tenía una razón de ser, la foto fue realizada cuando el comandante guerrillero asistía compungido al entierro de las víctimas de la explosión del La Coubre, un barco francés cargado de armamento que había llegado a La Habana y había explotado un día antes. Se produjo entonces una terrible tragedia, con más de setenta muertos y doscientos heridos. La indignación recorrió toda Cuba, el gobierno acusó a la CIA y a los EE.UU. de sabotaje, aunque éste lo negó. Todavía hoy se discute si fue un atentado terrorista, clásico en el proceder de la CIA, o un error en el traslado y descarga del armamento y la munición. La foto pasó inadvertida en un principio, y solo años después, especialmente tras el asesinato del Che, empezó a divulgarse y a ser conocida, hasta convertirse en una de las fotografías más reproducidas y conocidas de todo el siglo XX.

Esta es la más famosa foto del Che, realizada por el fotógrafo cubano Alberto Díaz, "Korda", en el entierro de las víctimas de la explosión del navío La Coubre en marzo de 1960. Fuente: wikipedia.org


"Korda" ante su legendaria fotografía del Che. Fuente: todocuba.org

Ya desde los tiempos de Sierra Maestra se presentía el mito del Che. Sus hombres le respetaban, le querían y le temían a la vez, le admiraban por su estoicismo y su capacidad de sacrificio: compartía con la tropa las privaciones, soportaba las duras caminatas en la selva, a pesar de su asma, y siempre marchaba por delante de sus hombres, no aceptaba ningún privilegio, su cargo y jerarquía no suponía ninguna distinción, comía lo mismo que sus hombres y cuando los campesinos les daban alimentos o materiales, los repartía equitativamente. Era severo e intransigente, duro en los castigos y amante de la disciplina, pero él era el primero en acatarla, y en este sentido, su comportamiento era siempre ejemplar. 

Fidel Castro, junto a su hermano Raúl, en el centro, y el Che Guevara en 1961. Fuente: www.opendemocracy.net 

El Che en un poblado al este del Congo.
Foto: AFP elmundo.es
Cuando los "barbudos" entran en Santiago de Cuba el 1 de enero de 1959 y triunfa la revolución, hacía ya meses que se hablaba del Che en toda Cuba. Eran pocos los que lo habían visto en persona, pero muchos los que lo admiraban. Durante los años 1961 y 1962 ocupó cargos importantes, primero en el Instituto de Reforma Agraria (INRA), después como ministro de Industria y presidente del Banco Nacional, convirtiéndose así en uno de los hombres más influyentes de Cuba. Sin embargo, el Che no tardó en dejar todo ese poder y se fue. En 1965 abandonó todos sus cargos y se dirigió al Congo, donde la CIA, con el apoyo de las democracias occidentales, había propiciado el asesinato del indomesticable presidente Patrice Lumumba. El fracaso del proyecto no le hizo renunciar a su internacionalismo revolucionario y buscó crear un nuevo foco revolucionario en un territorio más próximo, Bolivia. Sin la preparación adecuada, sin el conocimiento del terreno y la realidad del país, la misión terminó costándole la vida.

Esa manera tan suya de renunciar a unas cotas de poder por las que otros matarían, el profundo desprecio que sentía por la burocracia y los burócratas, seducía a unas masas que veían en él a un hombre intrépido y valiente, dispuesto con abnegación a combatir y dar la vida por aquello en lo que creía, un idealista a la par que un hombre de acción. Todo estos rasgos lo convirtieron en "carne de mito". Es conocida la impactante frase con la que se dirigía a los que se entrenaban en Cuba como guerrilleros: "Hagan de cuenta que están muertos y que lo que viven de ahora en más es prestado". Médico de profesión, nació en el seno de una familia acomodada argentina, mostrando desde muy joven su espíritu aventurero. Se convirtió en un viajero incansable que realizó varios viajes por América, entrando en contacto con los sectores sociales más desfavorecidos. En dichos viajes se configuró el Guevara posterior, aquel que concebía América Latina como un solo pueblo, sometido al dominio del imperialismo estadounidense, el mismo que había desarrollado una aguda consciencia de las terribles desigualdades sociales que azotaban el continente. El primer viaje panamericano, que tanto lo transformó a todos los niveles, realizado en 1952 con su amigo Alberto Granado, ha sido reflejado por el director de cine Walter Salles en la película Diario de motocicleta. Tras volver y terminar sus estudios de medicina, inició en 1953 un segundo viaje, que le llevaría hasta Centroamérica, donde pudo vivir en primera persona el golpe de estado que, bajo los auspicios de la CIA estadounidense, acabó con el régimen reformista de Jacobo Arbenz en Guatemala. Reafirma entonces sus ya sólidas convicciones antiimperialistas y se aproxima al comunismo, que antes había rechazado. En 1954 abandona Guatemala y se desplaza a México, donde entraría en contacto con los hermanos Castro.

Walter Salles dirigió Diario de una motocicleta

El Che aspiraba a un cambio radical, pero realizado a gran escala, con una dimensión continental o incluso planetaria. Para él América Latina era una realidad común, solo desgajada artificialmente por medios políticos y debido a intereses artificiales. Se incorporó a la corriente de pensamiento marxista paulatinamente, pero siempre con ciertas connotaciones de heterodoxia, marcadas por el pragmatismo revolucionario y por un cierto e innegable voluntarismo. Creyó siempre en la lucha armada como medio de acabar con la tiranía. Fue un teórico de la revolución y de la lucha guerrillera, llegando a escribir un manual al respecto, La guerra de guerrillas, publicado en 1960 y que se tradujo a muchos idiomas. La obra estaba dedicada a su compañero inseparable en Sierra Maestra, Camilo Cienfuegos, muerto en un accidente de aviación. Para Guevara, el guerrillero es un reformador social, que empuña las armas respondiendo a la protesta airada del pueblo contra sus opresores y que lucha por cambiar el régimen social que mantiene a las masas en la miseria. En el libro se desarrolla la teoría del foquismo: extender la revolución creando nuevos focos revolucionarios en un contexto de lucha internacional contra el imperialismo. Él no creía que fuera necesario esperar a que se dieran todas las condiciones para la revolución, el foco insurreccional podía crearlas. Y desde su percepción, en la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debía ser fundamentalmente el mundo rural.

