BLOG DE JOSÉ ANTONIO DONCEL DOMÍNGUEZ (I.E.S. LUIS CHAMIZO, DON BENITO, BADAJOZ)

viernes, 3 de diciembre de 2021

La revolución cubana , entre el mito y la realidad

Mural propagandístico en las calles de Baracoa, cerca de Guantánamo. Fuente: lavanguardia.com


















Al frente de los "barbudos" de Sierra Maestra, Fidel Castro entraba en La Habana el 1 de enero de 1959. Terminaba así la dictadura de Fulgencio Batista, en el poder desde 1952 y nacía un nuevo régimen revolucionario que pronto, y de forma inesperada, iba a radicalizarse en el contexto de la Guerra Fría, evolucionando hacia la construcción de un estado comunista. Desde el primer momento, la revolución cubana adquirió una enorme relevancia, trascendiendo el ámbito latinoamericano para alcanzar una dimensión mundial: impulsó una etapa histórica de enorme conflictividad en América Latina al configurarse como el gran ejemplo a seguir para todos aquellos que deseaban derribar los gobiernos oligárquicos y las dictaduras predominantes; enfrentó a las superpotencias, llevándolas al borde del desastre nuclear en la crisis de los misiles de 1962; encendió las pasiones de jóvenes del mundo entero, simbolizando los anhelos de cambio de muchos pueblos, y generó líderes tan fascinantes como el "Che" Guevara, convertido en el símbolo eterno y romántico de la revolución, un emblema que se demostró inalterable al paso del tiempo, capaz incluso de perdurar por encima y al margen de la propia revolución que había ayudado a engendrar.

Primer cartel de la revolución cubana, creado por
Eladio Rivadulla para ensalzar la victoria del Mo-
vimiento 26 de Julio. Fuente: cinereverso.org
La revolución cubana tuvo desde sus comienzos un enorme impacto en el "imaginario" de su época, tanto en América como en Europa, pero también en Asia o África. Su aspecto mítico y simbólico sobrepasó pronto la estricta realidad nacional. Todo ayudaba. En primer lugar, la forma en que daba comienzo la revolución, un grupo de soñadores (liderados por los hermanos Castro y a los que después se une Guevara) montan en la mayor precariedad una organización revolucionaria, el Movimiento 26 de julio, poco después de que Fidel saliera de la cárcel, tras protagonizar el asalto al Cuartel de la Moncada en 1953. El perdón del dictador permitió a Fidel Castro huir a México, donde conoció al Che Guevara. Y desde el exilio mexicano, un pequeño contingente de 82 revolucionarios realizarán un precario viaje en el yate Granma que les llevará a desembarcar en Cuba. Los soñadores se dan de bruces con la realidad y solo 12 de ellos sobreviven, pero consiguen superar la adversidad y consolidan un núcleo guerrillero en Sierra Maestra. La prensa internacional se empieza a hacer eco de ello. Partir de la nada, para después crecer en la selva, pasando de la resistencia a la ofensiva, ir ganando el apoyo de la población y ser capaz de enfrentarse a un ejército muy superior con muy pocos medios, fue alimentando la imagen romántica de la revolución. David contra Goliat. Toda la humanidad veía perpleja las imágenes de aquellos hombres con uniforme militar y barbas pobladas que se enfrentaban con armas tomadas al enemigo a todo un ejército, jóvenes intelectuales que enseñaban a los campesinos a luchar contra la opresión, que se jugaban la vida sin obtener provecho personal. La nueva revolución se mostraba diferente, a la vez socialista y humanista. Solo faltaba lo que finalmente aconteció, la victoria de un pueblo unánimemente levantado contra la tiranía y la vergonzosa huida del dictador, abandonado por su protector estadounidense y por sus últimos cómplices.

Fidel Castro y el Che Guevara en Sierra Maestra en 1957. Fuente:cubadebate.cu

Fidel Castro en Sierra Maestra. Fuente: interferencia.cl (foto de Raúl Corrales.

A todo ello hay que unir el clima intelectual de esos años. En aquella época existía en muchos ambientes intelectuales una percepción de la revolución como una necesidad, como la única solución para acabar con situación de subdesarrollo y opresión. A ello habría que añadir el predominio que en muchos ámbitos culturales tenía el marxismo en la posguerra. Por otro lado, todavía la Unión Soviética, victoriosa en la Segunda Guerra Mundial, conservaba un enorme prestigio, aún a pesar de los crímenes estalinistas y la evolución totalitaria del estado soviético.

En ese contexto, la revolución cubana era un soplo de aire fresco, progresista pero independiente. Incluso cuando, años después, su sistema político y económico había desarrollado muchos de los defectos del soviético, incorporándose por completo al bloque socialista durante la Guerra Fría, todavía Cuba representaba algo especial para amplios sectores de la izquierda mundial y mantenía imperturbable su halo de romanticismo. A ello contribuía la fortísima personalidad de Fidel Castro, que no parecía nunca envejecer, y del Che Guevara, convertido tras su muerte en un gran mito, lo que los dirigentes de la revolución supieron explotar en beneficio propio. Por otro lado, Cuba aportaba una imagen cálida, llena de luz y color, una sensación de frescura y dinamismo, lejana de aquellos ancianos que durante los imponentes desfiles militares de la Plaza Roja de Moscú, saludaban quejosamente desde el mausoleo de Lenin, en un ambiente gélido, triste y gris. En este sentido, la revolución cubana apareció en el panorama mundial como algo nuevo e intensamente esperado: una revolución más auténtica y humanista, con un proyecto socialista suficientemente vago como para que pudiese resultar atractivo para gentes dispares, mezclando la herencia nacionalista de Martí, el mesianismo cristiano y la utopía socialista. Una revolución inédita, sin las dosis de burocracia y violencia que habían envuelto otros procesos revolucionarios, como el ruso. En este sentido, incluso cuando se convirtió en un régimen comunista, la revolución cubana supo mantener una imagen de autonomía, una apariencia de tercera vía que cristalizó en su activo papel en el Movimiento de los no alineados.

En este proceso, la situación geográfica y política de Cuba fue determinante. Ubicada en el corazón del Caribe, a tan solo setenta kilómetros de Florida, su historia reciente había estado marcada por la dependencia y la subordinación a Estados Unidos. Tras la derrota de España en la guerra de 1898, los norteamericanos habían invadido la isla, incorporando como apéndice a la nueva constitución de 1901 la llamada enmienda Platt, votada por el congreso estadounidense y que permitía la intervención de EE.UU en los asuntos cubanos. La enmienda dejó de estar vigente en 1934, pero Estados Unidos mantuvo su política de intervención continua en los asuntos de Cuba hasta el estallido de la revolución: el dictador Batista alcanzó el poder y se mantuvo en él gracias al beneplácito americano, y la propia revolución castrista fue posible porque EE.UU. no la evitó, confiando en poder canalizar el descontento revolucionario en un sentido favorable a sus intereses. Esa situación de dependencia le confería a la revolución cubana una dimensión nacionalista que todavía hoy es esencial en su comprensión, una dimensión a la que muchos países latinoamericanos y del tercer mundo podían adherirse con facilidad. No hay que olvidar que en la época nos encontrábamos en pleno proceso de descolonización en África y Asia, mientras en Latinoamérica eran cada vez más las voces que clamaban contra el neoimperialismo ejercido por Estados Unidos, contra su descarado intervencionismo a nivel político y la humillante dependencia económica que imponía al resto de América. 

