BLOG DE JOSÉ ANTONIO DONCEL DOMÍNGUEZ (I.E.S. LUIS CHAMIZO, DON BENITO, BADAJOZ)

sábado, 19 de marzo de 2022

Historia de Ucrania y Rusia. Parte I. Desde los orígenes hasta el siglo XVIII

Monumento a Bogdán Jmelnytsky, héroe del nacionalismo ucraniano, en Kiev. Fuente: istockphoto


La historia de Ucrania es tan compleja como su realidad actual, y se quiera o no, ha estado  indiscutiblemente ligada a la de Rusia. Conocida históricamente por los rusos como la "Pequeña Rusia", navegó durante siglos entre gigantes: al este la Rusia Imperial, de la que fue parte esencial y fundacional, al oeste Polonia y Austro-hungría, que controlaron durante mucho tiempo sus regiones occidentales. Y entre ambas influencias y dominios, sin embargo, Ucrania nunca dejó de tener su identidad propia, una identidad que por otro lado resulta muy compleja, pues son grandes las diferencias entre sus territorios, lo que deriva de una evolución histórica muy diferente: el este, rusófono y mucho más vinculado cultural e históricamente Rusia, el oeste más nacionalista y ligado históricamente a Austro-hungría o Polonia. Un país convertido históricamente en una conflictiva frontera entre occidente y oriente, una frontera cuyos límites se están dirimiendo de forma sangrienta en la guerra ruso-ucraniana de 2022.

Rusia y Ucrania en la Edad Media: orígenes compartidos

Rusos, ucranianos y bielorrusos son pueblos con un mismo orígen. En las tierras boscosas y pantanosas que se ubican entre las fronteras actuales de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, se localizaban ya las primeras tribus eslavas orientales en torno al 600 d.c., que con el tiempo extendieron sus zonas de influencia en todas direcciones: en el norte avanzaron hacia el Mar Báltico y entraron en contacto con los pueblos vikingos, en el este se extendieron hacia las grandes llanuras de la actual Rusia y conectaron con los pueblos de origen fino-ugro (de los que proceden por ejemplo los finlandeses, los estonios o los húngaros), en el sur ocuparon los territorios de la actual Ucrania, entrando en contacto con la cultura griega representada por Bizancio, mientras hacia el sureste, en las estepas del río Don y el Volga, conectaban con los jázaros, pueblo túrquico asentado en las estepas bajas del Volga.

Territorios poblados por las tribus eslavas orientales en el siglo VIII d.c. Fuente:es-academic.com

Invitación de los varegos. Riúrik y sus hermanos Truvor y Sineo llegan a Ládoga (1909), obra de Víktor Vasnetsov. Fuente: es.rbth.com


La irrupción de los vikingos o varegos resultaría determinante en la historia de los eslavos orientales. Con fama de grandes guerreros y saqueadores empedernidos, también eran activos comerciantes que recorrieron las costas bálticas, entrando en contacto con los eslavos. Remontaron los ríos hacia el este y el sur y llegaron al Mar Negro y al Mar Caspio. El jefe varego Riúrik fundó algunos asentamientos en la región fría y boscosa de Novgorod, cercana al Mar Báltico. Riúrik terminó convirtiéndose en príncipe de Novgorod a mediados del siglo IX. Más tarde, el avance de los vikingos hacia el sur les llevó a dominar los territorios de la actual Ucrania central, donde nacería el primer estado eslavo oriental, la Rus de kiev, a finales del siglo IX. Un estado que se convirtió pronto en el eje central del intenso comercio de esclavos, pieles y otros productos que se deaarrollaba entre el norte de Europa y Bizancio. Considerado por el nacionalismo ucraniano como el origen de Ucrania, es visto también por el pueblo ruso como la cuna de su nación, y desde luego, con mayor base aún. Y es que, aunque la Rus de Kiev tuviera por centro la actual capital de Ucrania, kiev; su territorio se extendía enormemente hacia el norte, abarcando desde Bielorrusia hasta el Báltico ruso y la región de Novgorod, ocupando igualmente buena parte de los territorios centrales de la actual Rusia europea, incluida la región donde tiempo después, en el siglo XII, se fundaría la ciudad de Moscú.

