BLOG DE JOSÉ ANTONIO DONCEL DOMÍNGUEZ (I.E.S. LUIS CHAMIZO, DON BENITO, BADAJOZ)

viernes, 3 de diciembre de 2021

La revolución cubana , entre el mito y la realidad

Mural propagandístico en las calles de Baracoa, cerca de Guantánamo. Fuente: lavanguardia.com


















Al frente de los "barbudos" de Sierra Maestra, Fidel Castro entraba en La Habana el 1 de enero de 1959. Terminaba así la dictadura de Fulgencio Batista, en el poder desde 1952 y nacía un nuevo régimen revolucionario que pronto, y de forma inesperada, iba a radicalizarse en el contexto de la Guerra Fría, evolucionando hacia la construcción de un estado comunista. Desde el primer momento, la revolución cubana adquirió una enorme relevancia, trascendiendo el ámbito latinoamericano para alcanzar una dimensión mundial: impulsó una etapa histórica de enorme conflictividad en América Latina al configurarse como el gran ejemplo a seguir para todos aquellos que deseaban derribar los gobiernos oligárquicos y las dictaduras predominantes; enfrentó a las superpotencias, llevándolas al borde del desastre nuclear en la crisis de los misiles de 1962; encendió las pasiones de jóvenes del mundo entero, simbolizando los anhelos de cambio de muchos pueblos, y generó líderes tan fascinantes como el "Che" Guevara, convertido en el símbolo eterno y romántico de la revolución, un emblema que se demostró inalterable al paso del tiempo, capaz incluso de perdurar por encima y al margen de la propia revolución que había ayudado a engendrar.

Primer cartel de la revolución cubana, creado por
Eladio Rivadulla para ensalzar la victoria del Mo-
vimiento 26 de Julio. Fuente: cinereverso.org
La revolución cubana tuvo desde sus comienzos un enorme impacto en el "imaginario" de su época, tanto en América como en Europa, pero también en Asia o África. Su aspecto mítico y simbólico sobrepasó pronto la estricta realidad nacional. Todo ayudaba. En primer lugar, la forma en que daba comienzo la revolución, un grupo de soñadores (liderados por los hermanos Castro y a los que después se une Guevara) montan en la mayor precariedad una organización revolucionaria, el Movimiento 26 de julio, poco después de que Fidel saliera de la cárcel, tras protagonizar el asalto al Cuartel de la Moncada en 1953. El perdón del dictador permitió a Fidel Castro huir a México, donde conoció al Che Guevara. Y desde el exilio mexicano, un pequeño contingente de 82 revolucionarios realizarán un precario viaje en el yate Granma que les llevará a desembarcar en Cuba. Los soñadores se dan de bruces con la realidad y solo 12 de ellos sobreviven, pero consiguen superar la adversidad y consolidan un núcleo guerrillero en Sierra Maestra. La prensa internacional se empieza a hacer eco de ello. Partir de la nada, para después crecer en la selva, pasando de la resistencia a la ofensiva, ir ganando el apoyo de la población y ser capaz de enfrentarse a un ejército muy superior con muy pocos medios, fue alimentando la imagen romántica de la revolución. David contra Goliat. Toda la humanidad veía perpleja las imágenes de aquellos hombres con uniforme militar y barbas pobladas que se enfrentaban con armas tomadas al enemigo a todo un ejército, jóvenes intelectuales que enseñaban a los campesinos a luchar contra la opresión, que se jugaban la vida sin obtener provecho personal. La nueva revolución se mostraba diferente, a la vez socialista y humanista. Solo faltaba lo que finalmente aconteció, la victoria de un pueblo unánimemente levantado contra la tiranía y la vergonzosa huida del dictador, abandonado por su protector estadounidense y por sus últimos cómplices.

Fidel Castro y el Che Guevara en Sierra Maestra en 1957. Fuente:cubadebate.cu

Fidel Castro en Sierra Maestra. Fuente: interferencia.cl (foto de Raúl Corrales.

A todo ello hay que unir el clima intelectual de esos años. En aquella época existía en muchos ambientes intelectuales una percepción de la revolución como una necesidad, como la única solución para acabar con situación de subdesarrollo y opresión. A ello habría que añadir el predominio que en muchos ámbitos culturales tenía el marxismo en la posguerra. Por otro lado, todavía la Unión Soviética, victoriosa en la Segunda Guerra Mundial, conservaba un enorme prestigio, aún a pesar de los crímenes estalinistas y la evolución totalitaria del estado soviético.