Cartel de Andrés Ruene contra el embargo
 estadounidense. Fuente: granma.cu
La revolución cubana ha sabido siempre utilizar la hostilidad de EE.UU. en beneficio propio. Durante décadas, gentes de todo el mundo, veían como un país muy pequeño y más pobre, con poco más de 10 millones de habitantes y una superficie cuatro veces menor que la española, era capaz de enfrentarse a la todopoderosa superpotencia mundial, a aquella que con total impunidad imponía los regímenes que quería donde quería, que vulneraba los derechos humanos al apoyar dictaduras, sátrapas y asesinos por todo el mundo, mientras con cinismo arrogante se mostraba como la gran defensora de los derechos humanos. La Cuba revolucionaria desafiaba con su solo existencia la prepotencia, la hipocresía de la gran superpotencia, en una nueva versión de David contra Goliat. Al respecto, Cuba supo convertir en su gran aliado ideológico el acoso ejercido por los EE.UU., el rechazo de los grandes poderes económicos mundiales y el odio y revanchismo de las élites cubanas de Miami. En este sentido, la frustrada invasión de bahía de Cochinos en abril de 1961, protagonizada por exiliados cubanos con el apoyo estadounidense, no solo fue un desastre mal planificado, sino un error estratégico de primera magnitud, que permitió a la revolución presentarse como una realidad acosada, justificando así su radicalización y su giro estratégico de acercamiento a la Unión Soviética. Otro tanto ha ocurrido con el embargo o bloqueo económico a que fue sometida la isla desde 1960. Tras las expropiaciones de compañías y propiedades de ciudadanos estadounidenses, EE.UU. puso en marcha un entramado jurídico para regular y prohibir las relaciones económicas de EE.UU. con Cuba, buscando aislar económicamente a la isla. Tras la caída de la U.R.S.S., en los años 90, el embargo lejos de suavizarse se recrudeció con leyes como la Ley Helms-Burton, perviviendo hasta la actualidad. No se puede dudar del daño terrible que a la economía cubana le ha hecho tal bloqueo, favoreciendo su aislamiento y limitando sus posibilidades de supervivencia, haciéndola además dependiente de la URSS durante la época de la Guerra fría. Pero también hay que tener en cuenta que la Cuba revolucionaria supo convertir desde un principio lo que era un claro factor negativo en lo económico, en un elemento justificador, que le otorgaba para siempre el papel de víctima, que le permitía disculpar la mala gestión económica y las debilidades de su sistema económico, ineficaz e incompetente. En este sentido, el embargo ha favorecido la cohesión de los sectores revolucionarios, manteniendo vivo el fortísimo sentimiento nacionalista que desde un principio impregnó a la revolución, evitando que se evidenciara la inviabilidad del sistema económico, especialmente tras la caída de la U.R.S.S. y el consecuente aislamiento internacional de Cuba en el contexto mundial.

Mural propagandístico denunciando el bloqueo o embargo de EE.UU.. Fuente: heraldo.es

Hay autores que señalan otro elemento fundamental a tener en cuenta, y que distingue a la revolución cubana de otros procesos revolucionarios: se trató de una revolución limpia y rápida, fácilmente accesible y comprensible desde la perspectiva occidental. No se vio envuelta en una terrible guerra civil o en una guerra mundial, como fue el caso de la revolución rusa o china, tampoco vivió una dura guerra colonial, como fue el caso de Vietnam o Argelia. La de Cuba es la "revolución perfecta", la que todos los idealistas sueñan. Contó con el apoyo masivo de las masas, los niveles de violencia y destrucción fueron mínimos (durante los combates no hubo más de tres mil muertos), en un país de fácil acceso por línea regular aérea y cómodos hoteles para turistas, con un idioma sin dificultades alfabéticas ni fonéticas, con una estructura social simple y una historia lineal y comprensible, y no demasiados personajes, la mayoría de ellos muy formados. Era una revolución occidental o cuando menos accesible desde Occidente, cercana y fácil de entender.

El Che junto a un soldado congoleño en un campa-
mento guerrillero al este del Congo. F: elmundo.es
El aire mítico que envuelve a la Revolución cubana y su impronta planetaria no se puede entender sin otra de sus señas de identidad, su internacionalismo militante, del que el Che Guevara fue un paradigma. Tras el triunfo de la revolución, el Che abandonó Cuba y se dirigió al Congo. El fracaso de la aventura africana no cambió su estrategia y terminó en Bolivia, donde pretendía inaugurar un nuevo foco revolucionario y terminó hallando la muerte. Desde sus comienzos, la Cuba revolucionaria inició una política de expansionismo revolucionario muy marcada. Ayudó sistemáticamente a otros grupos guerrilleros e intentó extender la revolución por toda América Latina y otros continentes como África. Una prueba de ello fue el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua o su decidido apoyo militar en la década de 1970 y 1980 a Angola y al Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela en Sudáfrica. Cuando el Congreso Nacional Africano era repudiado por Estados Unidos y Europa occidental, que impunemente sostenían al régimen del apartheid sudafricano, cuando eran muchos los que tildaban a Nelson Mandela de vulgar terrorista, Cuba se volcó para frenar el expansionismo sudafricano y dio abrigo a los luchadores contra el apartheid en Ángola. La independencia de Namibia y Angola y la victoria final de Mandela sobre el Apartheid solo se entiende con el apoyo cubano. Y Mandela, para escándalo de muchos, nunca lo olvidó. Desde su nacimiento, la revolución también puso en marcha llamativos proyectos de cooperación sanitaria y cultural a nivel internacional. Un ejemplo reciente lo encontramos en la epidemia de ébola que asoló a algunos países africanos en 2014. Cuando presa del pánico, buena parte de la comunidad internacional abandonó a los países del golfo de Guinea a su suerte, Cuba mando cientos de médicos y enfermeros que junto al personal de médicos sin fronteras, que allí permaneció, fueron claves en la erradicación del brote. Esta solidaridad internacionalista, tan característica de la revolución cubana, es uno de los rasgos que más prestigio ha dado a la revolución en el pasado y que todavía hoy sigue causando admiración general.

Nelson Mandela junto a Fidel Castro en su visita a Cuba en 1991.Fuente: elperiodico.com

Enfermeros y Médicos cubanos llegan a Monrovia, capital de Liberia, en octubre de 2014 para hacer frente a la epidemia de ébola que asolaba la región. Fuente: elpais.com 



















Otro factor más que contribuyó a envolver la revolución cubana de un halo romántico, atrayendo multitud de simpatías, es sin duda el fuerte apoyo popular que siempre tuvo. Es incuestionable que los barbudos de Sierra Maestra entraron en La Habana rodeados del fervor popular y que mantuvieron parte importante de ese apoyo popular a lo largo de las décadas siguientes, durante la Guerra Fría. Las élites más conservadoras, que habían huido a la cercana Miami, solo se representaban a sí mismas. Se trataba de sectores políticamente reaccionarios y privilegiados económicamente, que la mayoría de los cubanos repudiaba, y que todavía hoy generan fuerte rechazo. Ya desde la década de los sesenta, conforme se consolidaba el giro revolucionario hacia el comunismo y la falta de libertad política, muchos disidentes de tendencias democráticas y progresistas se fueron incorporando al exilio, lo que ocurrió también con emigrantes económicos que huían de la precariedad y escasez. Pero, a pesar de todo, los apoyos populares a la revolución se mantuvieron en todo momento fuertes. La llegada del llamado periodo especial en tiempos de paz, con la caída de la U.R.S.S., supuso la reacción a la desesperada de un régimen que se quedaba aislado y en soledad, sin la ayuda soviética y con el endurecimiento del embargo estadounidense a partir del gobierno de George H. W. Bush. Se iniciaba entonces una época de profunda crisis económica, racionamiento, escasez, apagones, recortes en sanidad y educación, lo que se tradujo en un paulatino aumento del descontento popular. Los grandes logros de la revolución a nivel social se volatilizaron, pero aún así la revolución mantuvo ciertos apoyos sociales, a la vez que el embargo estadounidense seguía funcionando como coartada.