El Che fue un teórico de la lucha guerrillera.
En la carta que escribió a sus padres desde la selva boliviana el 1 de abril de 1965, Ernesto les dice: "Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más consciente, mi marxismo está más enraizado y depurado. Creo en la lucha armada, como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, solo que de un tipo muy diferente y de los ponen el pellejo para demostrar sus verdades". Este fragmento deja al descubierto a todas luces su personalidad, mostrando algunos de los rasgos que hacían de él un hombre tan querido por los suyos, rasgos que contribuyeron a la confección del mito: era un hombre valiente, consecuente con sus ideas, honesto y honrado, de esos líderes capaces de abanderar una causa poniéndose al frente y asumiendo todos los riesgos, que dan la cara y no ponen la de los demás. Pero también un hombre directo y sincero. Sin tapujos admitía las críticas y reconocía sus errores. Un día declaró a un interlocutor que le preguntaba por los errores cometidos por la revolución cubana en materia económica: "Tienen que ser solamente algunos, si cuento todos los errores, tenemos para 10 días".

Sus aspiraciones no quedaban limitadas a un cambio en las condiciones actuales, a la transformación de la realidad, sino que pretendía lo que en sus palabras definió como el hombre del siglo XXI. Esa entrega política y combatiente, que tanto le caracterizó, derivaba de una fe inquebrantable en las posibilidades para la aparición de un "hombre nuevo", sobre el que una y otra vez vuelve en obras como El socialismo y el hombre en Cuba o El socialismo y el hombre nuevo, y que contribuyen, al origen de la mitología guevarista. A ojos de la actualidad, tales tesis puede resultar cuando menos ingenuas, pero sirven para entender su elevado nivel de entrega y compromiso.

Si la imagen y personalidad del Che son determinantes para el desarrollo del mito, también lo fue el contexto de la época que le toco vivir. En EE.UU. los años sesenta eran los del movimiento por los derechos civiles o la movilización masiva contra la guerra de Vietnam, en Europa era una época marcada por la proliferación de los movimientos sociales y el surgimiento del mayo francés en 1968. Un terremoto aún mayor sacudía África y Asia: se desarrollaban los procesos de descolonización y surgían activos movimientos antiimperialistas, protagonistas a la vez de procesos revolucionarios de distinto sesgo y naturaleza. El capitalismo global y el imperialismo, dominantes hasta entonces, parecían atravesar una fuerte crisis. EL orden colonial se había resquebrajado y las colonias accedían a la independencia, alterándose gravemente el "status quo" internacional. Mientras, en Extremo Oriente la guerra del Vietnam iba camino de convertirse en la primera y única derrota de la historia de los EE.UU., hiriendo su orgullo de superpotencia y destapando su profunda hipocresía, desprestigiándolo como adalid de los derechos humanos a escala mundial. La guerra de Vietnam marca un antes y un después para aquellos pueblos que luchaban por su independencia y para todos aquellos que creían en la revolución, al demostrar que era posible que el más débil venciera al más poderoso, que era posible resistir. Eran muchas cosas también las que se movían en Latinoamérica, donde la crispación era intensa: la crisis social, producto de las relaciones de dependencia y del carácter injusto de la estructura social, originó profundas tensiones, en las que nació, se consolidó y quiso expandirse la revolución cubana. Muchos sectores, especialmente jóvenes entendieron el cambio como el gran objetivo anhelado, y la revolución que debería ser a escala continental, se convirtió en el vehículo apropiado para alcanzar la meta. 

Manifestación en Berlín en febrero de 1968 contra la guerra del Vietnam. Fuente: passagejfv.eklablog.com  



El último ingrediente que terminó de configurar el mito del Che, fue su propia muerte. Como ya hemos comentando, después de arriesgar su vida en Sierra Maestra y en la sabana del Congo, el 9 de octubre de 1967 Ernesto Guevara moría en la selva boliviana. Había llegado a Bolivia en noviembre de 1966 con 47 combatientes, más de la mitad bolivianos, 16 de ellos cubanos, algunos de su círculo de confianza más estrecho. Se asientan en el sudeste del país, en esos límites montañosos y selváticos donde las montañas de los Andes desembocan en el Gran chaco. El grupo se autodenomina Movimiento de Liberación Nacional de Bolivia. Desde un principio se sucedieron los problemas, no consiguieron el apoyo campesino, tampoco tuvieron el respaldo del Partido Comunista, cuya logística era fundamental para la supervivencia del grupo, desconocían la realidad sociopolítica boliviana e incluso las condiciones del terreno. En este sentido, el proyecto y desarrollo del grupo y su actividad insurgente contradecía las tesis sostenidas por el propio Che respecto al desarrollo de los focos guerrilleros. Pronto comenzaron las escaramuzas con el ejército, que los fue aislando y cercando, y enseguida entraría en acción la CIA, que mandó algunos de sus agentes para sumarse a la caza de tan preciada "presa". El desgaste continuo, con goteo de bajas incluido, llegó hasta octubre de 1967. El 9 de octubre, el Che hacía su última anotación en su Diario de Bolivia y al día siguiente, cuando se quedaba rezagado con algunos hombres para proteger la huida de los enfermos, es herido en combate, mientras la mayoría de los que le acompañaban caen abatidos. Ejecutado más tarde, su cuerpo fue trasladado a Vallegrande, donde se expuso en el lavadero del hospital Nuestro Señor de Malta, donde fue exhibido públicamente durante más de un día. Allí fue donde se le hicieron las conocidas fotografías que impresionaron al mundo. Fue enterrado en una fosa común con otros seis guerrilleros, siendo encontrada su tumba en 1997. Sus restos fueron trasladados a Cuba poco después y recibidos en olor de multitudes. Hoy yace, junto a sus compañeros, en el Memorial de Ernesto Guevara en Santa Clara. 