Territorio ocupado por la Rus de Kiev y principados en los que se dividió en el s. XII. F.: Wikipedia

 La Rus de Kiev se fue cristianizando en la segunda mitad del siglo X, bajo la influencia del mundo bizantino, desarrollándose en su seno la variante eslava del cristianismo ortodoxo. Este proceso culminó con el bautismo oficial y público del príncipe Vladimir I en el 980 d.c. Durante el siglo XI, el desarrollo económico y cultural de la Rus fue intenso, pero a partir del siglo XII entró en una lenta decadencia por la presión de los pueblos túrquicos de las estepas y el declive del Imperio bizantino. El comercio en la zona se redujo, afectando al papel del Rus como centro de las rutas comerciales que unían Bizancio y el norte de Europa, lo que desembocó en su desmembramiento en varios principados: Novgorod, Chernigov, Smolensk, Vladimir-Suzdal, Volinia, etc. 

El bautizo del Santo Príncipe Vladimir, por Viktor Vasnetsov (1890). Fuente: bbc.com


La división interna favoreció el creciente ímpetu invasor de los mongoles, que terminaron por arrasar y dominar la Rus de Kiev en el siglo XIII. En 1240 Kiev era destruida y nunca se recuperó: más de la mitad de la población fue exterminada y muchos huyeron hacia el norte. Los mongoles se quedaron y conformaron en la zona un nuevo estado, la llamada Horda de Oro, que ocupaba amplios territorios de las actuales Rusia, Ucrania y Kazajstán. Con el tiempo, y conforme avanzara el delive del imperio mogol, la zona occidental de la Rus sería incorporada a la Unión polaco-lituana, una unión personal entre ambos estados que se produjo a finales del siglo XIV, en 1386.  Al margen de la invasión mongola quedarían los territorios norteños y fríos del principado de Novgorod, que prosperó ligado al comercio con alemanes y suecos. Los mongoles sí invadieron la región de Suzdal, donde se hallaba la por entonces pequeña población de Moscú, que tras ser saqueada y arrasada, se recuperaría y terminaría por convertirse en la capital del Principado de Moscovia, germen de la futura Rusia.

A finales del siglo XIII, los territorios del principado de Vladimir-Suzdal terminaron convirtiéndose en en el Principado de Moscú o Moscovia. Durante el siglo XIV, su influencia y poder fue creciendo como un estado vasallo de los mongoles, desarrollando una intensa política de expansión territorial, pero también buscando un aumento de su influencia cultural y religiosa. Si en el 1299 el metropolitano Máximo de Kiev se había trasladado de Kiev a Vladimir; en 1325, con Iván I como príncipe de Moscú, el metropolitano Pedro de Kiev se desplazaba de Vladimir a Moscú. Se completaba así, en el marco territorial de la antigua Rus, el paso del poder religioso desde Kiev hasta Moscú. Ambos personajes ostentaban por entonces el título de metropolitanos de Kiev y de toda la Rus.

Imperio mongol en el siglo XIII. Fuente: Pinterest


Iván III el Grande. Fuente: alchetron.com
Este proceso de crecimiento y expansión del principado de Moscú, culminaría con la llegada al poder de Iván III el Grande en la segunda mitad del siglo XV, que conquista Novgorod y derrota a los mongoles de la Horda de Oro, avanzado también hacia el sur, hacia los valles del Don y el Donetz. La consolidación definitiva del principado se produciría con Iván IV el Terrible, conocido por su crueldad, que gobernaría durante buena parte del siglo XVI y establecería el zarato ruso. Rusia vencía entonces a los tártaros, pueblos túrquicos y musulmanes, herederos de los mongoles, que habían creado los kanatos tártaros de Kazán, Astracán o Siberia. Con Iván el terrible, la parte más oriental de la actual Ucrania quedó bajo control ruso, mientras las regiones del oeste y el centro, incluida la región de Kiev, permanecían bajo el dominio de la Unión polaco-lituana, que en esas zonas había llenado el vacío dejado por los mongoles. Al sur mantenían su hegemonía los herederos de los mongoles, nos referimos al Kanato tártaro de Crimea, que se extendía por la península de dicho nombre y el entorno del Mar Azov, y que perduraría aún varios siglos.

