BLOG DE JOSÉ ANTONIO DONCEL DOMÍNGUEZ (I.E.S. LUIS CHAMIZO, DON BENITO, BADAJOZ)

viernes, 4 de septiembre de 2015

La aventura del "Glorioso", un navío de línea español del siglo XVIII. HOMENAJE A ÍÑIGO.

El Glorioso entabla su último combate con el navío inglés Russell. Pintura de Carlos Parrilla Penagos.

ESTO NO ES UNA ENTRADA COMO LAS DEMÁS. Ni siquiera estaba prevista. Realmente es un sincero HOMENAJE A UN JOVEN SEGUIDOR DE ESTE BLOG, ÍÑIGO, amante de la historia e hijo de un buen compañero y todavía mejor persona. Desgraciadamente hoy ya no está con nosotros. Él buceaba de vez en cuando en este humilde blog y me consta que disfrutaba con algunas de sus entradas. Le encantaban especialmente las dedicadas a la historia naval del siglo XVIII, por eso he decidido volver sobre el tema para analizar la increíble aventura de un navío de línea español, el Glorioso, en la mitad del siglo. Sé que el tema le encantaría. No soy creyente, no tengo fe en otras vidas, pero si creo que los seres humanos perviven, cuando ya no están, en el corazón y el recuerdo de las personas que les quieren. Estoy seguro que desde el corazón de sus padres, Íñigo disfrutará conociendo la singladura de este barco, digna de la más increíble novela de aventuras.

Pedro Mesía de la Cerda y el Glorioso

Pedro Mesía de la Cerda.
Pedro Mesía de la Cerda había nacido en Córdoba en 1700. Tuvo una vida larga y longeva para su época, muriendo a los 83 años de edad. De ascendencia nobiliaria, fue oficial de la Real Armada y término siendo Virrey en la América colonial. Así pues, su periplo vital estuvo marcado por una destacada carrera militar y política, que sin embargo, hubiera pasado desapercibida para el gran público si no es porque en el ecuador de su vida protagonizó toda una hazaña naval, que lo catapultó a los altares de la historia militar española y lo ha terminado convirtiendo en un icono del más reciente nacionalismo español, obsesionado por encontrar héroes en medio de la implacable decadencia que desde el siglo XVII hasta el XIX conoció el Imperio español.
Cercana la mitad del siglo XVIII, Mesía comandaba como capitán de navío un buque de línea español, el Glorioso, botado en 1740 y construido en los astilleros de La Habana, ya por entonces los más importantes de la corona española. Por entonces, en este astillero se utilizaban maderas nobles americanas, de inmejorable calidad. que daban valor a los nuevos buques, construidos según el sistema del marino y ingeniero naval Antonio Gaztañeta. Partiendo de sus modelos, que sirvieron de base para la construcción naval hasta mediados de siglo, se fabricaron en la época barcos que se resultaban maniobrables y de gran calidad. Dichos buques eran pieza clave en el proceso de rearme naval que los borbones habían iniciado desde su llegada al poder y cuya finalidad era recuperar el control de las rutas del Atlántico frente a los ingleses. La construcción del Glorioso fue dirigida por Juan de Acosta, que durante muchos años trabajó como constructor en el astillero de la Habana. En 1738 recibió el encargo de construir una fragata y dos navíos de línea de similares características, el Invencible y el Glorioso. Se trataba de navíos de 70 cañones y dos cubiertas. Por su tamaño y capacidad artillera, se encontraban entre los navíos de línea más pequeños y también más comunes en la mayoría de las flotas, entre 70 y 80 cañones. Con todo, su tamaño y potencia de fuego era mucho mayor que la de otros barcos más ligeros como las fragatas o los bergantines. El Glorioso, como la mayoría de los navíos de guerra españoles, tenía también un nombre religioso, que en este caso era el de San Ignacio de Loyola. Su construcción se prolongaría excesivamente en el tiempo hasta 1740, debido a las dificultades presupuestarias y al aumento de los costes respecto al proyecto inicial. Desde el primer momento, tras su botadura, el barco fue empleado en la custodia y traslado de caudales desde América hasta la Península Ibérica.


