BLOG DE JOSÉ ANTONIO DONCEL DOMÍNGUEZ (I.E.S. LUIS CHAMIZO, DON BENITO, BADAJOZ)

martes, 28 de agosto de 2012

La exploración y conquista española en Asia y el Pacífico: el galeón de Manila


El Pacífico en un mapa del gran cartógrafo A. Ortelius de 1598

Durante el siglo XVI los navegantes españoles, sedientos de aventuras y sobre todo de riquezas y poder, protagonizaron multitud de expediciones y descubrieron nuevas tierras en la inmensidad del Pacífico, llegaron a los rincones más alejados y recorrieron archipiélagos e islas desde Australia a Japón, contactando con civilizaciones del Extremo Oriente como la de China. Solo a partir del siglo XVII se les unirían los holandeses y más tarde los ingleses y franceses. Sin embargo, serían éstos los que se llevaron el reconocimiento y el prestigio, y siglos después, casi nada había trascendido de aquellos marineros vascos, castellanos o portugueses que al servicio de la corona española habían navegado y explorado el océnao Pacífico. Es como si el afán de conquista hispano se hubiera quedado limitado al Atlántico y América y el descubrimiento y exploración del Pacífico fuera cosa de otros, de marinos como el holandés Abel Tasman en el siglo XVII, o el inglés James Cook y los franceses Bougainville y La Pérouse en el XVIII. Sin embargo, durante el siglo XVI y la primera parte del XVII el dominio de los mares fue hispano y el Pacífico no quedó al margen de ello, convertido en un "lago español". Y como prueba quedaron la multitud de topónimos hispánicos que han pervivido y que todavía podemos observar con un simple vistazo en el atlas: es el caso del estrecho de Torres entre Australia y Nueva Guinea y multitud de archipiélagos como las Carolinas, las Marianas, las Marquesas, las islas Filipinas -en cuyo territorio abunda la toponimia española con islas como Negros o ciudades como Legaspi, Lucena, Angeles o Puerto Princesa entre otras muchas-, el archipiélago de las Salomón, algunas de cuyas islas mantienen nombre español -San Cristóbal, Santa Isabel o Guadalcanal-, el archipiélago de la Santa Cruz, al este de las Salomón, o la isla Espíritu Santo en Vanuatu (Nuevas Hébridas).

DESCUBRIMIENTOS Y EXPLORACIONES ESPAÑOLAS EN EL SIGLO XVI Y XVII

En 1514 Vasco Nuñez de Balboa cruzaba el istmo de Panamá y se plantaba ante un nuevo e inmenso océano, al que llamó el Gran Mar del Sur. Desde entonces, resultó evidente que la idea de Colón de que las tierras descubiertas en sus viajes formaban parte de Asia era un error. La necesidad de conocer el nuevo mar abrió el camino a las exploraciones españolas que pretendieron abrir una nueva ruta alternativa para llegar a las islas Molucas -en la actual Indonesia-, conocidas entonces como las Islas de las Especias. Estas islas eran el centro de un comercio, el de las especias, que desde el fin de la Edad Media procuraba enormes beneficios y que dominaban los portugueses a través de sus asentamientos en África, la India y el sudeste asiático, a través del océano Ïndico. El Tratado de Tordesillas de 1494 había fijado las zonas de influencia de Portugal y Castilla, dominadores de los mares, pero no estaba claro si las islas Molucas entraban en una zona u otra. Esa indefinición permitió que la corona española siguiera buscando una ruta alternativa, que solo podría hallarse a través del Pacífico. Por eso el rey Carlos I financió la expedición de Fernando de Magallanes que daría la vuelta al mundo y buscaría una ruta alternativa hasta las Islas de las Especias. Salió de España en septiembre de 1519 y regresó tres años después, en septiembre de 1922. Sufrieron rebeliones, hambre, guerras y enfermedades, y el propio Magallanes murió, como la mayoría de los miembros de la expedición. En septiembre de 1522 llegaban a Sanlúcar de Barrameda dieciocho supervivientes bajo el mando de Juan Sebastián Elcano. Habían dado la primera vuelta completa al globo terráqueo, habían descubierto las Filipinas y las Marianas y traían un cargamento importante de especias, pero no habían logrado conquistar las Molucas. El viaje había sido largo: habían rodeado América del Sur por el que después se llamaría estrecho de Magallanes y se habían internado por primera vez en el Gran Mar del Sur, que denominaron Pacífico por los escasos vientos que encontraron y las calmas que ralentizaron el viaje y los condenaron al hambre y el escorbuto, acuciados por la falta de agua potable y alimentos frescos. Tres meses después llegaban a las Marianas, con la mala suerte de haber recorrido miles de kilómetros sin toparse con las múltiples islas que había. Descubrieron después el archipiélago de las Filipinas, donde murió Magallanes, y más tarde Elcano llegaba a las islas Molucas, partiendo después hacia España en un largo viaje por mares portugueses, atravesando el océano Índico y bordeando Äfrica.
Carlos I trataría de ocupar las islas Molucas mandando posteriormente una flota al mando de fray García Jofre de Loayza, que también fracasó. El Tratado de Zaragoza de 1529 fijó de forma definitiva los límites de la expansión de los imperios ibéricos y las Molucas quedaron fuera del alcance castellano. A pesar de todo, los navegantes españoles siguieron navegando por el nuevo océano y en 1528 Álvaro de Saavedra encontró una nueva ruta que permitía cruzar el Pacífico desde Nueva España hasta Filipinas en mucho menos tiempo que el precisado por Magallanes. La vuelta hacia América seguía siendo, sin embargo, un problema serio. En 1542 sería Ruy López de Villalobos quien llegaría de nuevo a las Filipinas, explorándolas y dándoles su nombre en honor a Felipe II. Poco después moriría en las Molucas, preso de los portugueses.