Tras el triunfo de la revolución, la caravana de la libertad parte el día 2 desde Santiago de Cuba  y llega el 8 a La Habana en olor de multitudes. Fuente: radiohc.cu

 Mitin de Fidel Castro en La Habana el 1 de mayo de 2005. Fuente: aciprensa.com

Treinta años después de la caída del muro de Berlín, sorprende que aún hoy el régimen cubano resista y que incluso haya sobrevivido a la muerte en 2016 de su líder indiscutible y carismático, Fidel Castro. La crisis de los últimos años, marcada por la pandemia del covid 19, ha impactado duramente sobre América Latina, pero especialmente sobre Cuba, dependiente como ningún otro país del turismo internacional. El descontento se ha multiplicado, permitiendo el crecimiento de la oposición interior al régimen, una oposición que no ha nacido a partir de estímulos extranjeros, ni está ligada al odio atávico y enfermizo de las élites de Miami hacia la revolución, sino que brota de los gravísimos problemas económicos y el rechazo enorme de los jóvenes al sistema, la mayoría de los cuales no han vivido la "época gloriosa", cuando al amparo de la U.R.S.S., Cuba desplegaba unas políticas sociales que maravillaban a la izquierda mundial. Pues bien, incluso hoy, amplios sectores sociales mantienen en algún grado, en mayor o menor medida, cierta lealtad a la revolución, ya imbuidos de un intenso sentimiento nacionalista, ya sea por el recuerdo de las conquistas sociales de otro tiempo. Todo lo cual, resulta increíble si tenemos en cuenta que estamos ante un régimen tan anacrónico y envejecido en lo político, como disfuncional e ineficaz en lo económico. Sorprende, también, que una parte de la izquierda latinoamericana y europea todavía respalde la revolución, o por lo menos muestre ciertas simpatías hacia ella. Hay una realidad innegable, la revolución cubana ha sido uno de los procesos revolucionarios más secundados a nivel popular, lo que explicaría en parte su supervivencia. Y si ese respaldo hoy se resiente gravemente, no es solo por la feroz crisis económica, si no por el relevo generacional, tanto en el seno de la élite gobernante como de la población, lo que posiblemente más pronto que tarde terminará por hacer caer el régimen. Empiezan a ser mayoría los que rechazan el régimen revolucionario, aunque una parte de ellos aún se mantengan pasivos frente a la creciente actitud represiva del Estado. Porque todo el mundo sabe que la Cuba revolucionaria no se podrá permitir el lujo que si se permiten otros países latinoamericanos, supuestamente democráticos: el estado cubano no podrá regar con más 300 muertos las calles, como hizo el gobierno colombiano en la primavera de 2021, tampoco podrá amparar la actividad violenta de los grupos paramilitares que asesinan a más de 100 líderes sociales al año, como también ocurre en Colombia. La legitimidad del régimen no se ha resentido con la reclusión y tortura de algunos líderes opositores, tampoco con el uso del exilio masivo como instrumento de descarga del descontento, pero si lo haría irremediablemente con la visualización de una violencia masiva del poder contra el pueblo, lo que heriría de muerte a una revolución que desde sus inicios convirtió el apoyo popular en su gran activo.

Manifestación en las calles de La Habana contra el régimen cubano en noviembre de 2021. Se generalizó entonces el lema "Patria y vida" en oposición al lema revolucionario "Patria o muerte". Fuente: publico.es

Como suele ser habitual desde hace décadas, grupos de contramanifestantes procastristas salieron a las calles durante las jornadas de protesta contra el régimen de noviembre de 2021. Fuente: publico.es



























Hace muchos años que la Cuba revolucionaria debería haber dado un giro copernicano en su rumbo. Si alguna vez la revolución mejoro de verdad la vida de la gente, que es para lo que sirve realmente la política, ese momento pasó ya hace mucho tiempo. Hace treinta años que cayó el muro de Berlín, y la mayoría de los jóvenes cubanos no han conocido más que escasez y pobreza. Por más que la miseria se reparta, no deja de ser miseria. Y las nuevas generaciones no sienten que tengan nada que agradecer a la revolución. Cuando el gobierno recurre al embargo estadounidense como coartada, muchos ya no se lo creen, cuando comparan a Cuba con su entorno tratando así de encubrir los problemas reinantes, tampoco. Y es que Cuba nunca fue Guatemala o Haití. Cuando triunfa la revolución, en 1959, Cuba era uno de los países más ricos y avanzados de América, no solo en lo que respecta a los parámetros estrictamente económicos, sino también en lo que respectivo a aspectos sociales (alfabetización, médicos por habitante). Sin embargo, si es verdad que se trataba de una sociedad con fortísimas desigualdades, con fuertes contrastes entre el campo y la ciudad y entre ricos y pobres. 

Cuba debe evolucionar hacia la democracia, pero debe hacerlo teniendo en cuenta a aquellos sectores que todavía hoy respaldan la revolución. Estos y la oposición democrática del interior deben saber converger. El afán de revancha de una parte de los cubanos de Miami solo entorpecería el normal desarrollo del necesario proceso de transición, en el que no debería intervenir Estados Unidos. Y en dicha transición sería bueno que no se perdieran los valores positivos que sí ha tenido la revolución: principios como la solidaridad internacional, la importancia del Estado y la justicia social, el valor de la formación y la educación. Se trataría de que a éstos valores, se pudieran incorporar los de la libertad, así como el desarrollo de formas de propiedad privada que estimulen el desarrollo económico. Pero si la transición consiste en sustituir a la élite revolucionaria por la élite neoliberal de Miami, como es probable que ocurra, Cuba prosperará y crecerá con fuerza, no hay duda, pero lo hará sobre la base un modelo político y socioeconómico que ya conocemos y que dejará a muchos atrás, el modelo imperante en la mayoría de América Latina y que ya tuvo la Cuba precastrista. Volverán entonces a agudizarse las diferencias entre el campo y la ciudad, entre los ricos y los pobres, entre los negros y los blancos... y tendremos una sociedad mucho más rica, pero también profundamente desequilibrada. Los esfuerzos y sacrificios realizados por muchos cubanos durante décadas, no habrán servido entonces para nada.

lunes, 31 de mayo de 2021

"El tesoro de Briesca". Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (V)