Como se puede suponer, cuando Pedro Mesía alcanza el mando del Glorioso, había acumulado una dilatada experiencia, iniciada desde se incorporación a la Real Armada como guardiamarina en 1717. Participó en los años siguientes en algunas expediciones militares, como la batalla del cabo Pessaro en el contexto de la Guerra de la Cuádruple Alianza, que enfrentó a Felipe V con el resto de las potencias europeas. Ascendido primero a alférez y después a teniente de fragata, participó en expediciones militares en el Canal de la Mancha, el norte de África e Italia. Como capitán de fragata navegó por las rutas del Atlántico y América, alcanzando la culminación de su carrera como marino al ser ascendido a capitán de navío y tomar así el mando del Glorioso. Fue bajo su autoridad, en 1747, cuando dicho buque protagonizó su particular periplo. El barco acabó destruido y su capitán fue hecho prisionero. Volvió más tarde a España, donde fue ensalzado como héroe, siendo ascendido a jefe de escuadra, continuando su carrera militar hasta su nombramiento como teniente general. La culminación de su carrera llegaría con su nombramiento como Virrey de Nueva Granada en 1760, durante el reinado de Carlos III, en cuyo cargo permanecería hasta 1772.

La carrera del Glorioso

Puerto de La Habana en 1739. F: Wikipedia.
La singladura del Glorioso se desarrolla en el contexto de la Guerra de Sucesión Austriaca, en la que se vio envuelta casi toda Europa y que se prolongó entre 1740 y 1748, momento en que se firma el Tratado de Aquisgrán, que pone fin al conflicto. En el contexto americano ese enfrentamiento se tradujo en la llamada Guerra del Asiento o Guerra de la Oreja de Jenkins, en la que Gran Bretaña y España se disputaban el control del comercio con América. Dicha guerra se desarrolló en el Atlántico y especialmente en el Caribe e involucró especialmente a las flotas de las dos potencias. La España del momento, en guerra, necesitaba imperiosamente la plata americana, que sin embargo, era motivo de codicia por parte de la flota inglesa, generalmente apostada en torno a la ruta de los barcos españoles para su interceptación. No olvidemos la importancia del botín para los barcos ingleses, muchos de ellos corsarios, que ambicionaban encontrar jugosas presas para repartirse su preciado cargamento. Se apostaban a lo largo de la ruta seguida por los barcos españoles, en las islas del Caribe, en las islas Azores, en la costa gallega o la costa de Portugal, especialmente en el cabo San Vicente.  Uno de esos barcos fue el Glorioso, cuya azarosa aventura se inició en 1747 en el mismo puerto donde había sido construido años atrás. En la Habana carga en sus bodegas un enorme caudal formado por cuatro millones de pesos de plata que debían ser trasladados a la Península.

El Glorioso en el puerto de La Habana antes de partir. Pintura de A. Vallespín.


Tras salir de América, el Glorioso llegaba a la altura de las islas Azores a finales de julio, momento en que es interceptado por varios barcos de guerra británicos, entre ellos un navío de 60 cañones, el Warwick, y dos barcos menores, la fragata Lark y un bergantín. Los tres barcos se ocupaban de la custodia y protección de un convoy comercial, pero el comodoro John Crooksanks, al mando de la flota, no podía despreciar las grandes posibilidades de botín que le ofrecía el barco español y se lanzó a su caza. Los tres barcos británicos eran inferiores al español, pero juntos concentraban más piezas de artillería y el esfuerzo merecía la pena. La fragata, más ligera y rápida, pero con menos potencial de fuego, alcanzó al barco español, que se defendió con fiereza y la hundió en plena noche. Poco tiempo después, sería el Warwick el que alcanzaba al navío hispano, pero el Glorioso se defendió bien y dañó seriamente sus palos y velamen, lo que impidió al barco inglés seguir su cacería. Tras las sucesivas refriegas, el navío español acumuló daños nada desdeñables, pero su capacidad de navegación no se vio muy afectada, ya que muchos de los desperfectos se podían reparar en alta mar. 