El agente de la CIA, Félix Ismael Rodríguez, a la izquierda, junto al Che, en la última imagen del guerrillero antes de morir. Fuente: abc.es

Militares bolivianos junto al cadáver del Che. Fuente: diariodecuba.com
























Su muerte, tan joven, lo catapultó hacia el mito. Nadie ha conocido a un Che anciano y con canas, poco activo o apegado a sillones. El Che murió como y cuando debe morir un mito, joven y como un héroe. Y así quedó inmortalizado. Fue herido luchando con arrojo, no huyó dejando a los suyos, sino todo lo contrario, cubrió con la ayuda de algunos de sus hombres la retirada de aquellos que por sus heridas y condición física iban más lentos y corrían el riesgo de ser capturados. Una vez apresado, lo asesinan y exponen en público como si de una pieza de caza se tratara. La humillación del adversario que pretendían los militares bolivianos se volvió contra ellos: la bajeza de los enemigos del Che contrastaba con la nobleza y heroísmo demostrada por el guerrillero, contribuyendo así al nacimiento y desarrollo del mito. 

La muerte del Che la lloraron públicamente medio millón de cubanos reunidos en la plaza de la revolución durante la velada solemne celebrada en su honor el 17 de octubre de 1967. Desde entonces, el Che comenzó a vivir en la memoria popular de los cubanos, con o sin la ayuda de la propaganda oficial. En Cuba, el Che es algo más que el mito que representa para el resto del mundo, es el líder de la ética revolucionaria. El Che Guevara, para la gente de la calle en Cuba, es el modelo de la autoridad moral. Si la revolución cubana fue la gran conmoción que llenó de esperanza a los pueblos explotados de América Latina, mostrando que era posible rebelarse y vencer al "Imperio del Norte", el Che simbolizó, dentro de esta revolución, lo más puro, lo más digno, lo más arriesgado, lo más austero, imaginativo y solidario.

Mausoleo del Che Guevara en Santa Clara (Cuba). Incluye una gran estatua del guerrillero y alberga su cadáver y el de 29 de sus hombres. Fuente: wikipedia.









A modo de conclusión. Reflexión final

Son cada vez más los periodistas y tertulianos de pro que se atreven, desde el mundo progresista, ha criticar la figura del Che. No hace mucho que uno de ellos, en TVE, al criticar con acierto la deriva autoritaria de la Nicaragua de Ortega, afirmaba con desparpajo la necesidad de que algunos sectores de la izquierda se desprendieran de sus lastres y perjuicios, que renegaran de la ligazón que aún tenían con dictaduras y dictadores (se refería a la Nicaragua de Ortega, pero especialmente a la revolución de Cuba, y como no, al chavismo venezolano, convertido en los últimos tiempos en la quintaesencia del mal). El tertuliano afirmaba no entender como había gente autodenominada de izquierdas que todavía pudiera respetar a determinados personajes, y con un insolente reduccionismo nombraba dos ejemplos a repudiar: Stalin y el Che, y a este último lo denominó, sin reparo alguno, "terrorista". Más allá de la marcada superficialidad de tal afirmación, confundir al Che con Stalin es una muestra de total ignorancia. Ninguno de los dos creía en la democracia como la entendemos hoy en día, pero ambos tenían ideas muy diferentes de lo que debía sustituirla. Ni su comportamiento en vida, ni su legado tras su muerte tienen nada que ver. El Che no era un santo, pero era un hombre honesto y coherente, no era el tirano despótico y caprichoso que fue Stalin, era un guerrillero y quizás un aventurero, pero no un asesino de masas, era un hombre de acción, idealista y entregado a su causa, un hombre al que es justo juzgar ubicándolo en su época y en el contexto geográfico e ideológico que le tocó vivir. Si se define al Che como un "terrorista", lo que ha hecho la derecha política latinoamericana y europea toda la vida, y hoy hacen cada vez más sectores progresistas, primero habría que definir el término "terrorista", que yo siempre he considerado complejísimo, aunque algunos lo simplifican y tergiversan con intenciones ideológicas muy definidas. No me voy a embarcar en algo tan peliagudo como definir un término tan ambiguo y cambiante como el de "terrorismo", pero si puedo dejar claro que los mismos que llamaban "terrorista" al Che durante la época de la Guerra Fría, lo hacían también con Mandela (por lo visto, hoy considerado un símbolo de la paz a nivel mundial) y su Congreso Nacional Africano, que usaba la violencia como un instrumento de lucha contra la terrible injusticia que se vivía en Sudáfrica. Y por cierto, Mandela encontró siempre en la revolución cubana a su gran aliado, casi el único, cuando estaba abandonado por las democracias occidentales, convertidas en el gran sostén internacional del régimen del apartheid durante la Guerra Fría (por lo visto el apartheid sudafricano nunca fue terrorismo para algunos). 

Acercarnos al Che con los ojos de un europeo del siglo XXI no lleva a dimensionar adecuadamente al personaje. El Che justificaba el uso de la violencia y rechazaba el concepto liberal de democracia, entre otras razones porque el liberalismo parlamentario tenía una proyección muy diferente en Latinoamérica a la que tenía y tiene en Europa. Las sociedades latinoamericanas están dominadas por una desigualdad tan profunda a nivel social, económico y cultural, incluso racial, que el desarrollo de regímenes democráticos resulta un proceso tan arduo como frustrante. La democracia liberal en América Latina se cimentaba, y aún lo hace hoy, sobre la exclusión de parte de la sociedad del sistema económico y por tanto del político. No es de extrañar que hombres como el Che la despreciaran, como tampoco que recurrieran a la violencia en sociedades de por sí muy violentas, donde proliferaban dictaduras y regímenes políticos pseudodemocráticos, amparados por los Estados Unidos y sostenidos sobre oligarquías económicas que incluso tenían y tienen tintes raciales. No es de extrañar que cualquier intento de cambio en sociedades donde la injusticia iba tan ligada a la represión, pudiera estructurarse únicamente a partir del uso de la violencia.