En ese contexto, la revolución cubana era un soplo de aire fresco, progresista pero independiente. Incluso cuando, años después, su sistema político y económico había desarrollado muchos de los defectos del soviético, incorporándose por completo al bloque socialista durante la Guerra Fría, todavía Cuba representaba algo especial para amplios sectores de la izquierda mundial y mantenía imperturbable su halo de romanticismo. A ello contribuía la fortísima personalidad de Fidel Castro, que no parecía nunca envejecer, y del Che Guevara, convertido tras su muerte en un gran mito, lo que los dirigentes de la revolución supieron explotar en beneficio propio. Por otro lado, Cuba aportaba una imagen cálida, llena de luz y color, una sensación de frescura y dinamismo, lejana de aquellos ancianos que durante los imponentes desfiles militares de la Plaza Roja de Moscú, saludaban quejosamente desde el mausoleo de Lenin, en un ambiente gélido, triste y gris. En este sentido, la revolución cubana apareció en el panorama mundial como algo nuevo e intensamente esperado: una revolución más auténtica y humanista, con un proyecto socialista suficientemente vago como para que pudiese resultar atractivo para gentes dispares, mezclando la herencia nacionalista de Martí, el mesianismo cristiano y la utopía socialista. Una revolución inédita, sin las dosis de burocracia y violencia que habían envuelto otros procesos revolucionarios, como el ruso. En este sentido, incluso cuando se convirtió en un régimen comunista, la revolución cubana supo mantener una imagen de autonomía, una apariencia de tercera vía que cristalizó en su activo papel en el Movimiento de los no alineados.

En este proceso, la situación geográfica y política de Cuba fue determinante. Ubicada en el corazón del Caribe, a tan solo setenta kilómetros de Florida, su historia reciente había estado marcada por la dependencia y la subordinación a Estados Unidos. Tras la derrota de España en la guerra de 1898, los norteamericanos habían invadido la isla, incorporando como apéndice a la nueva constitución de 1901 la llamada enmienda Platt, votada por el congreso estadounidense y que permitía la intervención de EE.UU en los asuntos cubanos. La enmienda dejó de estar vigente en 1934, pero Estados Unidos mantuvo su política de intervención continua en los asuntos de Cuba hasta el estallido de la revolución: el dictador Batista alcanzó el poder y se mantuvo en él gracias al beneplácito americano, y la propia revolución castrista fue posible porque EE.UU. no la evitó, confiando en poder canalizar el descontento revolucionario en un sentido favorable a sus intereses. Esa situación de dependencia le confería a la revolución cubana una dimensión nacionalista que todavía hoy es esencial en su comprensión, una dimensión a la que muchos países latinoamericanos y del tercer mundo podían adherirse con facilidad. No hay que olvidar que en la época nos encontrábamos en pleno proceso de descolonización en África y Asia, mientras en Latinoamérica eran cada vez más las voces que clamaban contra el neoimperialismo ejercido por Estados Unidos, contra su descarado intervencionismo a nivel político y la humillante dependencia económica que imponía al resto de América. 