Pintura de Elías Salaverría de principios del s. XX.
 "El regreso de Juan Sebastián Elcano a Sevilla".
En la expedición de Villalobos llegó a  las Molucas el capitán Iñigo Ortiz de Retez, que recaló más tarde en la isla ya conocida por los Portugueses como Papúa, y que él denominó Nueva Guinea por la apariciencia de sus habitantes, que le resultó parecida a la de los negros del golfo de Guinea.
En 1560 Felipe II decide impulsar la expansión por el Pacífico y ordena colonizar las Filipinas, para convertirla en la base española del comercio con Asia y China, a pesar de violar los tratados vigentes con Portugal y estar fuera de su zona de expansión.. Es enviado Miguel López de Legazpi desde México, que recala y conquista Guam y después desembarca en el archipiélago filipino, en las islas de Cebú, Mindanao y Luzón. La resistencia encontrada le obliga a buscar ayuda y entre aquellos que estarán en la flota de regreso esta Andrés de Urdaneta, un religioso vasco, gran marino y uno de los que mejor conoce el Pacífico. Subirá hacia el norte y cogerá a la altura de Japón la gran corriente del Kuro Shivo, que le conducirá hasta California, bajando luego hasta Acapulco, cuatro meses para veinte mil kilómetros. Se había encontrado en 1565 la llamada ruta del Tornaviaje, utlizada a partir de entonces por los nvegantes españoles y que permitía comerciar con América sin necesidad de volver por el océano Ïndico y atravesar las áreas de influencia portuguesa. 
Legazpi recibió ayuda y consolidó sus conquistas. En 1571 fundaba el que sería el centro de la presencia española en Asia, la ciudad de Manila, ubicada en un excelente puerto natural al oeste de la isla de Luzón, desde el que se desarrollaría pronto un intenso comercio con China.

Fundación de Manila por Miguel López de Legazpi.

Álvaro de Mendaña
Andrés de Urdaneta



















Pronto surgirán nuevas expediciones desde Nueva España -México- y Perú, estimuladas por la ambición y la creencia en leyendas como la de la Terra Australis, el legendario continente del Sur, o las islas del Oro, supuestamente situadas al oeste de América. Con esas leyendas en la cabeza parte de Perú una expedición al mando de Álvaro de Mendaña en 1567. Después de tres meses de navegación descubren unas islas, bautizadas como islas Salomón, pensando que podían ser las míticas minas del biblico rey Salomón. Tuvo que regresar a Perú, pero 25 años después Mendaña volvía a la zona con una nueva expedición que le permitió descubrir las islas Marquesas y encontrar las islas de Santa Cruz, al sudeste de las Salomón, donde finalmente volvió a recalar y encontró la muerte. En aquel viaje le había acompañado como piloto el portugués Pedro Fernández de Quirós, que después, en 1603, comandará una nueva expedición para buscar la Terra Australis desde Perú. No la encontró pero descubrió la isla Espiritu Santo y el archipielago de Nuevas Hébridas. Un temporal separó la expedición y su segundo, Luis Váez de Torres, navegó en dirección oeste, penetrando por el estrecho que separa Nueva Guinea de Australia, hoy con su nombre. Por primera vez un europeo avistaba el continente australiano, aunque sin percatarse de que se encontraba ante una gran masa continental.



Sin embargo, y a pesar de todas estas expediciones, los españoles no consiguieron convertir las costas de Asia y Oceanía en una nueva América, los recursos encontrados no eran los mismos y nunca se descubrieron extensos territorios con mucha población -no se halló la mítica Terra Australis-, no se explotaron grandes recursos mineros y las leyendas de las islas de oro y plata nunca se convirtieron en realidad, muchas poblaciones fueron hostiles y cuando se llegó a las islas del sudeste asiático ya estaban bien asentados los portugueses, a la vez que en el continente existían sólidos imperios y civilizaciones que dificultaban la penetración europea -China o Japón-. Por otro lado, el viaje desde España era muy largo y tortuoso y había que cruzar dos océanos, lo que impedía la llegada de muchos españoles, dificultando la colonización de los nuevos territorios. Tan solo fueron conquistados algunos archipiélagos como las Marianas y las islas Filipinas, convirtiéndose éstas en el gran enclave español en Asia. Hubo intentos de asentarse en Indochina y Formosa, que no cuajaron, e incluso planes para la conquista de China. De hecho, la propia colonización de Filipinas se hizo con muy pocos españoles, de ahí que el peso de los misioneros y religiosos fuera especialmente grande, mucho mayor desde luego que en América. Allí calaron entre la población local, donde se extendió un fuerte sincretismo de las tradiciones locales con el cristianismo. El proceso de evangelización se vió beneficiado también por el uso de la lengua indigenea -lo que no ocurrió en América-, como se estableció en el Sínodo de Manila de 1584.