El Che junto a Fidel Castro en Sierra Maestra. Fuente: fotosdelcheguevara.blogspot.com




martes, 14 de junio de 2022

La independencia de Ucrania entre 1917 y 1921. Historia de Ucrania y Rusia (parte III)

Manifestación a favor de la Rada Central en Kiev (1917). Fuente: thereaderwiki.com

Ucrania entra en el siglo XX fragmentada en dos, repartida desde las llamadas Particiones de Polonia a finales del siglo XVIII. Por un lado, el Imperio ruso, que con Catalina II llegará a controlar la Ucrania oriental y central, incluida buena parte de Volinia, por otro lado, el Imperio austrohúgaro, que pondrá bajo su control una parte importante de la Ucrania occidental, incluyendo la ciudad de Lvov/Lviv (transcarpatia, Bukovina y Galitzia). Aprovechando la crisis en la que se ven envueltos los dos grandes imperios durante la Primera Guerra Mundial, uno derrotado finalmente y el otro sumergido en un intenso proceso revolucionario, una parte del pueblo ucraniano intentará caminar hacia la independencia. En el contexto de la Primera Guerra Mundial, Ucrania se ve sumergida en una etapa de intensa inestabilidad, marcada por un constante enfrentamiento bélico entre múltiples partes, que se conoce de forma general como Guerra de Independencia de Ucrania. El conflicto se prolongó entre 1917 y 1921, y estuvo asociado al desarrollo de la Guerra Civil Rusa, de la que formó parte. En dicha guerra civil, los bolcheviques se impusieron finalmente a todos sus enemigos en 1921, y buena parte de Ucrania se incorporó a la nueva Unión Soviética, creada en 1922, bajo la denominación de República Socialista Soviética de Ucrania. Mientras, la Ucrania más occidental era repartida entre la nueva Polonia (incorporaba los territorios de Galitzia y Volinia), Rumanía (se anexionaba la Bukovina ucraniana, además de Besarabia, que incluía los territorios de la actual Moldavia y algunos territorios de la actual Ucrania) y Checoslovaquia, país surgido de la Primera Guerra Mundial, que se anexionaba transcarpatia.

Fuente: elaboración propia.


En la llamada Guerra de Independencia Ucraniana (1917-21) convergieron los más diversos actores, internacionales y nacionales, en el marco de un auténtico galimatías bélico y político, un caos total que permitió a Ucrania proclamar su independencia. En Ucrania lucharon los nacionalistas ucranianos, los anarquistas del Ejército Negro de Majnó, los bolcheviques del Ejército Rojo, los zaristas del Ejército de Voluntarios Blanco Ruso, las fuerzas de la Segunda República Polaca y las potencias centrales (Alemania y Austrohungría), interviniendo además los ejércitos de potencias aliadas como Rumanía y Francia.
El socialista Kerensky, como ministro de Defensa,
arenga a las tropas rusas en el frente. F.:
Iniciada la Primera Guerra Mundial, en 1914 los rusos realizaron importantes avances militares, lo que les permitió incorporar amplios territorios del Imperio Austrohúngaro, básicamente las zonas pobladas por ucranianos: la Galitzia ucraniana (este de Galitzia) y Volinia. Sin embargo, a partir de 1915, las contraofensivas de los imperios centrales llevaron al Imperio ruso a encadenar sucesivas derrotas y perder dichos territorios. Para 1917 Rusia había cedido gran parte de los estados bálticos, Polonia y casi toda Ucrania occidental (con la excepción del área de Ternopil). En dicho contexto de retroceso territorial y sucesivas derrotas militares, estalló en febrero de 1917 la Revolución en Petrogrado. El zar abdicó, creándose un nuevo Gobierno Provisional Ruso, que bajo el control del Partido Kadete Libertal y con apoyo socialista, abogaba por una República democrática y liberal al estilo occidental, manteniendo el respeto a la propiedad privada. Mientras, crecían y se consolidaban como poder alternativo los soviets o asambleas obreras, con el Soviet de Petrogrado al frente, donde los bolcheviques comunistas se habían hecho fuertes, defendiendo la "Dictadura del proletariado" y abogando por una revolución de carácter socialista que acabara con la propiedad privada. Pero el nuevo Gobierno Provisional tomó una decisión que terminó siendo determinante para su futuro: decidió continuar la guerra contra Alemania y Austro-hungría, a pesar del rechazo de la población y la indisciplina generalizada de la tropa en el frente. Y precisamente, la mayor ofensiva rusa del momento, protagonizada por el general Brusilov y realizada en el verano de 1917, se realizó en tierras de la Ucrania occidental, en las zonas de Lutsk y Lvov.

Soldados rusos en junio de 1917. Rusia estaba preparando la ofensiva del general Brusilov.
Fuente: today-in-wwi.tumblr.com

Frente oriental de la I Guerra Mundial entre 1914 y 1916. Fuente: revistacredencial.com