Los mismos cuadros que durante la guerra civil fueron trasladados al Banco de España en Madrid, han vuelto temporalmente a la capital (octubre 2020 - febrero 2021), en este caso al Museo del Prado. La anunciación, La natividad, La Virgen de la Caridad, La coronación de la virgen y San Ildefonso son expuestos en la sala 9B con el montaje "EL Greco en Illescas". Fuente: masdearte.com
Con El tesoro de Briesca, Chaves Nogales nos conduce hasta el frente de Toledo, al que volverá en sucesivas ocasiones en relatos posteriores como Los guerreros marroquíes o Bigornia, para plantearnos la lucha dramática del gobierno republicano por mantener los tesoros artísticos de este país a salvo, en medio de la ignorancia de los milicianos, los excesos revolucionarios, los desastres de la guerra y la destrucción de las bombas. En una carrera desaforada en dirección a Madrid, las columnas rebeldes que habían tomado Extremadura se abalanzan sobre la provincia de Toledo, donde el autor nos muestra la descomposición de un "ejército" formado por milicias incompetentes y desorganizadas que huyen ante cualquier contratiempo. En medio de una auténtica desbandada, Arnal, un pintor al servicio de la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico Nacional, creada por el gobierno de la República para proteger el patrimonio cultural, llega al pueblo de Briesca, pueblo que no existe en realidad y que, como ya veremos, posiblemente sea la localidad toledana de Illescas. A pesar de la oposición del comité revolucionario local, Arnal consigue que los tesoros artísticos más importantes, incluidos dos cuadros de El Greco, fueran guardados en un lugar secreto que solo él y los dos milicianos que le ayudaban debían conocer. Se suceden entonces escenas dramáticas de descomposición en las fuerzas republicanas, con ambulancias atestadas de heridos, milicianos desertores que se enfrentan y matan a su oficial, "autos de fe" en los que se quemaban objetos religiosos en medio de la ignorancia y el fanatismo, columnas de fugitivos huyendo hacia Madrid. Cuando el protagonista consigue llegar a la capital, el autor nos hace una radiografía del ambiente asfixiante de la capital, marcado por la revolución en ciernes de la retaguardia y el desastre que las milicias protagonizaban en el frente. En medio de ese caos, desesperanzado por la destrucción de joyas arquitectónicas como el palacio de Liria, a Arnal "cada día le parecía más absurda y sin sentido su tarea. Correr de un lado a otro afanosamente para salvar una tela pintada, una piedra esculpida o un cristal tallado a través de aquella vorágine de la guerra y la revolución se le antojaba insensato. ¿Para qué? Se incorporó entonces al frente como comisario político, donde asistió impotente a la desbandada habitual de los milicianos". Con el frente ya en los arrabales de Madrid, el protagonista quisó dar una lección de valentía y murió como un héroe. Su último recuerdo fue para el secreto del tesoro de Briesca, que moría con él.
Los vicios y virtudes del autor vuelven a mostrarse descarnadamente en este relato. Por un lado, resultan evidentes las debilidades narrativas de Chaves y la falta de profundidad de los personajes, por otro lado, a nivel histórico es relevante la libre reconstrucción que de los hechos concretos hace el autor, lo que los aleja de lo realmente acontecido. Por el contrario, y aunque resulte una aparente contradicción, el relato tiene una enorme fuerza testimonial y nos presenta la situación del frente y la retaguardia republicana con una clarividencia y mordacidad, cuanto menos, sorprendente. El mejor Chaves aparece en aquellos momentos en que renuncia a su habitual narración simplista de los hechos, para centrarse en la descripción del contexto y el drama de la guerra. Una abrumadora mezcla de excepticismo y pesadumbre envuelve el análisis que el autor hace de la forma en que los milicianos se enfrentan al combate. Una y otra vez, y de forma trágica, se suceden desbandadas y deserciones, en medio de una marcada indisciplina. Chaves no se calla nada: "El pueblo no sabía hacer la guerra: los mejores se hacía matar estérilmente; los demás tiraban los fusiles y huían por Andalucía y Extremadura, primero, por toda Castilla la Nueva después; se repetía el patético espectáculo de la voluntad impotente de un pueblo que se lanzaba a la lucha armada en campo abierto sin disciplina y sin jefes; es decir, condenado de antemano al fracaso". Quizás el momento más dramático del cuento es el enfrentamiento entre el comandante militar del sector y un grupo de desertores en la plaza de Briesca, Illescas en la realidad. El hecho se produjo realmente, pero en otro momento y en otro lugar, aunque próximo: durante la batalla de Seseña, en octubre de 1936, se desencadenó en las cercanías de Parla una situación dramática muy similar a la narrada, cuando el coronel Ildefonso Puigdengolas se enfrentó con pistola en mano a sus milicianos, que se negaban a avanzar, matando a uno de ellos, mientras el resto lo asesinaba en medio de la indignación general. Al estilo más clásico de Chaves, se recoge un acontecimiento, y aunque sin descontextualizarlo, se ubica en un tiempo y un espacio diferente, tomándose las habituales licencias históricas.
El coronel Puigdendolas junto a un concejal socialista y otros oficiales leales a la República en Alcalá de Henares (1936). F.: Wikipedia.
Sin embargo, el principal eje de la narración es uno de los grandes binomios que rodea a toda guerra: el difícil equilibrio entre la brutalidad de la guerra y la conservación del patrimonio cultural, que se proyecta en el drama de un artista, que al servicio de la República, trata de salvar las obras de arte que puede. Su impotencia ante la ignorancia de los milicianos y las bombas enemigas, convierte su tarea en titánica y al final, desde una perspectiva de absoluto excepticismo, en estéril. De nuevo aparece esa dualidad clásica inherente a la zona republicana que tanto remarca Chaves en la mayoría de los relatos: por un lado, las instituciones del legítimo gobierno republicano, preocupadas por la defensa y conservación del patrimonio, pero con un poder limitado; por otro lado, los milicianos "ignorantes y analfabetos", incapaces de apreciar el patrimonio y la cultura, pero que tenían el poder real en la calle, donde el proceso revolucionario derivó en hogueras iconoclastas y la destrucción de edificios de gran valor histórico y artístico. No hay nada que objetar, a nivel histórico, respecto al elevado coste patrimonial propiciado por la violencia revolucionaria en la zona republicana durante los primeros meses de la guerra. Aunque por lo general sobredimensionada, la pérdida patrimonial fue muy elevada, especialmente en lo que respecta al patrimonio eclesiástico, tanto en áreas urbanas como rurales, donde el anticlericalismo visceral de la clase obrera cristalizó en la quema, saqueo o destrucción de conventos, monasterios e iglesias, a los que se añadieron no pocos palacios de la nobleza, como bien señala el propio Chaves. La ira del pueblo, acumulada durante siglos, se lanzaba así contra los que consideraba símbolos de la opresión y la injusticia que sufrían, contra la riqueza atesorada por los privilegiados, sin tener en cuenta su valor histórico y cultural, inapreciable para unas masas radicalizadas y marcadas por las tasas de analfabetismo más altas de Europa occidental. Ese fue el contexto en el que se produjeron buena parte de los ataques iconoclastas que nos presenta el relato, ejemplificados inmejorablemente en la hoguera que se hace en la plaza de Briesca con muchos de los objetos religiosos requisados, entre cuyos restos Arnal apartó algunos pequeños objetos, en un acto de marcado sentimentalismo. El hecho fue real, aunque con algunas variaciones. En primer lugar y como ya hemos comentado, la Briesca de Chaves no existe y casi con toda seguridad el autor hacia referencia al pueblo toledano de Illescas. Antes de la caída de esta localidad en manos franquistas, sí que hubo una hoguera similar, aunque no en la plaza de  la localidad, sino en lo que ahora es la plaza de Manuel de la Vega, en la que entonces estaba el abrevadero, lavadero y matadero.
Pegada de carteles en la zona republicana llamando a la conservación del patrimonio.
 F.: elconfidencial.com
La República intentó controlar dicha destrucción desde el principio, así como la derivada de los propios combates y bombardeos. Como prueba de ello, está la creación por el gobierno de la que el autor llama la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico, que realmente existió con el nombre inicial de Junta de Protección del Tesoro Artístico, cuando fue creada el 23 de julio de 1936 por Francisco José Barnés, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, cambiando su nombre días después por el de Junta de Incautación y Protección del Patrimonio artístico. Formada por intelectuales y artistas, su intensa labor de rescate salvó en Madrid y sus alrededores más de 18.000 pinturas, 12.000 esculturas y objetos, más de 2.000 tapices, 40 archivos eclesiásticos y particulares y 70 bibliotecas. En otras provincias surgieron también otras juntas, todas las cuales quedaron después sometidas a una estructura piramidal dependiente de una Junta Central del Tesoro Artístico, creada para tal efecto. La función de estas instituciones era requisar o incautar en nombre del estado todas las obras de valor artístico que existían en iglesias y conventos, en museos, colecciones privadas y palacios, y si era necesario trasladarlas para su seguridad y restauración. Fueron los esfuerzos de la Junta Central los que permitieron, por ejemplo, el célebre traslado de los cuadros del Museo del Prado a Valencia. Los cuadros terminaron en Suiza y después volvieron a España, no se perdió ninguno y ninguno de ellos sufrió desperfectos: fue todo un ejemplo del saber hacer de los grupos conservacionistas de la República y del enorme esfuerzo del Estado por salvar el patrimonio.
Salida de Madrid en dirección a Valencia de uno de los primeros camiones con pinturas del Museo del Prado en noviembre 1936. F.: elpais.com (Instituto de Patrimonio Cultural de España).