EL GALEÓN DE MANILA

Los españoles también monopolizaron el comercio a lo largo del Pacífico entre América y Asia, y fueron los únicos, aunque otros llevaron a cabo exploraciones, que realizaron un comercio importante entre sus costas antes del siglo XVIII. Tan solo ellos navegaron con regularidad por sus aguas, a través del denominado Galeón de Manila o Nao de la China, que cada año surcaba las aguas llevando productos desde el puerto de Acapulco en Nueva España -México- hasta Manila en Filipinas y volviendo posteriormente al punto de partida. Era un viaje larguísimo, de uno o dos barcos, que se convirtió en el gran rival de la ruta de las especias, dominada por los portugueses y que iba por el océano Ïndico, cumpliendo el sueño de Colón de llegar a Asia desde el lado opuesto. El primero se produjo en 1585 y el último en 1821 cuando la Guerra de Independencia Americana interrumpió su servicio. El trayecto de salida de Acapulco duraba unos dos meses y recalaba en la isla de Guam y las Marianas a través de la Corriente Ecuatorial del Norte que discurre desde el este hacia el oeste. El tornaviaje desde Manila hacia México era más complicado y largo, durando más de cuatro meses, porque tenía que seguir la ruta de Urdaneta, que subía hacia el norte para seguir la ruta de la corriente de kuro Shivo hasta el cabo Mendocino en California y bajar luego hacia el sur bordeando la costa. En México los productos asiáticos del Galeón de Manila eran desembarcados en el puerto de Acapulco y transportados por vía terrestre hasta Veracruz. Entraban así en la otra gran ruta comercial española, la de la Flota de Indias, que desde el puerto de Veracruz, -también desde Cartagena de Indias y Portobello- discurría hasta La Habana y desde allí, formando grandes convoyes escoltados por galeones armados, se dirigía a través del Atlántico hacia el puerto de Sevilla -en el siglo XVIII al de Cádiz-. La corona monopolizaba el control de la explotación y transporte de las riquezas materiales de los nuevos territorios, y para ello había creado en 1503 en Sevilla la Casa de Contratación, un organismo que autorizaba todo viaje o intercambio comercial con las colonias.

La bahía de Acapulco ofrecía un excelente puerto natural que pronto se convirtió en uno de los grandes puertos comerciales del imperio español.

Manila se fundaba en 1571, convirtiéndose en la capital de las Filipinas. En 1590 se iniciaba la construcción de las murallas que habían de proteger la que desde entonces se llamó la ciudad intramuros.

El fuerte Santiago incluye algunos de los escasos vestigios que han queda-
do de la ciudadela intramuros de Manila, destruída en la II Guerra Mundial.

Ruta de ida y vuelta seguida por el galeón de Manila entre Filipinas y Nueva España.


A través de Manila los españoles comerciaban con las Molucas, Bengala, Japón, Borneo, Siam, Sumatra y Java, se embarcaban en el galeón de Manila piedras preciosas de la India, especias del sudeste asiático y Ceilán. Pero la razón de ser de la ciudad de Manila y la ruta del Galeón era sobre todo el comercio con China. Sus refinadas manufacturas -seda, porcelana, perfumes- eran valoradas por la élite criolla americana de México y Perú y por las clases altas europeas, y a su vez China demandaba intensamente la plata americana, que era utilizada de forma masiva a raíz de las órdenes de pagar los impuestos en este metal. Así que el Galeón de Manila cuando salía del puerto de Acapulco iba cargado de productos americanos como la vainilla, el cacao, cueros, pero sobre todo de plata contante y sonante. Decenas de juncos chinos navegaban hasta las Filipinas anualmente y en la propia Manila existían una pujante comunidad china dedicada al comercio.

Wanli, decimotercer emperador de la dinastía
Ming (1572-1620).
Jarrón de porcelana azul y blanca de la dinastía Ming.



















El nombre de Galeón de Manila estaba relacionado con el hecho de que la ruta hacia Filipinas, como tantas otras, estuvo monopolizada por un nuevo navío, el galeón, que permitió la expansión comercial y militar española. El galeón era un buque que había surgido en los astilleros cantábricos hacia el año 1550. Era producto de la evolución de la nao y la carabela y fue pronto adoptado por el resto de flotas europeas, reinando en los mares durante dos siglos, hasta la aparición de la fragata y la corbeta.

Diferentes perspectivas de un galeón del siglo XVII.

La imponente figura del galeón resaltaba en alta mar.

Rememorando las andanzas del Galeón de Manila, y con motivo de la exposición universal de Shanghai, la Junta de Andalucía patrocinó el diseño y construcción de un galeón, el Andalucía, que navegó en el 2010 hasta Shanghai para permanecer en el pabellón de España y convertirse en embajador de Andalucía en el mundo.

Galeón Andalucía.

LA IRRUPCIÓN DE NUEVAS POTENCIAS EN EL SIGLO XVIII. 
EL FIN DEL DOMINIO ESPAÑOL.