Profesor Mykhailo Hrushevsky, jefe de la Rada
Central. Fuente: istpravda.com.ua
Este contexto de democratización en Rusia alentó a muchos pueblos del inmenso imperio a buscar una autonomía y en algunos casos la autodeterminación. En relación con esto, en marzo se declara en Kiev la República Popular de Ucrania, concebida como una realidad autónoma dentro de Rusia y dirigida por la llamada Rada o Consejo Central, en la que dominaban las tendencias socialistas y con grandes vínculos con el Gobierno Provisional Ruso. Dirigida inicialmente por el historiador Myjailo Grushevsky, defendía la autonomía nacional territorial de los ucranianos como parte de una Rusia federal y democrática. Los apoyos a la Rada crecieron rápidamente y el nacionalismo ucraniano se vio beneficiado por el desmoronamiento del Imperio ruso y la creciente incertidumbre e inestabilidad que la revolución y la guerra habían traído, con deserciones e indisciplina generalizada en el ejército ruso. La situación se hacía aún más compleja con la insurrección de los anarquistas del Ejército Negro de Nestor Majnó, que se habían hecho fuertes en el sureste de Ucrania, y la creciente influencia de los bolcheviques en el este, en zonas como Jarkov y el Donbás, en las que protagonizaban continuas revueltas y huelgas, especialmente en la cuenca industrial y minera de Donetsk.
En este contexto, y ante la inacción del Gobierno Provisional Ruso, que ignoraba las demandas de autonomía ucraniana, la Rada Central lanzó en junio de 1917 la Primera Universal, en la que se proclamaba la autonomía de Ucrania dentro de Rusia, creándose unos días después un gobierno o Secretaría General encabezado por Volodímir Vinnichenko. Los intentos de negociación con el gobierno ruso no condujeron a nada y el 16 de julio la Rada Central cedió ante el gobierno ruso y adoptó la Segunda Universal, en la que renunciaba a la autonomía hasta que se convocara la Asamblea Constituyente de toda Rusia, que se esperaba para principios de 1918. Tal cesión fue rechazada de plano por los sectores más nacionalistas de la sociedad ucraniana y las tensiones nacionalistas fueron creciendo.
El 7 de noviembre de 1917 triunfaba la revolución comunista en Petrogrado y los bolcheviques deponían al Gobierno Provisional Ruso. Surgía entonces un nuevo gobierno, el Consejo de Comisarios del Pueblo, dirigido por Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, líder indiscutible de los bolcheviques. Éstos intentaron controlar Ucrania y tomar el poder en Kiev, pero no lo consiguieron y el 20 de noviembre la Rada Central adoptó la Tercera Universal, en la que se proclamaba la República Popular de Ucrania dentro de la República Rusa, se buscaba una autonomía dentro de una federación de pueblos iguales y libres. La Rada inició entonces un ambicioso programa de reformas sociales e inició por su cuenta conversaciones de paz para la retirada de Ucrania de la Primera Guerra Mundial.
Anuncio de la Tercera Universal de la Rada Central de Ucrania en la Plaza de Santa Sofía de Kiev. 20 de noviembre de 1917. En el centro están Symon Petliura, Mykhailo Hrushevsky, Volodymir Vynnychenko. Fuente: istpravda.com.ua
El 25 de noviembre de 1917 se celebraron las esperadas elecciones a la Asamblea Constituyente Rusa en las que vencieron los socialrevolucionarios, con un apoyo masivo en el campo, quedando en segundo lugar los bolcheviques, con el respaldo mayoritario de los obreros de las ciudades industriales. En Ucrania el peso de los bolcheviques era considerablemente menor al de otras regiones del Imperio: habían vencido los socialrevolucionarios ucranianos, mientras otras agrupaciones de carácter ucraniano y nacionalista se llevaban buena parte de los votos que restaban, siendo los bolcheviques una clara minoría. A nivel estatal, la estrategia bolchevique era clara, priorizar los soviets como órganos representativos del pueblo en contraposición a una Asamblea constituyente en la que no tenían mayoría. Así lo habían evidenciado a través del lema de octubre, con el que habían llegado al poder: "Todo el poder a los Soviet". Por otro lado, el carácter mayoritario de los socialrevolucionarios era matizable, ya que hay que tener en cuenta en su victoria a los socialrevolucionarios de las nacionalidades (entre los que destacaban los socialrevolucionarios ucranianos), que tenían una línea independiente, y los socialrevolucionarios de izquierdas, próximos a las tesis bolcheviques y que en principio colaboraron con ellos. Finalmente, el 19 de enero la Asamblea constituyente fue disuelta por los bolcheviques en el poder.
Desde el principio, la actitud de los bolcheviques resultó abiertamente hostil a la República Popular de Ucrania y la autoridad de la Rada Central. Ante el fracaso de su intento de hacerse con el control de Kiev y de utilizar el Congreso de los Soviets de Ucrania para suplantar el poder de la Rada Central, el gobierno comunista de Petrogrado lanzó un ultimátum, rechazado por la Rada, lo que desembocó en una intervención militar directa. El 22 de diciembre de 1917 las tropas de la Guardia Roja, dirigidas por Vladímir Antónov-Ovséyenko, tomaban Járkov y creaban en la ciudad un Congreso de los Soviets de Ucrania alternativo, proclamando la República Popular Soviética de Ucrania, con capital en Járkov, que había de gozar de autonomía dentro de la Rusia Soviética. El nuevo gobierno emitió un manifiesto de derrocamiento de la Rada Central, mientras el 7 de enero un ejército bolchevique atacaba Kiev. Es en este contexto, y ante la hostilidad bolchevique, cuando la Rada Central adoptó la Cuarta Universal (22 de enero de 1918), proclamando la independencia de la República Popular de Ucrania y pidiendo al pueblo ucraniano que luchara contra sus enemigos, en lo que era una alusión directa al gobierno comunista de Petrogrado. La Rada Central dejó claro a la comunidad internacional que mantendría relaciones internacionales independientes de Rusia y en enero de 1918 la delegación ucraniana se incorporaba a las conversaciones de paz de Brest-Litovsk junto a las potencias centrales y el régimen bolchevique. Los ucranianos querían tener la voz cantante en todo lo relacionado con la paz en el frente ucraniano, así como discutir la incorporación a la República Popular de Ucrania de los territorios occidentales históricamente bajo control del Imperio austrohúngaro (Galitzia, Bukovina y Transcarpatia).

Las delegaciones alemana, rusa y ucraniana reunidas en Brest-Litovsk. Fuente: istpravda.com.ua