Embalaje de "La familia de Carlos IV" de Goya para su traslado desde el Museo del Prado hacia Valencia. Fuente: lascajaschinas.net



En Madrid, la mayoría de las obras se acumularon en depósitos como los de la Iglesia de San Francisco el Grande, el Museo Arqueológico Nacional y el Museo del Prado. Los técnicos, al incautar una obra, realizaban un Acta de Incautación con los datos y fotos de la obra, lo que después permitió devolverlas tras la guerra a su lugar de procedencia. Esta labor meticulosa y exhaustiva que caracterizó a los procesos de rescate y conservación emprendidos por el gobierno republicano, contrasta con la forma improvisada y cochambrosa en la que el protagonista del relato esconde el tesoro, que estaría muy alejada de la realidad. El autor, aunque muestre con maestría el contexto general de las cosas, va a desfigurar la realidad de los hechos concretos de manera relevante también en este aspecto. Los hechos históricos nos dicen que en Illescas se presentó un enviado de la Junta de Incautación, un escultor llamado Emiliano Barral, acompañado de milicianos por si había resistencia. En el relato de Chaves, Barral sería el pintor Arnal. La Junta había recibido información a cerca de 5 cuadros de El greco (La anunciación, La natividad, La Virgen de la Caridad, La coronación de la virgen y San Ildefonso) que habían de ser recuperados y puestos a salvo. El pintor los llevó a cabo entre 1600 y 1605 por encargo del Hospital de Misericordia y Beneficiencia de Illescas, el llamado Hospital de Caridad
En la obra de Chaves se hace referencia a solo dos cuadros, no a cinco. Hay que señalar además que, al contrario de lo establecido por el autor, no fueron enterrados en un lugar improvisado a pico y pala, sino que fueron trasladados a los sótanos del Banco de España. Aunque el relato si coincide con la realidad al narrar la tenaz oposición de las autoridades del pueblo a la salida de sus tesoros artísticos de la localidad, no es verdad que el alcalde se saliera del todo con la suya, evitando la salida del tesoro del pueblo. Los acontecimientos fueron diferentes: A cambio del consentimiento del alcalde para el traslado de los cuadros al Banco de España, el gobierno tuvo que ceder y consentir que el alcalde fuera conducido hasta allí junto a los cuadros, donde se le entregó la llave de la caja fuerte en que se depositaron. Caída Illescas y desparecido su alcalde con la llave, la cámara fue forzada y se hallaron los cuadros muy deteriorados por la humedad, siendo sometidos a un exhaustivo trabajo de rehabilitación. Finalmente, tras la guerra, los cuadros volvieron a Illescas sanos y salvos. Sorprende que esta rocambolesca historia, tan atrayente como susceptible de ser contada, fuera obviada por Chaves, es muy posible que la desconociera en sus detalles. 
La Virgen de la Misericordia o de la Caridad de EL Greco. A la derecha, estado de la obra antes de su restauración y tras su recuperación de los sótanos del Banco de España. Fuente: cipripediapuntocom


ebarral elpregonerodesepulvedapuntoes
La siguiente ficción se refiere al propio Arnal, realmente Emiliano Barral. El autor habla de un pintor al servicio del estado, que frustrado por lo absurdo de su trabajo de protección del patrimonio artístico y la incomprensión de los milicianos, se alista en las milicias como comisario político y muere en combate. Emilio Barral, no era pintor, sino escultor, no se convierte por frustración en miliciano, lo era desde el principio, era un artista marcado por un alto compromiso político, que participa como miliciano en el asalto al Cuartel de la Montaña de Madrid y se puso al frente de las milicias segovianas (él era de Segovia), que defendieron Madrid. Como otros muchos artistas republicanos. participó en la salvación del patrimonio y colaboró con la Junta del Tesoro Artístico. Murió en el frente, como señala Chaves, pero no en combate y de esa manera tan heroica. El coche en el que acompañaba a unos periodista por el frente de Usera fue alcanzado por un obús y las heridas le causaron la muerte en el hospital de sangre del hotel Palace de Madrid. 
Bomberos en el palacio de Liria tras  bombardeo en 1937. Fuente: omnia.ie
Una nueva imprecisión del autor surge cuando éste se refiere al bombardeo y destrucción del célebre Palacio de Liria, propiedad de los duques de Alba, cuyos dueños residían entonces en Londres. En la obra de Chaves, esa fue la causa final del abandono de su lucha por Arnal, impactado por la destrucción de todos sus tesoros artísticos. En efecto, a mediados de noviembre de 1936 el palacio fue destruido en un bombardeo franquista, permaneciendo en pie solo las fachadas. Sin embargo, al contrario de lo narrado por Chaves, las pinturas y otras obras artísticas de gran valor artístico no se encontraban allí y no se perdieron, pues habían sido trasladas a otros lugares como el Banco de España. Por otro lado, los milicianos comunistas que allí se encontraban y los empleados de la casa, pudieron sacar muchos muebles, tapices y armaduras antes de la consumación del desastre, aunque no pudieron evitar que muchos grabados y libros fueran pasto de las llamas.

viernes, 9 de abril de 2021

"La Columna de Hierro". Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (IV)

Cartel de la Columna de Hierro. F.:laguerracivilenaragon.blogspot.com
Sin lugar a dudas, La Columna de Hierro es el peor de los relatos que integran la obra A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales. Todas las debilidades narrativas del autor se condensan en un cuento de narración tan rápida como simple, con un estilo facilón y personajes tan insostenibles como faltos de vida, ejemplificados en las figuras del aviador inglés, Jorge, y de Pepita, una supuesta chica de vida alegre pero que termina revelándose, de la manera más inconsistente, como una infiltrada "fascista".
Cartel de la Columna de Hierro. F.: archivoIR.com
El autor nos narra la historia de un piloto inglés que en un music-hall se divierte borracho en compañía de una muchacha llamada Pepita. La entrada violenta en el local de los anarquistas de la Columna de Hierro rompe el momento de diversión y jarana. Ambos terminan incorporándose a la columna miliciana, descrita por el autor como una auténtica turba de matones y delincuentes encabezada por un desalmado al que llamaban "el chino" y que se dedica a recorrer la retaguardia levantina saqueando y matando a diestro y siniestro. En el pueblo de Benacil, los comunistas y los republicanos del comité revolucionario, dirigido por el viejo Pepet y el joven Tomás, se enfrentan a la columna y sus desmanes, especialmente cuando los anarquistas pretenden fusilar a los presos derechistas allí recluidos por el comité. Pero en la prisión, los hombres de la columna son cercados y atacados por los milicianos del pueblo y se ven obligados a huir. Con aquellos que se dan a la fuga, van Pepita y el aviador, que descubre como su compañera de aventuras era realmente una infiltrada del bando rebelde. Él abandona el grupo cuando huyen de Benacil, pero ella permanece en la columna anarquista. La narración termina con el ataque a las fuerzas de la Columna de Hierro por parte de la aviación republicana.