El siglo XVIII marca la decadencia militar y económica de España, que tuvo que aceptar que el Pacífico ya no era un mar de dominio exclusivo suyo. Hacía tiempo que los holandeses habían penetrado en sus aguas, pero entonces los británicos, franceses y rusos se lanzaron a una carrera imperialista que les llevaría a recorrer los últimos espacios inexplorados del inmenso océano. Los rusos desde finales del siglo anterior y principios del XVIII exploraron la costa siberiana y recorrieron las islas Aleutianas hasta Alaska, pero fueron sobre todo los tres viajes del capitán James Cook los que terminaron por abrir el conocimiento y las rutas del Pacífico. En su primer viaje llegó a Tahití, después a Nueva Zelanda y a la costa australiana, más tarde navegó buscando la mítica Terra Australis y demostró que no exitía. Llegó a las Hawai y ascendió hasta el estrecho de Bering. Con él se cerraban las últimas incógnitas sobre el inmenso océano. 
En esa misma época varios gobiernos patrocinaron expediciones al Pacifico, emulando o rivalizando con las del capitán Cook. Por entonces cruzaba también el inmenso océano Louis Antoine de Bougainville, así como Samuel Wallis o Philip Carteret. Más tarde lo haría, al final del siglo, el conde de La Pérouse. Sin embargo, todavía durante el siglo XVIII España mantendría una importante actividad exploratoria frente a británicos y rusos.  Los españoles recorrieron la costa oeste de Norteamérica y en 1760 Gaspar de Portola descubria la bahía de San Francisco, llegando después a las costas del actual Canadá. En esa época y siguiendo la estela de las expediciones del Capitán Cook, Carlos III apadrinaba la última gran expedición expañola. Comandada por el italiano Malaspina, se desarrolló entre 1789-94 y estaba compuesta por dos corbetas que recorrieron  las posesiones españolas a un lado y otro del Pacífico, con el objetivo de evaluar su situación y profundizar en el conocimiento de dichas tierras. Viajaban científicos diversos, naturalistas, botánicos y físicos en una expedición que se convirtió en el canto del cisne del gran imperio español, entonces en decadencia.

La expedición de Malaspina estaba compuesta por las corbetas Descubierta y Atrevida.

Itinerario de la expedición de Malaspina a lo largo del Atlántico y el Pacífico.


























lunes, 13 de agosto de 2012

La muerte de los zares de Rusia: Nicolás II y su familia ejecutados por los bolcheviques.

La propaganda bolchevique muestra a Lenin limpiando
el mundo de "basura", religiosos, burgueses y monarcas
 entre ellos.

En la noche del 17 de julio de 1918, guardias bolcheviques disparaban sobre la familia real de los Romanov. Con su ejecución se cerraba un nuevo capítulo de la revolución de octubre, iniciada meses antes y que había conducido a los comunistas al poder. Tras la victoria de los bolcheviques se iniciaba una brutal guerra civil que enfrentó al nuevo poder y al conglomerado de fuerzas que se oponían a él. Por todos lados, desde Siberia a Ucrania, anarquistas, mencheviques, socialrevolucionarios y sobre todo los viejos defensores del zarismo, se alzaban en armas contra el nuevo régimen.


LOS ROMANOV EN ÉPOCA DE CAMBIOS

En 1613, con Miguel I de Rusia, había accedido al poder la dinastía de los Romanov. En siglos sucesivos se sucedieron monarcas de distinta talla entre los que destacaron algunos como Pedro I el Grande, fundador de San Petersburgo, auténtico artífice de la Rusia moderna. Cuando en 1894 muere Alejandro III, su hijo Nicolás II, que a la postre sería el último Romanov. Era un hombre tímido al que agradaban los deportes y la vida militar, por la que sentía especial devoción: los galones, el honor y el resto de la parafernalia propia del cuerpo le seducían. Buen conocedor de idiomas, especialmente inglés, era tímido y de poco carácter, algo que le sería muy perjudicial en las nuevas situaciones a las que se tendría que enfrentar en el futuro inmediato. No estaba preparado para gobernar un país, carecía de formación política, desconocía las relaciones internacionales y no tenía ni idea de como se gestionaba un enorme imperio. Pronto aparecieron las intrigas en la corte y sus tíos trataron de dominarlo e influenciar en su gobierno. Poco después se casaría con Alix von Hesse, que como zarina y al convertirse a la Iglesia ortodoxa, tomaría el nombre de Alejandra Fyodorovna. Se querían y respetaban. Ella tenía un fuerte carácter y resultaba altiva y arrogante, y le aconsejó tomar las riendas y acabar con las manipulaciones de su entorno. Tuvieron 4 hijas, las grandes duquesas Olga, Tatiana, María y Anastasia, todas seguidas de un año; y al final un anhelado heredero, el zarevich Alexis Nikoláievich, enfermizo y débil, auténtica debilidad del matrimonio. Pero la Rusia del nuevo siglo estaba llena de cambios, vivía el surgimiento de un proceso acelerado de industrialización y urbanización, nuevos grupos sociales e ideologías se extendían y la monarquía absoluta del zar se veía cada día más superada por los nuevos tiempos. Nicolás II, más bien corto de entendederas, fiel a la defensa de la monarquía tradicional como siempre la había conocido y débil de carácter, no supo interpretar los cambios y ver la nueva realidad.