Extensión del zarato ruso durante el reinado de Ivan IV el Terrible: Fuente: historiaparanodormiranhell.blogspot.com








La época moderna: el Hetmanato cosaco y la Rusia imperial

Bogdán Jmelnytsky. F.: biografiasyvidas.com
En el siglo XVII y en lucha contra polacos y lituanos, surgiría en Ucrania un estado independiente, el Hetmanato cosaco, que se extendería por las regiones centrales de lo que hoy es Ucrania. La Unión polaco-lituana se había convertido en 1569 en la República de las Dos Naciones o Mancomunidad de Polonia-Lituania, producto de la fusión definitiva del Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania. Bajo su control se hallaría buena parte de la actual Ucrania. Sin embargo, la rebelión de Bogdán Jmelnytsky consiguió segregar amplios territorios de la Ucrania central y crear en 1648 un estado independiente, el Hetmanato, cuyo primer Hetman sería el propio Jmelnytsky, líder cosaco. El nuevo estado se apoyaba en los pueblos cosacos asentados en las estepas del Dnieper, en Zaporozhia. Los cosacos eran comunidades de pueblos túrquicos eslavizados, que se desarrollaron en las estepas del sur de Rusia, desde el centro de Ucrania hasta las llanuras del Don y el Volga. Grandes guerreros y soberbios jinetes, mantuvieron su identidad hasta la mitad del siglo XX, prestando servicios militares como mercenarios y guerreros para distintos estados. Apoyado en la capacidad militar de los cosacos, Bogdán Jmelnytsky consiguió consolidar el nuevo estado, articulando una nueva administración civil y militar a partir de una élite de oficiales cosacos y nobles rutenios y ucranianos. El nuevo estado siguió utilizando inicialmente la moneda polaca y el idioma polaco en la administración, pero a partir de 1667 el lenguaje popular, el ucraniano, empezó a usarse también en documentos oficiales, dando lugar al ucraniano moderno. 

En 1648 surge el Hetmanato cosaco en el corazón de Ucrania, independizándose de la Mancomunidad polaco-lituana. Fuente: es-academic.com

Hetmanato cosaco. Fuente: alsurdeunhorizonte.com

Para entonces, el nuevo estado se encontraba ya totalmente bajo la órbita de Moscú. Presionados por los tártaros de Crimea al sur y por los polacos por el este, Jmelnitsky buscó muy pronto la protección de Rusia, firmando el Tratado de Pereyáslav en 1654, por el que los cosacos de Ucrania juraban fidelidad al zar ruso. Este tratado es un motivo continuo de controversia nacionalista: mientras los nacionalistas ucranianos sostienen que se trató de un simple acuerdo militar, el nacionalismo ruso lo entiende como la incorporación de Ucrania al proyecto paneslavo de configuración de Rusia. Tras un intento posterior de acercamiento a polacos y lituanos, el hijo de Bogdán Jmelnitsky, Yuri, como hetman, firma un Segundo Tratado de Peryáslav en 1659, que limitó definitivamente la autonomía cosaca y convirtió el hetmanato en un estado autónomo dentro del estado ruso.

Para siempre con Moscú. Para siempre con el pueblo ruso. Pintura de Mikhailo Jmelko. Este cuadro es una representación de la firma del tratado de Pereyaslav. Fuente: 14milimetros.com