Sede de la Columna de Hierro en Valencia. Fuente: rebelionenlagranja.net 

A la hora de valorar la historicidad de los hechos narrados, de nuevo debemos poner reparos y cuestionar su veracidad. Una vez más, los acontecimientos son modificados, mezclados y simplificados. A grandes rasgos, se puede afirmar que los sucesos narrados por Chaves ocurrieron, pero los hechos se mezclan y fusionan de manera parcialmente ajena a la realidad, aunque posiblemente con la honesta intención de hacerlos más accesibles al lector común.
El inicio del relato encaja con la realidad sin problema alguno. Chaves señala que el piloto inglés, Jorge, tenía su base en Albacete, y en efecto, en dicha ciudad estaba una de las grandes bases aéreas de la República, la que después, con el franquismo, se convertiría en la actual base de Los llanos. En la base aérea de Albacete tenían su sede las Brigadas internacionales, formada por voluntarios antifascistas que habían llegado a España bajo el amparo de la Internacional Comunista, sin embargo, entre sus integrantes no se contaban pilotos de aviación. A pesar de todo, la figura de Jorge se ajusta a la realidad: en la base de Albacete hubo pilotos extranjeros que vinieron a luchar como voluntarios y que lo hicieron por su cuenta, al margen de las Brigadas Internacionales. Aunque, a partir del otoño de 1936, la Unión Soviética mandó gran cantidad de técnicos, así como aviones y pilotos, siempre hubo en Albacete un reducido número de voluntarios de otras nacionalidades. 
No parece tampoco muy lejos de la realidad la escena inicial en la que los milicianos entran en el music-hall. La España de los años 30 había visto crecer los espacios dedicados a las variedades, music halls y cabarets, que en Valencia estaban muy en boga con locales como el Shanghai, Bataclán o Eden Concert. La presencia de milicianos en dichos locales durante la guerra era asidua y de hecho, sindicatos como la CNT o la UGT  solían poner por entonces carteles que llamaban al comportamiento responsable de los milicianos. Durante la Guerra Civil, en la sala Bataclán un cartel rezaba: "Camaradas, respetad a los artistas, que están trabajando".

Milicianos de la Columna de Hierro. Fuente: petreraldia.com

Pero el eje central del relato es la crítica feroz a la violencia brutal de las columnas anarquistas, al caos que reinaba en su seno y a la mezcla letal entre fanatismo ideológico y delincuencia común que, para el autor, formaban el batiburrillo de sus milicias. En aparente contradicción con la figura de esta especie de miliciano-delincuente, que ya vimos en Masacre, masacre; en el relato aparece la figura del miliciano concienciado y honrado, personificado en campesinos humildes y honestos, gente trabajadora y comprometida con la República o la Revolución, personaje que volveremos a ver en otros relatos como Los guerreros marroquíes. Este buen miliciano aparece en el texto como el defensor de la legalidad republicana frente a los criminales que utilizaban la ideología como excusa para matar y robar. Ambos son una proyección de la dualidad de poderes que en todo momento aparece en el conjunto de los relatos y que el autor remarca continuamente, aunque lo hace especialmente en este cuento. Por un lado, la existencia de una violencia caótica, al margen y con frecuencia enfrentada con el poder legal y legítimo, el estado republicano; por otro lado, una gobierno incapaz de imponer su autoridad y poner coto a los desmanes de los muchos desalmados que controlan la calle. Ese rasgo tan característico de la violencia en la zona republicana, es algo que el autor deja claro a lo largo y ancho de toda su obra, pero que se convierte en el eje vertebrador de este relato. 
No nos debe sorprender la percepción de la realidad de Chaves, no olvidemos que estos relatos se gestan en los primeros meses de la guerra, momento en que el gobierno y las instituciones republicanas se mostraban desbordadas por la violencia de los grupos armados de todo género que proliferaban en su retaguardia. A partir de noviembre de 1936 y a lo largo de los primeros meses de 1937, tal situación cambiaría de manera significativa con la reconstrucción del estado republicano y el poder de sus instituciones.
Cartel de la Columna de Hierro. F: archivoIR.com
El foco central lo pone Chaves en las columnas anarquistas que inmediatamente después del golpe de estado salieron en dirección al frente para contener al enemigo, centrándose en una de las más llamativas, la Columna de Hierro. Lejos de los mitos, la capacidad militar de dichas columnas fue muy discutible, mientras que su acción represiva fue especialmente intensa. Ambas cosas son puestas en valor por el autor, sin embargo, hay que puntualizar muchas de sus afirmaciones, que desbordan y simplifican la realidad. Tras el golpe de estado, en las zonas donde fracasó la rebelión se asistió a la práctica desaparición del ejército republicano, mientras se extendía por el país el fermento revolucionario de las organizaciones obreras. Los partidos políticos de izquierdas y los sindicatos organizaron grupos de voluntarios civiles o milicianos que se unieron a los restos del ejército y las fuerzas de seguridad estatales que habían permanecido fieles a la República. Claves en la defensa de las grandes ciudades frente a los golpistas, los milicianos se organizaron pronto en columnas que se dirigieron hacia el frente para contener el avance rebelde.
Foto coloreada de Buenaventura Durruti en el frente de Aragón durante el verano de 1936. Foto: Rafael Navarrete (twitter.com)