La familia real  Romanov: los zares, el zarevich y las grandes duquesas.

Nicolás II tardó en considerar la necesidad de cambios democráticos y cuando los aceptó -se desarrollaron elecciones y se puso en marcha una Duma o parlamento- se vió forzado a ello por las circunstancias y nunca tuvo un verdadero espíritu democrático. Despreció el potencial y las posibilidades de los emergentes movimientos sociales y en particular del movimiento obrero. Cuando llegó el momento,  recurrió a la guerra del modo más clásico: en 1905 jugó la carta de la guerra frente a Japón para ganar proyección internacional y calmar los ánimos en la política interna. Pero jugar esa carta era muy peligroso, porque una victoria reforzaría su autoridad y relajaría los conflictos, pero una derrota los agudizaría. Y así ocurrió, la humillante derrota frente a Japón precipitó los acontecimientos de la revolución de 1905, un aviso a navegantes del que no supo sacar conclusiones.
En 1914, durante la Primera Guerra Mundial, Nicolás II volvía a jugar la carta de la guerra, cometiendo un grave error porque el país no estaba preparado para el conflicto. En auxilio de Serbia entró en guerra contra las potencias centrales -primero Austro-Hungría y después Alemania-. Pero sus errores continuaron durante el conflicto y cuando se sucedieron la derrotas, depuso al ministro de la defensa y asumió el mando directo de los ejércitos. La consecuencia era evidente: a partir de ese momento las derrotas le salpicarían directamente, como así fue. Obvió los consejos de sus más allegados porque le gustaba la vida militar, adoraba los uniformes y estaba orgulloso de sus galones de coronel, esa era una oportunidad como ninguna otra de participar en el juego de la guerra de verdad. Pero aún hubo más errores: en la retaguardia, con el zar en el frente, la zarina se convirtió en la máxima autoridad, pero bajo el control del estrafalario Rasputín, un monje místico de fuerte carisma que había conseguido el favor de la reina gracias a sus capacidades para mejorar la enfermedad del zarevich. Rasputín era un perturbado y la zarina no era una persona querida por las masas, lejana y clasista, no tenía nada que ver con su pueblo. En medio de esa situación, se suceden desde principios de 1917 los motines, las manifestaciones y las huelgas obreras. Estalla la revolución en febrero y el zar abdica en su hermano menor, el Gran duque Miguel, cuyo reinado solo dura 24 horas. El nuevo monarca cede de inmediato el poder a un Gobierno provisional, presidido por Lvov y formado por liberales y socialdemócratas, que pretendía instaurar un régimen liberal y parlamentario.


El zar  Nicolás II y su hijo Alexis.
Los zares y su primogénito Alexis.



Procesión religiosa con la participación de la familia real. La monarquía y
 la Iglesia Ortodoxa Rusa estaban íntimamente ligadas.

Rasputín con la zarina y sus hijos.
Rasputín

EL GOBIERNO PROVISIONAL BUSCA UNA SALIDA

La familia imperial es retenida en el palacio Tsarkoye Selo, a las afueras de Petrogrado (San Petersburgo). Una especie de cárcel dorada, una antigua residencia campestre de Catalina la Grande, donde la famlia encuentra reposo y tranquilidad en medio de las enormes convulsiones de la época.
Pero el gobierno provisional, presidido ahora por el socialista Kerensky, quiere quitárselos de encima a toda costa pues pueden ser un foco enormes de problemas, imposibilitando la consolidación del nuevo régimen. Por un lado, son un germen de la contrarrevolución y base sobre la que se podrían reorganizar los defensores del viejo régimen, por otro lado, son objeto de animadversión por los más radicales, especialmente los bolcheviques, que controlan los soviets y para los que también son un símbolo, en este caso a destruir. Es evidente que su presencia solo agudiza las tensiones y altera los ánimos.
En dicha situación el gobierno provisional ruso propone a Inglaterra acoger a la familia real. Tal propuesta entraba dentro de lo lógico si teníamos en cuenta los fuertes lazos familiares y afectivos que unían a las dos dinastías. Nicolas II y Jorge V, rey de Inglaterra, eran amigos y primo hermanos, y la zarina era nieta de la reina Victoria. Los Romanov habían estado muchas veces en Inglaterra, donde además habían pasado períodos de vacaciones. El gobierno inglés de Lloyd George no era muy proclive y no amaba a la monarquía rusa, pero había que mimar al nuevo gobierno ruso para que siguiera la guerra con Alemania y pareció proclive a aceptar la situación. Pero la opinión publica inglesa no tenía mucha estima por los autócratas rusos y la izquierda celebraba cada vez más la caida del zar y la revolución. No había duda de que traerlos podía tener repercusiones para Inglaterra y su monarquía. Jorge V y el gobierno británico se echaron finalmente atrás.
Ante las dificultades para enviarlos al extranjero, Kerensky trata de eliminarlos de la escena revolucionaria y conduce a la familia real hasta Siberia. Resulta curioso que el zar termine donde tradicionalmente enviaba a sus adversarios políticos, con frecuencia desterrados a Siberia, como así le ocurrió al propio Lenin. Se les envió a Tobolsk, una ciudad relativamente no muy alejada, en la Siberia occidental más cercana a los Urales. Allí llegaron en agosto de 1917 el zar Nicolás II, la zarina Alejandra, el zarevich Alexis, las cuatro grandes duquesas y un séquito importante formado por un ayudante de campo, un médico, un preceptor, un marinero guardaspaldas del zarevich y varios sirvientes. Fueron instalados en un palacio con todas las comodidades, aunque debieron ser momentos duros para unas personas que habían estado acostumbradas a algo más que el lujo y la comodidad,  habían detentado el poder absoluto durante siglos y ahora se veían retenidas contra su voluntad por sus enemigos políticos.