Pedro I el Grande. Fuente: biografiasyvidas.com
Rusia, convertida en zarato en el siglo XVI, durante el reinado de Iván el Terrible, era por entonces un rei
no cada vez más poderoso, gobernado por la dinastía Romanov desde 1613. Parejo a su fortalecimiento, el reino iba aumentando la presión y el control sobre los territorios que dominaba, algo que se hizo cada vez más evidente en el caso del protectorado que ejercía sobre Ucrania. Esta situación se agudizó con el ascenso al trono de Pedro I el Grande como zar de Rusia en 1682. Pedro I inicia un proceso de transformación del zarato en un gran imperio, occidentaliza y moderniza el país, extendiendo el poder de Rusia por los cuatro puntos cardinales: se enfrentó en el sur a los turcos, al este con los polacos y al norte con los suecos. Rusia se enfrentó a la Suecia de Carlos XII en el contexto de la Gran Guerra del Norte (1700-1721) y la derrotó definitivamente en la batalla de Poltava (1709), en las llanuras ucranianas, convirtiéndose de esta forma en la nueva potencia dominante del norte de Europa. Aprovechando los apoyos que durante su campaña en Rusia había encontrado Carlos XII en algunos sectores de los cosacos ucranianos (seguidores del hetman Mazepa), Pedro I redujó la autonomía del Hetmanato, cuyo poder se volvió casi nominal, y estableció la gobernación de kiev. Se iniciaba en ese momento la lenta pero inexorable rusificación de Ucrania, en el contexto de una Rusia que en 1721, y bajo el reinado de Pedro I el Grande, se transformaba en un Imperio, en tanto que San Petersburgo, la ciudad que el mismo zar había fundado en 1703 en el Mar Báltico, se convertía en su capital.

Movimientos militares en la Gran Guerra del Norte. Fuente: Wikipedia

Europa a mediados del siglo XVIII

Emperatriz rusa Catalina II (1729-1796), del pintor
 ruso-ucraniano Dmitry Levitzky . Fuente: Getty images
Desde entonces, el fortalecimiento y expansión del Imperio ruso, iría en detrimento 
de la autonomía de los ucranianos, lo que se hizo especialmente evidente con la llegada en la segunda mitad del siglo XVIII al trono de la zarina Catalina II la Grande, con la que Rusia iba a alcanzar su máximo poder, iniciándose una nueva época de expansión, que le llevaría a desplazar sus fronteras hacia el oeste. Catalina acabó definitivamente con los restos de la autonomía del Hetmanato Cosaco, incorporándolo al Imperio ruso en 1764. Los cosacos de Zaporozhia fueron destruidos y derrotados definitivamente en 1775. En esos mismos años, Catalina II completaba su avance hacia el oeste, que le llevaría a tomar los territorios orientales de Polonia, poblados en su mayoría por bielorrusos y ucranianos ortodoxos, unificando así definitivamente los territorios de la antigua Rus de Kiev. Se iniciaba entonces un proceso de rusificación en dichos territorios, antes polonizados intensamente, donde hasta entonces el idioma oficial había sido el polaco, mientras el ucraniano o el bielorruso se utilizaban solo en el ámbito doméstico. 

Este avance hacia el oeste durante el reinado de Catalina II, deriva de la puesta en marcha de un proceso de desmantelamiento del estado polaco que se dio en llamar las Particiones de Polonia y que supuso el reparto del enorme territorio de la República de las Dos Naciones entre las nuevas potencias que le rodeaban, Rusia, Austria y Prusia. Este reparto afectó directamente al pueblo ucraniano: en los tres repartos la Rusia de Catalina fue avanzando progresivamente hacia el oeste, primero en 1772, después en 1793 y finalmente en 1795, cuando el Imperio ruso situó su frontera definitiva en el río Bug y ocupó los territorios de la actual Bielorrusia y amplias regiones ucranianas al oeste kiev, zonas donde también existían entonces, no ahora, importantes contingentes de población polaca. Sin embargo, en la primera partición, la de 1772, la región de Galitzia, con capital en Lvov (Lviv en ucraniano) y parte integrante de la actual Ucrania, pasaba al dominio del Imperio austrohúngaro, lo que marcaría una evolución histórica muy diferente. Aún hoy es la parte más occidentalizada de Ucrania, y aunque entonces poblada mayoritariamente por ucranianos, existían importantes minorías de ascendencia polaca, húngara, alemana o rumana (todavía hoy existe una minoría húngara y rumana en zonas fronterizas).