Tratado de Brest-Litovsk. F.: historia.nationalgeographic.com.es
El 9 de febrero de 1918, la República Popular de Ucrania firmaba un Tratado de paz en Brest -Litovsk por separado con las potencias centrales. Estas la reconocían como un estado independiente y le prometía ayuda en su guerra contra la Rusia soviética. A cambio, Ucrania renunciaba a los territorios occidentales, históricamente bajo control austrohúngaro, y se comprometía a aportar importantes suministros a Alemania y Austro-hungría, no olvidemos que la estepa ucraniana es un inmenso granero agrícola. El apoyo alemán resultaría importante a partir de entonces, aunque siempre sujeto a los propios intereses germanos. En una situación de extrema volatilidad, los bolcheviques tomaban Kiev a comienzos de febrero de 1918, pero el 2 de marzo el ejército alemán recuperaba la ciudad y la Rada Central volvía a Kiev. Sin embargo, los alemanes tenían otros planes para Ucrania y terminaron por apoyar la causa de un antiguo general imperial, Pavló Skoropadski, un cosaco muy conservador y de familia terrateniente, decididamente hostil a la Rada Central y sus tendencias socialistas. 
El hetman Skoropadsky el kaiser Wilhelm.
Fuente: commons.wikimedia.org
El objetivo era convertir a Ucrania en una especie de protectorado alemán, acabando con las políticas reformistas y sociales de la Rada y devolviendo la propiedad de la tierra a los terratenientes. En mayo de 1918, con apoyo alemán, Skoropadski derrocaba la Rada Central y acababa con la República Popular Ucraniana, lo que suponía la instauración de las tradiciones cosacas en la formación del estado, el hetmanato, así como las tradiciones políticas autoritarias del Imperio ruso. El nuevo poder contó con el apoyo alemán y de las clases más conservadoras de la sociedad ucraniana (militares, terratenientes, etc.), buscando además la aproximación a los ejércitos blancos del general zarista Denikin, que se había hecho fuerte en las regiones vecinas del Don y el Kuban, al este de Ucrania. 
Pero la situación cambia con la derrota final de los imperios centrales en noviembre de 1918, lo que estimula un levantamiento nacionalista cuyo cabecilla militar será Simon Petliura. El hetman Pavló Skoropadski aguantaría todavía un mes en el poder antes de ser depuesto, a la vez que los rebeldes entraban en Kiev. Firmado el armisticio de la Gran Guerra con la consiguiente rendición de Alemania, el gran sostén del régimen de Skoropadski había desaparecido, lo que permitió la restauración de la República Popular de Ucrania, aunque solo formalmente, porque el 13 de noviembre el poder quedó en manos de un Directorio no elegido, con 5 miembros encabezados por Volodímir Vinnichenko. Las fuerzas militares leales al Directorio estarían bajo la autoridad de Simon Petliura, aunque resultaban una amalgama de diferentes grupos casi independientes, bajo el control de variopintos señores de la guerra. El nuevo poder trató de ganarse el apoyo popular y campesino con una política de entrega de tierras y represión de los terratenientes y se enfrentó a las fuerzas de la República Socialista Soviética de Ucrania, apoyada por Moscú. Sin embargo, el nuevo gobierno se fue debilitando pronto por la división interna, la escasa aplicación de sus políticas sociales y agrarias, lo que le restó apoyo popular, así como el descontrol y falta de cohesión de sus fuerzas militares. Eso permitió a los bolcheviques tomar la capital en febrero de 1919, mientras el Directorio se refugiaba en el oeste del país. Pero el poder bolchevique resultó del todo efímero, debido al imparable avance del Ejército de Voluntarios Blanco del general zarista Denikin a lo largo del verano. El tener un enemigo común, los comunistas bolcheviques, no unió a las dos fuerzas, pues el nacionalismo ruso de Denikin era incompatible con el nacionalismo ucraniano de Petliura. La consecuencia resultó obvia, ambas fuerzas, zaristas rusos y nacionalistas ucranianos, se declararon la guerra. Pero los ejércitos blancos de Denikin tenían en esos momentos las de ganar, su avance resultaba imparable y después de conquistar gran parte de Ucrania, en otoño se lanzaban hacia el norte en dirección a Moscú, lo que pondría en serios aprietos al gobierno bolchevique.

El ejército rojo bolchevique entra en Kiev en 1919. Fuente: trotskyistplatform.com

Sin embargo, el Ejército de Voluntarios del general blanco Denikin pronto se mostró demasiado débil para controlar tan extensos territorios. Si en las zonas de Rusia que ocupó no se ganó el apoyo campesino, en Ucrania menos aún, lo que le impidió afianzar su poder en las zonas ocupadas. A la represión sobre los campesinos y la devolución de la tierra a los terratenientes, en Ucrania se unió una política activa de represión nacional, con la prohibición del idioma ucraniano y la persecución de la intelectualidad ucraniana, así como la intensa violencia sobre la gran población judía ucraniana, con la puesta en marcha de brutales progroms o matanzas, que enraizaban en el profundo antisemitismo tradicional del Imperio ruso.
La situación militar y política de la Ucrania de la época resultaba, como hemos podido ver, extremadamente compleja. A la guerra entre el nacionalismo ucraniano, que había proclamado la República Popular de Ucrania, y el poder central bolchevique, había que unir el enfrentamiento de los bolcheviques contra los zaristas de Denikin, y todo ello en el contexto del final de Primera Guerra Mundial, con unas potencias centrales (Alemania y Austro-hungría) que mantuvieron su influencia hasta finales de 1918. Pero esta situación se complicaba aún más con el surgimiento en octubre de 1918 de la República Popular de Ucrania Occidental, dirigida por Yevguén Petrushévich, que se extendía por los territorios ucranianos bajo dominio histórico del Imperio austrohúngrao, que con el final de la guerra había entrado en descomposición hasta su desaparición total. En enero de 1919, la República Popular de Ucrania y la República Popular de Ucrania Occidental, se fusionaron en un solo estado a partir del Acta de Unificación de Ucrania, también conocida como Acta o Ley Zluky. En el nuevo estado, Galitzia se convertía en una región autonóma dentro de la Ucrania unificada, aunque en realidad, la unión resultó ser más formal que real, pues la república occidental, que estaba mejor organizada, mantuvo su propio ejército y estructura administrativa.
La situación se complicaba aún más con la aparición en escena del nuevo estado polaco, surgido del colapso de los imperios centrales y la debilidad del Imperio ruso tras la Revolución Rusa. La nueva Polonia independiente mostrará enorme interés por los territorios de la Ucrania occidental, históricamente muy vinculados a Polonia y donde existía una amplia minoría polaca, mayoritaria en las grandes ciudades como Lvov (Lviv en ucraniano). Se inicia así la que se dio en llamar como Guerra polaco-ucraniana. Aunque en febrero de 1919 los ucranianos sitiaron Lvov, en julio las contraofensivas polacas les permitieron controlar amplios territorios de la Ucrania occidental, incluida buena parte de la región de Galitzia. A pesar de todo ello, Petliura y el Directorio se fue acercando a los polacos con la intención última de frenar el avance bolchevique, mientras las potencias de la Entente, con Francia y Gran Bretaña a la cabeza, aceptaban el avance polaco por la misma razón. Esta realidad estratégica condenó a la Ucrania occidental, que irreversiblemente terminó bajo ocupación polaca.