A la altura de las Azores, el Glorioso  inicia una carrera huyendo de la persecución de varios barcos ingleses,
 el  navío Warwick, una fragata y un bergantín. Pintura de A. Vallespin.


Con el objetivo de alcanzar la Península Ibérica el barco mantuvo un ritmo frenético y a mediados de agosto se hallaba frente a las ansiadas costas gallegas. Sin embargo, la proximidad de la costa española, lejos de dar seguridad, implicaba la posible aparición de nuevos peligros. Los navíos ingleses solían navegar con frecuencia por la zona con el objetivo de encontrar algún barco que asaltar procedente de América. El peligro se hizo realidad cuando una escuadra británica de cuatro buques apareció ante el navío español. Se repetía la historia, los ingleses contaban con barcos más pequeños pero en global sus superioridad era aplastante: el navío Oxford, de 60 cañones, la fragata Soreham y el bergantín Falcon contaban todos ellos con un tercio más de potencia de fuego. Los tres buques se lanzaron sobre el español simultáneamente y éste se batió duramente durante horas con sus enemigos, a los que infringió un severo castigo y causó graves daños. Él por su parte fue machacado en la popa, perdió el bauprés y vio dañado parte del velamen, pero pudo escapar y entrar en el pequeño puerto de Corcubión el 16 de agosto. Allí desembarcó la plata americana, cumpliendo con su misión.

El Glorioso se enfrenta a un barco inglés frente a las costas de Finisterre, Pintura de Augusto Ferrer Dalmau
 que ha servido de portada al libro "El Glorioso" de Agustín Pacheco Fernández.

Ría de Corcubión. El cabo de Finisterre al fondo.


Vicealmirante John Byng.
La necesidad de ser reparado en profundidad, algo que no se podía hacer en aquel puerto, lo condujo de nuevo al mar, en dirección al Ferrol, pero el viento le impidió tomar dicho rumbo y se dirigió entonces al sur, hacia Cádiz. Dicho itinerario era realmente peligroso, por la fuerte presencia de la marina británica en las costas portuguesas. Aunque trató de alejarse de las zonas costeras, en octubre de 1747 y a la altura del cabo San Vicente, el Glorioso se encontraba con la flota del vicealmirante John Byng, formada por un total de 10 barcos. Curiosamente, Byng sería diez años después fusilado, no por los hechos que ahora narramos, sino por su responsabilidad en la pérdida de la isla de Menorca frente a los ejércitos franceses en 1756. Al intentar huir, cuatro rápidas fragatas salieron en su busca y le dieron alcance. El navío español inutilizó a una de ellas, pero las otras tres lo castigaron con dureza durante horas hasta que llegó el primer navío inglés, el Darmouth, de 50 cañones. Para entonces, el Glorioso estaba seriamente dañado, pero aún fue capaz de disparar sus cañones con fuerza contra el buque inglés, que fue alcanzado en la santabárbara, lo que le hizo saltar por los aires, provocando la muerte de la mayor parte de su tripulación.
Sin embargo, la llegada posterior del Russell, un barco de 80 cañones, más lento y pesado, pero también más artillado, resultaría determinante en el desenlace del combate. Su mayor capacidad de fuego y los enormes desperfectos sufridos por el barco español, pusieron a éste en clara desventaja, sobre todo teniendo en cuenta que las tres fragatas inglesas aún continuaban combatiendo contra él. La lucha se prolongó durante toda una noche, hasta que sin munición y con la mitad de la tripulación muerta y herida, el barco arriababa la bandera y se rendía. La captura del Glorioso había costado demasiado cara a la Royal Navy, sobre todo teniendo en cuenta que los británicos no encontraron en su interior los tesoros que esperaban. Su tripulación y oficiales fue tratada con respeto, como las leyes de la guerra naval exigían, y el Glorioso fue remolcado hasta Lisboa, con el objetivo de repararlo y ponerlo al servicio de Inglaterra, algo que se solía hacer con los barcos apresados. Sin embargo, ni siquiera eso fue posible, los daños elevados obligaron a su desguace. El barco nunca volvió a navegar, pero sobre todo, nunca lo hizo con un pabellón que no fuera el español, lo que le otorgó aún una mayor aureola heroica. Este hecho, junto a la destrucción de dos buques británicos y la inutilización de otros muchos, así como al hecho que terminara su misión y descargara sus caudales de plata, le convirtió en un icono patriótico ya en su época.