Palacio de Tobolsk donde fue recluído el zar y su famlia.
El zar y personal de su séquito trabajando en el campo. Tobolsk.


El zarevich y tres de sus hermanas tomando el sol. Tobolsk.

El zar y su hijo trabajando durante su estancia en Tobolsk.

La famillia real tomando el sol.

Los zares y su hijo.




Las grandes duquesas Anastasia y Tatiana en Tobolsk.

El zar y una de sus hijas en Tobolsk. Un guardián detrás.


LOS BOLCHEVIQUES EN EL PODER. LOS ZARES EJECUTADOS

El zarevich en Tobolsk, convaleciente tras una caída.
Unos meses después las cosas se tuercen mucho más para la familia Romanov. En octubre, tres meses después, tenía lugar la segunda revolución, aquella que conduce a los bolcheviques al poder al grito legendario de "¡Todo el poder a los Soviets! Se crea un gobierno de comisarios del pueblo encabezado por Lenin y a principios de 1918, tras las elecciones a la Asamblea Constituyente, se proclama la dictadura del proletariado. Era previsible que los bolcheviques ajustarían cuentas, como así ocurrió. La familia real todavía permanece unos meses en Tobolsk, en cada vez peores condiciones, sin el trato esquixito anterior, pero sin sufrir maltrato alguno -a no ser que algún insulto que otro y gestos de desprecio por parte de los guardianes pueda ser considerado como tal-. Pero Rusia se ve envuelta de inmediato en una guerra civil entre la contrarrevolución y los bolcheviques, los blancos y los rojos. Ante el avance de los ejércitos blancos por Siberia, Lenin decide trasladar a la familia real en abril de 1918 y envía al comisario Yakovlev para traérselos a Moscú. No estaba claro que iban a hacer con ellos, pero el poder de los bolcheviques estaba muy deteriorado y los territorios bajo su control eran cada vez más reducidos. El viaje lo realizan solo los zares y su hija María, porque por entonces el zarevich no se encontraba en condiciones de viajar, debido a su delicada salud, agudizada por los efectos de una caída.  Sin embargo, se produce un cambio de planes y se decide poner a los prisioneros bajo el control del Soviet de los Urales, de forma que el 30 de abril los prisioneros se quedan en Ekaterimburgo, la gran ciudad de los Urales.
Son entonces encerrados en la casa Ipatiev, una residencia burguesa, en donde pronto se les uniria el resto de la familia. De su vigilancia se encargan milicianos de la Cheka, la policía política bolchevique, que ejecutan al ayudante de campo y al marinero. Por el contrario, el preceptor de origen suizo y otros miembros de la servidumbre son liberados. Con ellos se quedan los más fieles, el doctor Botkin, el cocinero, la doncella de la zarina y un criado de confianza del zar.

Casa Ipatiev en Ekaterinburg. Allí condujeron los bolcheviques a la
familia real, allí vivieron sus últimos días y  fueron ejecutados.