Aunque las hubo de distinto signo político, las principales columnas fueron las anarquistas, destacando especialmente las que salieron de Cataluña hacia el frente de Aragón, hacia Huesca y Zaragoza, entre ellas la de Durruti, la de Ascaso, la Sur-Ebro, la de Ortiz y la de los Aguiluchos. Sin embargo, el autor se centra en la Columna de Hierro, que salió de Valencia en dirección al frente de Teruel. Aunque los anarquistas rechazaban el sistema penitenciario y abrieron muchas cárceles, absorbiendo en sus milicias a muchos presos comunes, sería injusto y poco riguroso -en contra de lo afirmado por Chaves- magnificar el peso de dichos presos en las columnas y milicias anarquistas, compuestas sobre todo de anarquistas convencidos. En segundo lugar, el autor llega a mezclar burdamente la realidad de las columnas anarquistas catalanas y la valenciana Columna de Hierro. Poniendo como ejemplo a Durruti, que nada tenía que ver con la Columna de Hierro, Chaves hace referencia a la actitud de los jefes anarquistas, que ante la realidad de la guerra, impusieron una disciplina brutal y los delincuentes se fueron a la retaguardia a sembrar el terror: "este bárbaro caudillaje fue eliminando del frente a los criminales y a los cobardes que habían acudido solo al olor del botín. Destacamentos enteros se desgajaron en franca rebeldía del núcleo de las fuerzas gubernamentales, y una de estas fracciones indisciplinadas de la Columna de Hierro era la que recorría la comarca sembrando el terror por dondequiera que pasaba". Estamos ante una nueva simplificación de la realidad. Muchos delincuentes y prostitutas se volvieron a la retaguardia cuando la guerra mostró su cara, algo que favorecieron los propios líderes milicianos, pero la instauración de una dura disciplina militar no fue la causa principal, entre otras razones porque la disciplina en el sentido literal tan solo se impuso en las milicias anarquistas con la militarización de éstas, proceso iniciado a partir de octubre de 1936 y que no culminó hasta mediados de 1937, como bien señalamos más adelante. Precisamente serían la Columna de Durruti y la Columna de Hierro las que se mostraría más hostiles a su conversión en unidades militares clásicas. Lo que si ocurrió con cierta frecuencia es el abandono del frente por grupos de milicianos, de procedencia variada, que en más de una ocasión de dedicaron al saqueo, actuando como auténticos delincuentes -así ocurrió en algunas zonas de Cataluña, Aragón o Valencia-. En todo caso, hay que precisar que la mayoría de su excesos y represión derivaban de la preocupación por hacer la revolución a la vez que la guerra, algo en lo que destacó la Columna de Hierro.

A finales de 1936, una unidad de la Columna de Hierro llega al pueblo turolense de Puebla de Valverde, cercano a la ciudad de Teruel. Fuente: alamy.es


La Columna de Hierro, dirigida por anarquistas valencianos como José Pellicer o Segarra, estaba formada por voluntarios levantinos que lucharon en el frente de Teruel, aunque no lograron tomar la ciudad. Llegó a tener cerca de 3.000 combatientes, aunque contaba con muchos más, que estaban en la retaguardia por falta de armas. Su preocupación por poner en marcha el comunismo libertario y el desarrollo de sus colectividades, implicó excesos y violencia. Tenía su diario, realizaba asambleas y practicaba una intensa violencia revolucionaria. Todo esto, su tendencia a ir por libre y el enfrentamiento continuo con los comunistas e incluso con las directrices de la propia CNT, que por aquel entonces negociaba su entrada en el gobierno republicano, la fue convirtiendo en la más vilipendiada de las columnas. La propaganda del gobierno republicano y de otros sectores ideológicos de la izquierda fue durísima con ella, tiñendo sus actividades de una aureola de violencia y fanatismo, y la propia CNT, con frecuencia no la defendió de los bulos.
En la época en la que se sitúan los acontecimientos narrados en A sangre y fuego, entre septiembre y octubre de 1936, con el frente estabilizado en Teruel, y ante la falta de armamento y munición, algunas centurias anarquistas valencianas se desplazaban con toda libertad hacia la retaguardia, ante la desesperación del gobierno republicano, que trataba de controlarlas y poner coto a sus desmanes. Su respuesta era la fuerza, asaltaban cárceles y fusilaban a presos derechistas por su cuenta y sin juicio alguno -así ocurrió en Vinaroz o en Castellón- o se enfrentaban a los comunistas en las calles de Valencia,
Bandera del 1º Batallón de la 83ª Brigada Mixta.
como ocurrió en el entierro de Tiburcio Ariza, un anarquista que fue asesinado por las fuerzas de seguridad por resistirse a su detención. Este tipo de enfrentamiento se produjo también en pequeñas localidades como Benaguacil, controlada por los comunistas. Probablemente sea esta la población a la que se refiere el autor como Benacil, nombre que no existe en la realidad, y en la que sitúa el autor el enfrentamiento entre la Columna de Hierro y los milicianos comunistas. El relato termina con la aniquilación implacable por la aviación republicana de la columna anarquista. El autor se aparta de la verdad, pues aunque en alguna ocasión la aviación republicana pudo haber castigado a algunas unidades de la Columna de Hierro, en modo alguno eso supuso su fin. La Columna de Hierro siguió combatiendo en el frente de Teruel en los meses finales de 1936 y los inicios de 1937, convirtiéndose en abril de ese mismo año en la 83ª Brigada mixta del nuevo Ejército Popular de la República. Así pues, en vez de ser barrida por la aviación, la Columna de Hierro terminó absorbida por el proceso de militarización de las milicias realizado por el gobierno republicano.

lunes, 22 de marzo de 2021

"Y a lo lejos una lucecita". Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (III)

Milicianos del Ateneo Libertario de las Cuarenta Fanegas de Chamartín en septiembre de 1936. Su sede estaba en el colegio Infanta María Teresa. Fuente: EFE/Díaz Casariego

Y a lo lejos, una lucecita es un buen relato, con momentos vibrantes e intensos, aunque adolezca de la simpleza y linealidad inherentes a la narrativa de Chaves Nogales en A sangre y fuego. El autor inicia la narración en un ambiente de psicosis: con los franquistas cerca de Madrid, un depósito de municiones es trasladado a los sótanos del Teatro Real, ante la certeza de que el enemigo conocía su anterior ubicación. A partir de ahí, Chaves vuelve a dar el protagonismo a los milicianos de gatillo fácil que también protagonizan otros relatos, aquellos que ejercerán la violencia con intensidad desmedida, mostrados como ignorantes e impulsivos: "su primer impulso fue el de todo miliciano: echarse el fusil a la cara y disparar". Poco después, el autor nos conduce hasta un palacio ocupado por los milicianos anarquistas de la CNT, convertido en sede de un ateneo libertario. Este tipo de ateneos eran en los años 20 y 30 instituciones educativas y culturales anarquistas que con la guerra se transformaron por lo general en centros de reclutamiento y represión (algunos albergaron checas), que realizaron también funciones humanitarias, albergando en su interior a refugiados y atendiendo comedores sociales. Los ateneos se desperdigaban por el Madrid en guerra, en casi todos los barrios se ubicaba alguno (Retiro, Ventas, Delicias, Atocha, Puente Vallecas, Tetuán, Chamartín, etc.) y solían ocupar edificios de envergadura, como era el caso de conventos, iglesias, cines, colegios, palacios u hoteles. 

El hotel Ritz de Barcelona fue convertido en comedor social por la CNT y la UGT durante la Guerra Civil. Fuente: arcdelahistori





Uno de los mejores momentos de todo el libro es la descripción que el autor hace de los refugiados hacinados en el ateneo libertario, la miseria que rodeaba a la mujeres y los niños, las molestias que ocasionaban a unos milicianos más preocupados en otros menesteres menos solidarios, el descarnado contraste entre la pobreza y la ruralidad de los refugiados y la riqueza y lujo del palacio ocupado. Nos acerca así el autor a una de las realidades menos conocidas de la guerra, el continuo flujo de desplazados internos que huían del avance del bando enemigo y sus represalias. Por razones obvias, estos flujos fueron mucho más importantes en la zona republicana, pues fueron los republicanos los que al perder pronto la iniciativa militar, retrocedieron y cedieron territorios continuamente, teniendo como consecuencia inmediata la huida masiva de la población afín ideológicamente. Así ocurrió durante la toma del Frente del Norte o la ocupación de Málaga, la conocida Desbandá, que condujo a miles de personas hacia el este por la carretera de la costa y terminó en una brutal matanza, producida por el ataque franquista sobre las columnas de civiles que huían. Sin embargo, y en contra de lo que se suele pensar, la mayor acumulación de refugiados se produjo en la zona centro y en los primeros meses de la guerra, justo en el momento en el que se sitúa la obra de Chaves, como consecuencia del avance del ejército de África por Andalucía occidental, Extremadura y Toledo en dirección a Madrid. El avance de las columnas de Castejón y Asensio fue acompañado de una brutal represión que generó un elevadísimo volumen de refugiados, que huyeron del avance rebelde hasta concentrarse en el Madrid convulso de la época. Decenas de miles de personas huyeron con lo poco que podían acarrear, lo hacían andando, en burro, en carros, coches o ferrocarril. La situación generó en la República graves problemas logísticos, agudizando la generalizada situación de hacinamiento y desabastecimiento que vivía el Madrid de los primeros meses de la contienda. En el momento en el que Chaves sitúa su relato, Madrid era una ciudad colapsada, con enormes dificultades para atender las necesidades de la población civil y de los refugiados. El gobierno republicano movilizó grandes recursos para alimentar y dar cobijo a tal población y en los meses siguientes optaría por evacuar a parte de los desplazados acumulados en Madrid hacia Valencia y Cataluña, desde la que muchos de ellos terminarían cruzando la frontera hacia Francia con el colapso de la República y el fin de la guerra. 