Cartel de Andrés Ruene contra el embargo
 estadounidense. Fuente: granma.cu
La revolución cubana ha sabido siempre utilizar la hostilidad de EE.UU. en beneficio propio. Durante décadas, gentes de todo el mundo, veían como un país muy pequeño y más pobre, con poco más de 10 millones de habitantes y una superficie cuatro veces menor que la española, era capaz de enfrentarse a la todopoderosa superpotencia mundial, a aquella que con total impunidad imponía los regímenes que quería donde quería, que vulneraba los derechos humanos al apoyar dictaduras, sátrapas y asesinos por todo el mundo, mientras con cinismo arrogante se mostraba como la gran defensora de los derechos humanos. La Cuba revolucionaria desafiaba con su solo existencia la prepotencia, la hipocresía de la gran superpotencia, en una nueva versión de David contra Goliat. Al respecto, Cuba supo convertir en su gran aliado ideológico el acoso ejercido por los EE.UU., el rechazo de los grandes poderes económicos mundiales y el odio y revanchismo de las élites cubanas de Miami. En este sentido, la frustrada invasión de bahía de Cochinos en abril de 1961, protagonizada por exiliados cubanos con el apoyo estadounidense, no solo fue un desastre mal planificado, sino un error estratégico de primera magnitud, que permitió a la revolución presentarse como una realidad acosada, justificando así su radicalización y su giro estratégico de acercamiento a la Unión Soviética. Otro tanto ha ocurrido con el embargo o bloqueo económico a que fue sometida la isla desde 1960. Tras las expropiaciones de compañías y propiedades de ciudadanos estadounidenses, EE.UU. puso en marcha un entramado jurídico para regular y prohibir las relaciones económicas de EE.UU. con Cuba, buscando aislar económicamente a la isla. Tras la caída de la U.R.S.S., en los años 90, el embargo lejos de suavizarse se recrudeció con leyes como la Ley Helms-Burton, perviviendo hasta la actualidad. No se puede dudar del daño terrible que a la economía cubana le ha hecho tal bloqueo, favoreciendo su aislamiento y limitando sus posibilidades de supervivencia, haciéndola además dependiente de la URSS durante la época de la Guerra fría. Pero también hay que tener en cuenta que la Cuba revolucionaria supo convertir desde un principio lo que era un claro factor negativo en lo económico, en un elemento justificador, que le otorgaba para siempre el papel de víctima, que le permitía disculpar la mala gestión económica y las debilidades de su sistema económico, ineficaz e incompetente. En este sentido, el embargo ha favorecido la cohesión de los sectores revolucionarios, manteniendo vivo el fortísimo sentimiento nacionalista que desde un principio impregnó a la revolución, evitando que se evidenciara la inviabilidad del sistema económico, especialmente tras la caída de la U.R.S.S. y el consecuente aislamiento internacional de Cuba en el contexto mundial.

Mural propagandístico denunciando el bloqueo o embargo de EE.UU.. Fuente: heraldo.es

Hay autores que señalan otro elemento fundamental a tener en cuenta, y que distingue a la revolución cubana de otros procesos revolucionarios: se trató de una revolución limpia y rápida, fácilmente accesible y comprensible desde la perspectiva occidental. No se vio envuelta en una terrible guerra civil o en una guerra mundial, como fue el caso de la revolución rusa o china, tampoco vivió una dura guerra colonial, como fue el caso de Vietnam o Argelia. La de Cuba es la "revolución perfecta", la que todos los idealistas sueñan. Contó con el apoyo masivo de las masas, los niveles de violencia y destrucción fueron mínimos (durante los combates no hubo más de tres mil muertos), en un país de fácil acceso por línea regular aérea y cómodos hoteles para turistas, con un idioma sin dificultades alfabéticas ni fonéticas, con una estructura social simple y una historia lineal y comprensible, y no demasiados personajes, la mayoría de ellos muy formados. Era una revolución occidental o cuando menos accesible desde Occidente, cercana y fácil de entender.

El Che junto a un soldado congoleño en un campa-
mento guerrillero al este del Congo. F: elmundo.es
El aire mítico que envuelve a la Revolución cubana y su impronta planetaria no se puede entender sin otra de sus señas de identidad, su internacionalismo militante, del que el Che Guevara fue un paradigma. Tras el triunfo de la revolución, el Che abandonó Cuba y se dirigió al Congo. El fracaso de la aventura africana no cambió su estrategia y terminó en Bolivia, donde pretendía inaugurar un nuevo foco revolucionario y terminó hallando la muerte. Desde sus comienzos, la Cuba revolucionaria inició una política de expansionismo revolucionario muy marcada. Ayudó sistemáticamente a otros grupos guerrilleros e intentó extender la revolución por toda América Latina y otros continentes como África. Una prueba de ello fue el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua o su decidido apoyo militar en la década de 1970 y 1980 a Angola y al Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela en Sudáfrica. Cuando el Congreso Nacional Africano era repudiado por Estados Unidos y Europa occidental, que impunemente sostenían al régimen del apartheid sudafricano, cuando eran muchos los que tildaban a Nelson Mandela de vulgar terrorista, Cuba se volcó para frenar el expansionismo sudafricano y dio abrigo a los luchadores contra el apartheid en Ángola. La independencia de Namibia y Angola y la victoria final de Mandela sobre el Apartheid solo se entiende con el apoyo cubano. Y Mandela, para escándalo de muchos, nunca lo olvidó. Desde su nacimiento, la revolución también puso en marcha llamativos proyectos de cooperación sanitaria y cultural a nivel internacional. Un ejemplo reciente lo encontramos en la epidemia de ébola que asoló a algunos países africanos en 2014. Cuando presa del pánico, buena parte de la comunidad internacional abandonó a los países del golfo de Guinea a su suerte, Cuba mando cientos de médicos y enfermeros que junto al personal de médicos sin fronteras, que allí permaneció, fueron claves en la erradicación del brote. Esta solidaridad internacionalista, tan característica de la revolución cubana, es uno de los rasgos que más prestigio ha dado a la revolución en el pasado y que todavía hoy sigue causando admiración general.