Simon petilura en kiev en mayo de 1920 con tropas ucranianas. Fuente: neweasterneurope.eu 

S. Petliura y el general polaco Edward Rydz-Smigly
 durante la ofensiva sobre Kiev en 1920. F.:wikipedia
A principios de 1920, el ejército zarista de Denikin se hundió, iniciando una retirada en desbandada que le hizo perder todos los territorios conquistados en Ucrania. Se produjo entonces un rápido avance bolchevique hacia el sur, hacia Ucrania, que Peltiura solo pudo frenar gracias al apoyo polaco, en virtud de un pacto con Jósef Pilsudski, el líder nacionalista polaco. El 21 de abril de 1920 se firmaba la alianza polaco-ucraniana en el Tratado de Varsovia. En mayo los ejércitos polacos y ucranianos desbordaron a las defensas soviéticas y tomaron kiev. Ucrania se veía así envuelta de lleno en la Guerra polaco-soviética que se desarrolló entre 1919 y 1921 y que se suele considerar el último capítulo de la Guerra Civil Rusa. El nacionalismo polaco pretendía con su ofensiva hacia el este consolidar su proceso de independencia con la creación de una Gran Polonia que incorporara al nuevo estado amplios territorios de Bielorrusia y Ucrania occidental. Pero a partir de mayo, los soviéticos pasaron a la ofensiva y avanzaron con rapidez hacia Varsovia, recuperando Kiev y avanzando sobre Lvov. En julio, la caballería roja bolchevique estaba a punto de tomar Varsovia, pero en una especie de "acordeón" militar, los polacos se sobrepusieron y pasaron de nuevo a la ofensiva en septiembre y octubre. En octubre de 1920, los soviéticos pidieron la paz y se produjo un alto el fuego. El Tratado de Riga sancionó definitivamente la paz en marzo de 1921 entre la segunda República de Polonia y la Rusia soviética. Con él se derogaba el anterior Tratado de Varsovia de abril de 1920, que había creado la alianza polaco-ucraniana. Los nacionalistas ucranianos de Petliura no fueron invitados y los territorios que habían formado parte de la Ucrania independiente en los años anteriores fueron repartidos entre polacos y soviéticos. Polonia se quedaba con la mayoría de Ucrania occidental (Volinia y Galitzia), mientras la Ucrania central y oriental quedaba en manos rusas. La región occidental de transcarpatia quedaba en manos de la recién nacida Checoslovaquia y Bukoviana pasaba a control rumano. La situación se convertía en un mazazo mortal y definitivo para la República Popular de Ucrania, que desaparecía, emparedada como en otros momentos de la historia entre las potencias vecinas. Se habían definido las nuevas fronteras de Europa oriental durante el periodo entreguerras y en el nuevo mapa no había sitio para una Ucrania independiente.

Europa oriental tras el Tratado de Utrecht. Ucrania no existía como estado independiente. F.: wikipedia.org

Composición étnica de la Polonia surgida tras la I Guerra Mundial. F.: elordenmundial.com

La siguiente SECUENCIA DE MAPAS nos permite comprender mejor la evolución del complejo proceso independentista ucraniano desarrollado entre 1917 y 1921. Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com
Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com


viernes, 8 de abril de 2022

Renacimiento cultural ucraniano y represión imperial en el siglo XIX. Historia de Ucrania y Rusia (Parte II).


"Iglesia en Kiev". Obra pictórica del Taras Sevchenko, el gran bardo del nacionalismo ucraniano. Fuente: boverijuancarlospintores.blogspot.com


Fuente: Wikipedia
Como ya hemos desarrollado en la entrada anterior, "Historia de Ucrania y Rusia (Parte I). Desde los orígenes hasta el siglo XVIII", el Imperio ruso llegó a controlar buena parte de la actual Ucrania durante el reinado de Catalina II la Grande, sometiendo definitivamente al Hetmanato cosaco en 1864 e incorporando enormes territorios occidentales arrebatados a una Polonia que, a finales del siglo XVIII, es despedazada y repartida entre Prusia, Austria y Rusia (Particiones de Polonia entre 1772 y 1795). Se iniciaba entonces un intenso proceso de rusificación, que ya se había puesto en marcha en las zonas orientales y centrales de Ucrania a principios del siglo, con el reinado de Pedro el Grande. 

La Eneida de Ivan Kotliarevski
Sin embargo, algo se empieza a mover con la llegada del nuevo siglo. Si el siglo XIX es el "Siglo de Oro" de la literatura rusa, es también el del renacimiento cultural ucraniano. Como en tantos pueblos de Europa y de la misma España, el romanticismo y el nacionalismo permitieron el desarrollo de amplios movimientos culturales y políticos, que reivindicaron la cultura propia y especialmente la lengua como elemento distintivo e identitario. Será así como una lengua denostada por la autoridad imperial y despreciada por las propias élites ucranianas, empiece a dejar de ser considerada una lengua de simples siervos y campesinos, un simple dialecto del ruso, para ser utilizada en la literatura y revalorizada por una élite intelectual. 

Aunque la primera obra escrita en ucraniano moderno había surgido en 1789, la Eneida de Ivan Kotliarevski, será el siglo XIX el que abrirá el camino a los cambios. La fundación de universidades como las de Kiev y Járkov a principios de la centuria iba a favorecer el nacimiento de círculos intelectuales que comenzarían a escribir en ucraniano e iniciarían el proceso de normativización gramatical del idioma. Como en muchos lugares de Europa, se extendía igualmente el interés por el folclore y la cultura popular, apareciendo las primeras Historias de Ucrania.