El Glorioso es rodeado por los británicos y castigado por el navío Russel y dos fragatas. Pintura de Augusto Ferrer Dalmau.

"The capture of  the Glorioso", óleo del pintor británico Charles Brooking (1723-59). Pintado en 1747, se halla en el Museo Marítimo Nacional de Greenwich. En primer término aparece el barco español cañoneándose con el Russell. Al fondo, en llamas, el Darmouth. En segundo plano, tres fragatas inglesas.













La gesta del glorioso: un hito del patriotismo hispano

El periplo del Glorioso tuvo una gran repercusión en la España de la época, ensalzado como una demostración de valentía frente al tradicional enemigo británico. El propio Cadalso lo nombraba en sus Cartas Marruecas y de forma recurrente se volvió a él en los siglos sucesivos, con el objetivo de recalcar el valor y la furia de los marinos y soldados españoles. Hoy, en medio del esfuerzo de algunos por recuperar las glorias patrias, el Glorioso se ha convertido en todo un símbolo. Sin embargo, no nos engañemos, para desgracia del ejército de patrioteros que hoy campan a sus anchas por la cultura española (entre ellos el insigne escritor Arturo Pérez Reverte), el Glorioso era más una excepción que una norma. En la mitad del siglo XVIII, España contaba con excelentes barcos y buenos oficiales, pero los navíos sufrían un pésimo mantenimiento, las tripulaciones carecían de experiencia y preparación y el bagaje en el mar era muy reducido, con muy pocas jornadas de navegación. Por todo ello, la mayoría de nuestros navíos de guerra eran muy poco operativos. Es evidente que éste no era el caso del Glorioso. Aquellos que ensalzan su hazaña remarcan la enventualidad de que el navío se tuvo que enfrentar de forma sucesiva a varios barcos enemigos y que siempre estuvo en inferioridad numérica, también reivindican el hecho de que en la mayoría de los enfrentamientos tuvo que combatir con daños relevantes que limitaban su capacidad de navegación y combate. Todo eso es verdad. Sin embargo, también es verdad, y con frecuencia no se destaca, el hecho de que el Glorioso nunca se enfrentó en toda su singladura con un barco de igual o superior porte, tripulación y capacidad artillera, salvo en el momento de su derrota final, ante el navío inglés Russell, de 80 cañones. Tampoco se destaca un hecho importante, y es que el Glorioso siempre contó con una ventaja respecto a los barcos británicos que le asaltaban. Estos querían apoderarse del barco, no destruirlo, por lo que evitaron en la medida de lo posible disparar sobre su casco o provocar daños irreparables que le condujeran al hundimiento. El objetivo no era la victoria militar sobre un navío enemigo, sino el saqueo de sus tesoros y metales preciosos, no se podía correr el riesgo de perder el preciado botín y el barco debía rendirse sin ser hundido. De ahí que los británicos centraran la mayor parte de su fuego sobre palos y velas, intentando a toda costa inmovilizarlo. Sin embargo, el Glorioso, empecinado en huir a toda costa, disparaba al velamen con la intención de inmovilizar a los perseguidores y que cejaran en la persecución o disminuyeran la velocidad, pero a la vez no desdeñaba, cuando llegaba el momento del combate cuerpo a cuerpo, el disparar con contundencia sobre el casco de los barcos enemigos, buscando su hundimiento.
Al contrario que la mayoría de los que han tratado este tema en internet, el autor de esta entrada no ha recreado el periplo del Glorioso con la intención de buscar superhombres y recrear sus gestas. Nunca he buceado en la historia buscando héroes. Pero, cuando sin buscarlos, los he encontrado, por que los hay y existen, son de otro tipo y de otro calibre, nada que ver con hombres como Pedro Mesía de la Cerda, y desde luego muy lejanos a los que demandan los nacionalismos de todo signo, que hoy y siempre se adentran en la historia a la búsqueda incansable de ejemplos a seguir.