Nelson Mandela junto a Fidel Castro en su visita a Cuba en 1991.Fuente: elperiodico.com

Enfermeros y Médicos cubanos llegan a Monrovia, capital de Liberia, en octubre de 2014 para hacer frente a la epidemia de ébola que asolaba la región. Fuente: elpais.com 



















Otro factor más que contribuyó a envolver la revolución cubana de un halo romántico, atrayendo multitud de simpatías, es sin duda el fuerte apoyo popular que siempre tuvo. Es incuestionable que los barbudos de Sierra Maestra entraron en La Habana rodeados del fervor popular y que mantuvieron parte importante de ese apoyo popular a lo largo de las décadas siguientes, durante la Guerra Fría. Las élites más conservadoras, que habían huido a la cercana Miami, solo se representaban a sí mismas. Se trataba de sectores políticamente reaccionarios y privilegiados económicamente, que la mayoría de los cubanos repudiaba, y que todavía hoy generan fuerte rechazo. Ya desde la década de los sesenta, conforme se consolidaba el giro revolucionario hacia el comunismo y la falta de libertad política, muchos disidentes de tendencias democráticas y progresistas se fueron incorporando al exilio, lo que ocurrió también con emigrantes económicos que huían de la precariedad y escasez. Pero, a pesar de todo, los apoyos populares a la revolución se mantuvieron en todo momento fuertes. La llegada del llamado periodo especial en tiempos de paz, con la caída de la U.R.S.S., supuso la reacción a la desesperada de un régimen que se quedaba aislado y en soledad, sin la ayuda soviética y con el endurecimiento del embargo estadounidense a partir del gobierno de George H. W. Bush. Se iniciaba entonces una época de profunda crisis económica, racionamiento, escasez, apagones, recortes en sanidad y educación, lo que se tradujo en un paulatino aumento del descontento popular. Los grandes logros de la revolución a nivel social se volatilizaron, pero aún así la revolución mantuvo ciertos apoyos sociales, a la vez que el embargo estadounidense seguía funcionando como coartada.

Tras el triunfo de la revolución, la caravana de la libertad parte el día 2 desde Santiago de Cuba  y llega el 8 a La Habana en olor de multitudes. Fuente: radiohc.cu

 Mitin de Fidel Castro en La Habana el 1 de mayo de 2005. Fuente: aciprensa.com

Treinta años después de la caída del muro de Berlín, sorprende que aún hoy el régimen cubano resista y que incluso haya sobrevivido a la muerte en 2016 de su líder indiscutible y carismático, Fidel Castro. La crisis de los últimos años, marcada por la pandemia del covid 19, ha impactado duramente sobre América Latina, pero especialmente sobre Cuba, dependiente como ningún otro país del turismo internacional. El descontento se ha multiplicado, permitiendo el crecimiento de la oposición interior al régimen, una oposición que no ha nacido a partir de estímulos extranjeros, ni está ligada al odio atávico y enfermizo de las élites de Miami hacia la revolución, sino que brota de los gravísimos problemas económicos y el rechazo enorme de los jóvenes al sistema, la mayoría de los cuales no han vivido la "época gloriosa", cuando al amparo de la U.R.S.S., Cuba desplegaba unas políticas sociales que maravillaban a la izquierda mundial. Pues bien, incluso hoy, amplios sectores sociales mantienen en algún grado, en mayor o menor medida, cierta lealtad a la revolución, ya imbuidos de un intenso sentimiento nacionalista, ya sea por el recuerdo de las conquistas sociales de otro tiempo. Todo lo cual, resulta increíble si tenemos en cuenta que estamos ante un régimen tan anacrónico y envejecido en lo político, como disfuncional e ineficaz en lo económico. Sorprende, también, que una parte de la izquierda latinoamericana y europea todavía respalde la revolución, o por lo menos muestre ciertas simpatías hacia ella. Hay una realidad innegable, la revolución cubana ha sido uno de los procesos revolucionarios más secundados a nivel popular, lo que explicaría en parte su supervivencia. Y si ese respaldo hoy se resiente gravemente, no es solo por la feroz crisis económica, si no por el relevo generacional, tanto en el seno de la élite gobernante como de la población, lo que posiblemente más pronto que tarde terminará por hacer caer el régimen. Empiezan a ser mayoría los que rechazan el régimen revolucionario, aunque una parte de ellos aún se mantengan pasivos frente a la creciente actitud represiva del Estado. Porque todo el mundo sabe que la Cuba revolucionaria no se podrá permitir el lujo que si se permiten otros países latinoamericanos, supuestamente democráticos: el estado cubano no podrá regar con más 300 muertos las calles, como hizo el gobierno colombiano en la primavera de 2021, tampoco podrá amparar la actividad violenta de los grupos paramilitares que asesinan a más de 100 líderes sociales al año, como también ocurre en Colombia. La legitimidad del régimen no se ha resentido con la reclusión y tortura de algunos líderes opositores, tampoco con el uso del exilio masivo como instrumento de descarga del descontento, pero si lo haría irremediablemente con la visualización de una violencia masiva del poder contra el pueblo, lo que heriría de muerte a una revolución que desde sus inicios convirtió el apoyo popular en su gran activo.