En julio el desenlace se acerca, miembros del Soviet de los Urales viajan a Moscú asustados por la proximidad de la legión checoslovaca, entonces del lado de los ejércitos blancos zaristas. Estos avanzaban desde Siberia con rapidez y se acercaban peligrosamente a Ekaterimburgo, por lo que Lenin y Sverdlov, responsable de interior, tras consultar al Soviet Central, deciden ejecutar a los Romanov. Convergen varias razones, era evidente que los blancos podían rescatar al zar y eso sería terrible para la revolución, en segundo lugar, mantener con vida a los miembros de la familia imperial era dejarles un estandarte viviente a los blancos, como afirmaría más tarde Trotsky en sus Diarios.
El segundo jefe de la Cheka de los Urales, Yakov Yurosky, era el responsable de la custodia de la casa Ypatiev y él mismo se encargará posteriormente de la ejecución. El 17 de julio de 1918, con un pelotón de soldados, la mayoría no rusos, letones y húngaros, Yurosky actuará durante la media noche. Despiertan a la familia, les ordenan vestirse y hacer el equipaje como si fueran a ser trasladados. Todo el día se habían oído los disparos cercanos de las tropas blancas. Son todos conducidos al sótano: los zares, los criados, el doctor, las hijas y el zarevich. Algunos hombres se niegan a participar, pero poco después unos doce guardias armados con pistolas y fusiles con bayonetas penetran en la habitación y acribillan a balazos a las once personas. Cada uno tenía un objetivo sobre el que disparar, evitando así mucha sangre y aumentando la rapidez, pero a pesar de todo el zarevich debe ser rematado con un disparo en la cabeza por el propio Yurosky, y una criada sobrevive, siendo perseguida por la habitación y pasada por la bayoneta. Más soprendente es el hecho de que las grandes duquesas no murieran de inmediato, la razón es que llevaban los corsés muy ceñidos y llenos de joyas, por lo que hicieron de chaleco antibalas. Tienen que ser rematadas con bayonetas y machetes.
Los bolcheviques tenían órdenes de no dejar pruebas, pero en un principio las cosas no se hicieron bien. El comisario militar Ermakov se encargó de hacer desaparecer los cuerpos. Se los llevó a las minas de Vert Isetsk, para ocultarlas en un pozo abandonado, pero sus hombres se enborrachan y al saquear los cuerpos descubren las joyas. En esas condiciones lanzan los cuerpos a una sima poco profunda sin tan siquiera utilizar palas.Yurovsky se encarga entonces de la misión y se deshace de los inútiles, pero se equivoca al lanzar unas granadas para derrumbar las rocas sobre los cuerpos, lo único que consiguió es despedazarlos. A la noche siguiente sacará los restos y se los llevará, conciente de que se había extendido el rumor por la zona de su abandono en las minas. El camión se le estropea y decide actuar con ácidos y petróleo para quemar los cuerpos y hacerlos irreconocibles. No es fácil, porque dicho proceso requiere su tiempo. Al zarevich y una gran duquesa los entierra en el bosque y el resto cerca de un puente.
El comunicado que sentencia la vida de los zares quedó para la posteridad:
"Decisión del Presidium del Consejo de Diputados, Obreros, Campesinos y Guardias Rojos de los Urales:
En vista del hecho de que bandas checoslovacas amenazan la capital roja de los Urales, Ekaterimburgo, que el verdugo coronado podía escapar al tribunal del pueblo (un complot de la Guardia Blanca para llevarse a toda la familia imperial acaba de ser descubierto) el Presidium del Comité Divisional, cumpliendo con la voluntad del pueblo, ha decidido que el ex zar Nicolás Romanov, culpable ante el pueblo de innumerables crímenes sangrientos, sea fusilado.
La decisión del Presidium del Comité Divisional se llevó a cabo en la noche entre el 16 y 17 de julio".


Yakov Yurosky  se encargó de la ejecución de la familia real y la desaparición
 de los cuerpos.

Sótano donde fue ejecutada la familia Romanov.

Recreación pictórica de la muerte del zar y su familia.

EL MISTERIO DE LA MUERTE Y SU RESOLUCIÓN FINAL

Los responsables de la ejecución no hicieron bien su cometido. La causa fue una mezcla de incompetencia y de premura, por la cercanía de los ejércitos blancos. No debemos olvidar que la guerra civil rusa en esa época era un caos enorme, con frentes nada definidos, con un ejército rojo todavía bastante caótico, con poca disciplina y organización. A pesar de todo, cuando los blancos tomaron Ekaterimburgo -lo mantuvieron durante dos años- realizaron diversas investigaciones, como las que condujeron al juez Sokolov a establecer con precisión lo sucedido, aunque en ningún momento encontró la localización exacta de los cadáveres. Eso permitió el nacimiento de todo tipo de especulaciones, surgiendo leyendas en torno al paradero de los zares y su familia. Para muchos no habían muerto y un montón de farsantes en los años sucesivos pretendieron suplantar al zarevich o a las grandes duquesas. Locos y estafadores buscaron protagonismo o fueron detrás de la enorme fortuna que los Romanov tenían en bancos europeos. La pretendiente más famosa fue la que contribuyó a construir el mito de Anastasia, una mujer conocida como Anna Anderson. Después se supo que se trataba de una obrera polaca, Franziska Schanzkowski, que durante décadas mantuvo su postura y convenció a algunos parientes y antiguos cortesanos de los zares. La leyenda de la princesa viva llegó más tarde a la gran pantalla y alimentó, gracias al cine, la imaginación de generaciones enteras de todo el mundo.


El mundo de la animación infantil también
 recurrió al mito de Anastasia (versión
 animada de la Century Fox).
El clásico de Hollywood de Anastasia
con Ingrid Berman y Yul Brynner.


Ekaterimburgo fue reconquistada por los bolcheviques y la guerra civil terminó con el triunfo de éstos. Con la consolidación definitiva del régimen comunista la casa Ipatiev se convirtió en el Museo de la Venganza de los Trabajadores. Después Stalin en 1932 lo cerró y el lugar se destinó a servicios burocráticos del Partido Comunista, hasta que las autoridades soviéticas decidieron destruirlo en 1977. Lo más curioso es que el Secretario General del Partido Comunista en la región, el que ejecutó tal decisión, era entonces Boris Yeltsin, más tarde primer presidente de la nueva Federación de Rusia poscomunista. Por esas fechas un geólogo, alexander Advonin, y su amigo, el escritor y cineasta Geli Ryabov, encontraron los cuerpos de los zares. Habían conseguido el libro del juez Sokolov donde éste dejaba constancia de sus investigaciones y que había sido prohibido en la U.R.S.S., pero además habían podido acceder al documento clave, el informe secreto que de la matanza redactó Yakov Yurovsky para la cúpula del Partido. Gracias a esta información localizaron el enterramiento colectivo en 1979 pero volvieron a enterrar los restos porque no podían hacer público su hallazgo, no en vano, el régimen comunista seguía plenamente vigente.
Tras la caida de la Unión Soviética, Advonin y Ryabov declaran haber localizado los restos. Rusia recuperaba entonces su historia, su bandera, y reaparecía con fuerza la Iglesia Ortodoxa. En 1991, con Boris Yeltsin en el poder como Presidente de la nueva Federación Rusa, se creaba una comisión y se exhumaban los cadáveres. Se efectuan entonces, todo tipo de pruebas, incluidas la de ADN, e  intervienen laboratorios de Estados Unidos y el Reino Unido que certifican que los restos son los del zar, la zarina, tres de las hijas y sus sirvientes. Faltan los cuerpos de la gran duquesa Maria y del zarevich Alexis.