Taras Shevchenko. Retrato de Ivan Kramskoi.
Fuente: hmong.es 
En 1840, Tarás Shevchenko (1814-61), pintor, escultor y escritor, publica su primera colección de poesía, Kobzar, escrita en ucraniano y que se convertirá en una de las grandes referencias literarias de la nación ucraniana hasta la actualidad. Aunque también escribió en ruso, su obra en ucraniano es un referente. Miembro de la Hermandad de Cirilo y Metodio, sociedad secreta que aspiraba a amplias reformas en el Imperio ruso, sufrió la represión y el destierro. A dicha Hermandad pertenecía también Nikolay Kostomarov, que publicó revistas como Osnova y era conocido por su Historia de Ucrania y su intenso trabajo etnográfico como folclorista. La labor de estos personajes resultó fundamental, contribuyendo a forjar una emergente consciencia nacional que se proyectó en años sucesivos en el surgimiento de asociaciones culturales o hromadá y la aparición de escuelas dominicales en las que se utilizaba la lengua ucraniana, en oposición a la educación formal desarrollada por la administración imperial rusa que se cursaba en su totalidad en ucraniano. Toda esta actividad cultural permitió el surgimiento y crecimiento de un sentimiento nacionalista que, cada vez más, fue generando una fuerte desconfianza en las autoridades imperiales, que lo entendían como un desafío. Hasta entonces la identidad ucraniana nunca había sido de gran preocupación para los rusos, que se referían a Ucrania como la "Pequeña Rusia". Todo ello desembocó en una política cada vez más represiva a nivel cultural que se agudizó con la sublevación polaca en el llamado Levantamiento de Enero de 1863, que ejemplificaba a la perfección el aumento creciente de las tensiones separatistas dentro del Imperio ruso. Muchos activistas ucranianos fueron arrestados y numerosas publicaciones cerradas, mientras se cerraban las hromadá y las escuelas dominicales. El proceso culmina con la publicación del ukaz o edicto de Ems, emitido por Alejandro II en 1876, que vetaba de forma expresa en el Imperio ruso y en el ámbito público el uso de la lengua ucraniana, que denominaba el dialecto de la Pequeña Rusia, prohibiendo su uso en textos de cualquier tipo, así como la importación desde el extranjero de publicaciones en ucraniano. Tampoco era posible la representación de obras de teatro y la enseñanza escolar y universitaria en dicho idioma. Numerosos intelectuales tuvieron que coger el camino del exilio y la vida cultural ucraniana quedó congelada. Con el tiempo y bajo el reinado de Alejandro III, las disposiciones restrictivas del ukaz de Ems fueron suavizadas, lo que permitió que se publicaran libros y se representaran obras de teatro en ucraniano. Sin embargo, y de forma inexorable, la cultura rusa se establecía cada vez más como la dominante en la Ucrania bajo control del Imperio ruso, mientras el sentimiento nacionalista quedaba reducido a una minoría cuya capacidad de penetración en la población era reducida, proyectándose en la actividad de organizaciones como la Hermandad Trarasivtsi, surgida en 1891, que aglutinaba a los partidarios de una autonomía nacional.

Alejandro II de Rusia. Fuente: Getty images


La evolución de los acontecimientos fue diferente en la parte más occidental de la actual Ucrania, que incluía la mitad oeste de la región histórica de Galitzia, la región de transcarpatia (Ruthenia), el norte de Bucovina, territorios que quedaron bajo control austrohúngaro en 1772, tras la desmembración del estado polaco en las llamadas Particiones de Polonia. La región de Galitzia había sido una región que históricamente, y desde el medievo, había permanecido bajo control de Polonia, lo que se evidenciaba en la existencia de una gran pluralidad étnica y una marcada influencia cultural polaca. La parte occidental de la región estaba poblada mayoritariamente por polacos (hoy pertenece a Polonia), pero en la zona oriental existía una mayoría ucraniana, aunque con importantes minorías polaca, húngara y alemana. En el siglo XIX, el Imperio austrohúngaro se mostró como un estado más permisivo con las culturas e idiomas nativos de lo que lo fue el Imperio ruso, permitiendo su uso en las escuelas de enseñanza primaria. No ocurría lo mismo con los centros universitarios, como la universidad de Lemberg (Lviv en ucraniano o Lwow en polaco), que se había convertido en el gran centro cultural de la región ya desde la época de dominio polaco. Tras la destrucción del estado polaco, la universidad sufrió un proceso de germanización que cristalizó en la institucionalización del alemán como su idioma oficial. La oposición a tal proceso culminó durante el periodo revolucionario de 1848, que supuso el estallido de las aspiraciones nacionalistas en toda Europa y particularmente en el Imperio austrohúngaro. En respuesta a la actitud de los estudiantes que desafían a la autoridad y reclaman la polonización de la universidad, las autoridades imperiales intervinieron militarmente, permaneciendo la universidad cerrada hasta 1850. Sin embargo, las reclamaciones estudiantiles no cayeron en saco roto, en las décadas sucesivas el polaco y el ucraniano pasaron a ser lenguas oficiales en la universidad de Lemberg (Lviv).

Fuente: elaboración propia.


Iván Yakovych Frankó. Fuente: Wikipedia
Sería en esa época, en el último cuarto del siglo XIX, cuando cursaría sus estudios universitarios en Lemberg (Lviv) el que se había de convertir en uno de los grandes referentes del nacionalismo cultural y político ucraniano, Iván Yakovych Frankó. Un intelectual en la dimensión total de la palabra, que desarrolló su obra en las últimas décadas del s. XIX y las primeras del s. XX. Fue dramaturgo, poeta y prosista, filósofo e historiador, lingüista y folklorista, activista político y periodista, además de una incansable traductor. Tradujo al ucraniano las obras de los principales escritores de la literatura universal, desde el alemán Goethe al inglés Shakespeare, del francés Víctor Hugo al ruso Dostoyevski, incluyendo los grandes clásicos de la literatura castellana como Lope de Vega, Calderón de la Barca o Cervantes. Su papel fue muy destacado en cuanto al proceso de normalización y uniformización lingüística de la lengua ucraniana, así como en la consolidación del lenguaje científico ucraniano. Hoy es una de las grandes referencias intelectuales del nacionalismo ucraniano.

Lviv es conocida como "La ciudad de los mil nombres": Lviv en ucraniano, Lvov en ruso, Lwow en polaco Lemberg en alemán o Leópolis en español. Bellísima ciudad patrimonio de la Humanidad, fue el centro neurálgico de la Galitzia histórica y hoy capital cultural de Ucrania.