Manifestación en las calles de La Habana contra el régimen cubano en noviembre de 2021. Se generalizó entonces el lema "Patria y vida" en oposición al lema revolucionario "Patria o muerte". Fuente: publico.es

Como suele ser habitual desde hace décadas, grupos de contramanifestantes procastristas salieron a las calles durante las jornadas de protesta contra el régimen de noviembre de 2021. Fuente: publico.es



























Hace muchos años que la Cuba revolucionaria debería haber dado un giro copernicano en su rumbo. Si alguna vez la revolución mejoro de verdad la vida de la gente, que es para lo que sirve realmente la política, ese momento pasó ya hace mucho tiempo. Hace treinta años que cayó el muro de Berlín, y la mayoría de los jóvenes cubanos no han conocido más que escasez y pobreza. Por más que la miseria se reparta, no deja de ser miseria. Y las nuevas generaciones no sienten que tengan nada que agradecer a la revolución. Cuando el gobierno recurre al embargo estadounidense como coartada, muchos ya no se lo creen, cuando comparan a Cuba con su entorno tratando así de encubrir los problemas reinantes, tampoco. Y es que Cuba nunca fue Guatemala o Haití. Cuando triunfa la revolución, en 1959, Cuba era uno de los países más ricos y avanzados de América, no solo en lo que respecta a los parámetros estrictamente económicos, sino también en lo que respectivo a aspectos sociales (alfabetización, médicos por habitante). Sin embargo, si es verdad que se trataba de una sociedad con fortísimas desigualdades, con fuertes contrastes entre el campo y la ciudad y entre ricos y pobres. 

Cuba debe evolucionar hacia la democracia, pero debe hacerlo teniendo en cuenta a aquellos sectores que todavía hoy respaldan la revolución. Estos y la oposición democrática del interior deben saber converger. El afán de revancha de una parte de los cubanos de Miami solo entorpecería el normal desarrollo del necesario proceso de transición, en el que no debería intervenir Estados Unidos. Y en dicha transición sería bueno que no se perdieran los valores positivos que sí ha tenido la revolución: principios como la solidaridad internacional, la importancia del Estado y la justicia social, el valor de la formación y la educación. Se trataría de que a éstos valores, se pudieran incorporar los de la libertad, así como el desarrollo de formas de propiedad privada que estimulen el desarrollo económico. Pero si la transición consiste en sustituir a la élite revolucionaria por la élite neoliberal de Miami, como es probable que ocurra, Cuba prosperará y crecerá con fuerza, no hay duda, pero lo hará sobre la base un modelo político y socioeconómico que ya conocemos y que dejará a muchos atrás, el modelo imperante en la mayoría de América Latina y que ya tuvo la Cuba precastrista. Volverán entonces a agudizarse las diferencias entre el campo y la ciudad, entre los ricos y los pobres, entre los negros y los blancos... y tendremos una sociedad mucho más rica, pero también profundamente desequilibrada. Los esfuerzos y sacrificios realizados por muchos cubanos durante décadas, no habrán servido entonces para nada.

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