Cráneos de la familia Romanov

Se realizaron con todo el boato unos funerales de Estado, aunque la Iglesia Ortodoxa no aceptó en ese momento los hechos y los cuestiona., por eso en la ceremonia celebrada en la catedral de San Petersburgo no se pronuncian sus nombres. Dos años despuès, en agosto del 2000, la Iglesia los da definitivamente por fallecidos y los canoniza como martires de la fe a manos del comunismo: "por su resignación y docilidad frente al martirio". Refrendaba así lo que con anterioridad, en 1981, la Iglesia Ortodoxa Rusa en el exilio ya había hecho. Desde 1998 sus restos reposan en la cripta imperial de la Catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo, en el lugar donde yacen tradicionalmente los zares de Rusia.
En agosto de 2007 se localizan los cadáveres que faltaban y en el mes de abril del 2008 se obtienen pruebas genéticas realizadas por laboratorios americanos que así lo corroboran.

Los zares y su familia convertidos en santos.
La tumba de la familia real







En este video  podemos ver representados muchos de los detalles más relevantes del final de la familia Romanov:

                                

                   



LA VERDADERA DIMENSIÓN DE LA TRAGEDIA

Hoy es fácil juzgar desde nuestro punto de vista y no hacerlo teniendo en cuenta el contexto hitórico en que se produjeron los acontecimientos. Definir el hecho de la ejecución de la familia Romanov como "una salvajada propia de comunistas sedientos de sangre", algo hoy frecuente, es cuando menos un exceso con fuerte connotación ideológica. Algunos esgrimen que se asesinó también a niños, sin embargo, un primogénito de 14 años, por muy pusilánime que fuera, era a efectos reales ya un hombre, cuando menos un adolescente, desde luego no un niño. La más pequeña de las princesas tenía 17 años. Los criados más fieles pagaron con la vida su lealtad pero el resto fue liberado, salvo los soldados. Se trataba de una brutal guerra civil no de un cuento de hadas.  Murieron 3 millones de personas, muchos de hambre, muchos niños. Este capítulo no es ni mucho menos el más trágico de la Revolución Rusa, aunque sea de especial relevancia. En medio de la mayor de las tragedias, del terror casi oriental de aquella guerra, la muerte de esos tiranos, sus hijos adolescentes y sus lacayos, no suponía ningún problema de conciencia para nadie y menos para unos bolcheviques que habían sufrido la represión del viejo régimen en primera persona. 
Es verdad que no hubo proceso judicial y que no fueron condenados a muerte por un juez, ni tampoco éste mando su ejecución, pero también que el régimen bolchevique estaba acosado por sus enemigos y en dicho contexto de asedio exterior e interior, no sabía muy bien que hacer con ellos: quitárselos de en medio resultaba lo más lógico en su intento de eliminar iconos y referencias para sus enemigos, y por tanto en su pretensión de ganar la guerra y poder sobrevivir como régimen. No se trataba, pues, de matar por matar como buenos perros de presa.
Durante muchos años la revolución en general, la rusa en particular, gozo de cierto prestigio, y las atrocidades del régimen sovietico staliniano fueron justificadas por muchos. Hoy, en sentido inverso y sin miramientos, se ajustan las cuentas con la historia de la Revolucion Rusa y sus protagonistas, sobre todo, por parte de una corriente de opinión tan conservadora como llena de perjuicios.
Quizás más escandaloso -que no más trágico- que la muerte de los zares en aquel contexto histórico, sería el hecho de que en pleno siglo XXI una iglesia cristiana -la ortodoxa- canonice a semejantes tiranos, aunque curiosamente no a los fieles lacayos que con ellos murieron. El concilio ortodoxo que canonizó a la familia real entera explicaba en el comunicado con el que terminamos, las razones de su canonización. Juzgar vosotros mismos estas palabras, que se refieren, no lo olvidemos, a personas que odiaban la democracia, elitistas y autoritarias, que deportaban a sus enemigos politicos, que condujeron a su pueblo a varias guerras con cientos de miles de muertos, que permitieron la miseria endémica del pueblo ruso:
"El último monarca ortodoxo ruso y los miembros de su familia se nos presentan como personas que buscaron con sinceridad encarnar en su propia vida las profesiones del Evangelio. En los sufrimientos que soportó con paciencia y resignación, la familia del zar desde su detención y su muerte como mártir en Ekaterimburgo (en los Urales), el 17 de julio de 1918, brilla la luz todopoderosa de la fe de Cristo".