Campesinos huyendo de sus pueblos en el frente de Talavera (Toledo). Fuente: toledodiario.es (MCD.AGA Fondo Medios de Comunicación del Estado)


Enmarcado en el ambiente de hacinamiento, de caos y desidia del ateneo libertario, Chaves nos conduce ante otro de los factores más desconocidos de la guerra civil. El conflicto fue innovador en muchos aspectos y uno de ellos fue el uso de los medios de comunicación de masas, especialmente la radio. Los dos bandos comprendieron desde un principio sus enormes posibilidades como medio de guerra, siendo como era especialmente apto para la propaganda. A través de la radio se lanzaban mensajes con el propósito de desmoralizar al enemigo y a la vez estimular e informar a los que en la retaguardia enemiga resistían o actuabanLa mayoría de las emisoras inicialmente cayeron en manos de las autoridades republicanas, que ejercieron un fuerte control y censura sobre la información, conscientes de que la situación de guerra no les era beneficiosa. El bando rebelde, utilizó también la radio para contrarrestar tal censura y hacer llegar sus mensajes a la retaguardia del enemigo, exponiendo sus continuos avances militares. Hasta la fundación en enero de 1937 de Radio Nacional de España, ese papel lo ejerció sobre todo Radio Sevilla, dirigida por el general Queipo de Llano, convertido en estrella radiofónica, que con un estilo provocador y soez amenazaba y polemizaba diariamente con el enemigo. Es a él a quien Chaves llama con cierta ironía "el general-speaker", el que a través de la radio soltaba "sus retahílas de injurias", las mismas que terminan escuchando en el ateneo libertario los protagonistas del relato, los milicianos de la CNT.

 El general Queipo de Llano ante el micrófono de Unión Radio Sevilla. Fuente: Biblioteca del Ministerio de Defensa.
Cartel republicano alertando sobre la presencia de
la quintacolumna franquista. F.: serhistorico.es
Es precisamente una alocución de Queipo de Llano la que dará lugar a la desenfrenada cacería que se convierte en el leitmotiv del relato. Un miliciano de guardia, Pedro, había detectado una luz intermitente que transmitía señales desde un edificio próximo. Cuando el general Queipo, con su habitual arrogancia, afirma a través de la radio conocer el traslado de munición a los sótanos del Teatro Real, se desatan todas las alarmas entre los milicianos. Pronto descubren que una cadena de luces a lo largo de la ciudad va transmitiendo unos mensajes para los rebeldes. El jefe de los milicianos, Jiménez, junto a Pedro y varios de sus compañeros, inician una cacería que les conduce por la geografía de la capital en guerra a través de pisos, casas y hoteles. El autor nos sumerge en el Madrid hostil a la República, lo que Javier Cervera ha definido como la "ciudad clandestina", presentándonos un completo rosario de colaboradores con la causa franquista: militares afines a los rebeldes, señoras acomodadas que colaboran con los golpistas, barrios de clase alta vaciados por la huida de sus habitantes, de nuevo ese Madrid "quintacolumnista" que coopera con el enemigo y que ya vimos en Masacre, masacre. Lejos de ser un tópico, el Madrid de finales de 1936 era una ciudad en la que el enemigo se había infiltrado con fuerza en la administración, en el ejército republicano, incluso en las propias milicias y partidos obreros. El saberse rodeados de enemigos, creó en las milicias y organizaciones obreras del Madrid republicano una cierta psicosis que favoreció los excesos y la represión. En el relato, los milicianos reaccionarán ante los sucesivos descubrimientos con rapidez y contundencia, fusilando sin miramiento alguno a todos los involucrados. Asesinos y asesinados son vistos con cierta equidistancia, unos y otros son participes de una guerra en la que el autor no cree. 
La ejecución más dramática es la de la joven Carmiña, ejecutada en plena calle por los milicianos, uno de los cuales deja junto a su cadáver un mensaje lapidario: "Por espía de los fascistas". De nuevo, como en el relato "Masacre, masacre", el autor vuelve a ponernos ante la realidad de los llamados "paseos", protagonizados por las milicias en el Madrid de los primeros meses de la contienda. Los hechos se iniciaban con la detención, generalmente al anochecer, y solían terminar con la ejecución de la víctima unas horas después. Se trataba de una represión incontrolada ejercida por las milicias, que efectuaban detenciones arbitrarias y ejecutaban sin formación de causa y de forma clandestina, al margen de todo proceso judicial. Cuando el jefe de los milicianos, Jiménez, tiene la certeza total de que Carmiña colaboraba con los quintacolumnistas toma la decisión: "Vamos, niña". Carmiña pregunta "¿adónde? y la respuesta del miliciano no deja lugar a dudas: "A dar un paseo".

En la imagen el comandante Ortiz de Zárate, tras el fracaso del golpe militar en Guadalajara, poco antes de su fusilamiento. La imagen podría servir como ejemplo del drama que envolvería cualquier "paseo"  Fuente: foto Albero y Segovia. Archivo General de la Administración

La actitud agresiva de los milicianos y el temor que muestra el rostro de Ortiz de Azcárate sobrecogen al espectador. Fuente: Foto Albero y Segovia Archivo General de la Administración



La persecución termina conduciendo al grupo de Jiménez hasta una choza de pastores en Torrelodones y más tarde a un lúgubre sanatario antituberculoso en la sierra, cerca de Navacerrada, convertido en una triste y casi ridícula alegoría de la España desgarrada por la guerra, donde unos enfermos, moribundos y abandonados a su suerte, mantienen sus odios ideológicos hasta la muerte. En la sierra madrileña existían en la época varios sanatorios para tuberculosos como el Real Sanatorio de Guadarrama o el Sanatorio Neumológico de Guadarrama. Al final, casi al amanecer, los milicianos llegan al término de la cadena, una luz que los sumerge en las líneas enemigas. Es entonces, cuando dos de ellos se repliegan sobre sus pasos, aunque para sorpresa del lector, Jiménez y Pedro continúan y se internan con vehemencia mortal en las líneas enemigas en busca de la luz que perseguían. Los dos son abatidos. Un final poco previsible, casi irreal, pero muy potente y cargado de significado, una auténtica metáfora del abismo al que conduce la sed de sangre y la violencia inherente a la guerra.

Real Sanatorio de Guadarrama. Fuente: elviajerohistorico.wordpress.com (Colección Carlos Frías Valdés).