Mapa que nos muestra las llamadas Particiones de Polonia. Fuente: wikipedia


En las zonas de Ucrania bajo control ruso, la mayoría del territorio, se intensificó el proceso de rusificación y el idioma ucraniano fue menospreciado, considerado por el poder imperial como un simple dialecto del ruso. Se prohibió su uso y se impuso el ruso como única lengua en el sistema educativo. Como ocurrió con la lengua de muchos otros pueblos de Europa, fue desdeñada como un idioma poco sofisticado, propio del ámbito rural, una lengua de campesinos y gentes muy humildes. El estado propició además la conversión de la población ucraniana a la religión ortodoxa (no olvidemos que parte de los habitantes de la Ucrania occidental eran católicos, incluida la población que seguía los ritos de las iglesias católicas orientales).

El proceso de expansión territorial emprendido por Catalina II culminaría también con la extensión hacia el sur y la conquista de Crimea en 1783, tras derrotar al decadente Imperio otomano. Se trataba de un territorio poblado por los tártaros de Crimea, un pueblo túrquico y musulmán, cuya historia había tenido muy poco que ver con la del resto de la actual Ucrania. Tras la caída de los mongoles de la Horda de Oro, surgieron kanatos túrquicos que más tarde desaparecieron ante el empuje de los eslavos. El único que perduró en el tiempo, desde el siglo XV al XVIII, fue el kanato de Crimea, que se extendía por la península del mismo nombre y la costa sur de la actual Ucrania, y que en el siglo XVIII era un estado vasallo de los turcos otomanos. Con la anexión de Crimea al Imperio ruso, se funda la mítica ciudad de Sebastopol, que se convertiría en el gran puerto comercial y militar de Rusia en el Mar Negro, mientras colonos alemanes, búlgaros y sobre todo rusos llegaban a la península. Así pues, Crimea nunca fue parte histórica de Ucrania, ni antes de su anexión al Imperio ruso, ni después (fue cedida por Krushev en 1956 de manera gratuita y caprichosa a la República Socialista Soviética de Ucrania), lo que aclara mucho respecto a la legitimidad de la invasión rusa de Crimea en 2014. 

El Kanato de Crimea en 1600. Fuente. Wikipedia.

El kanato de Crimea en 1774, tras la derrota turca ante el Imperio ruso. Fuente: Wikiwand

Conclusión final 

Como se ha podido comprobar, la historia medieval y moderna de Ucrania resulta muy compleja y en su desarrollo encontramos muchas de las bases de la problemática actual y del conflicto militar entre Rusia y Ucrania de 2022. La historia de Ucrania estuvo desde sus comienzos profundamente ligada a la de Rusia, con la que tuvo una relación tan intensa como, en ocasiones, conflictiva. Por otro lado, otra evidencia es que la evolución histórica de la Ucrania occidental y de la oriental no fue la misma hasta el siglo XVIII, como tampoco lo fue durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Como hemos visto, la Ucrania del oeste estuvo durante mucho tiempo bajo el dominio y el influjo polaco, lo que durante la época moderna expuso a sus élites y habitantes a la influencia del Renacimiento y la Contrarreforma. Esta influencia de la cultura occidental sería aún mayor en la región de Galitzia, que como hemos visto, pasaba al imperio de los Habsburgo en 1772, permaneciendo en él hasta la desmembración del Imperio con el fin de la Primera Guerra Mundial. Tras la guerra, dicha región quedaría en manos polacas de nuevo, pasando algunas zonas a formar parte de Checoslovaquia y Rumanía, hasta que tras la Segunda Guerra Mundial pasaron a dominio soviético. De esta forma, esa parte occidental de Ucrania quedó históricamente mucho más al margen de la influencia rusa y de su huella cultural, algo que se evidencia en la religión, pues muchos de sus habitantes actuales son miembros de las iglesias uniatas o iglesias católicas orientales, sobre todo de la Iglesia greco-católica ucraniana, y en la zona de transcarpatia de la Iglesia grecocatólica de rutenia (ambas reconocen el papado de Roma). Las diferencias culturales son también evidentes en el idioma, que en regiones orientales como el Dombass o Jarkov es predominantemente ruso, mientras en las regiones occidentales la mayoría de la población solo habla ucraniano. Fue allí donde prendería el nacionalismo ucraniano en el siglo XIX, comenzando muchos de sus habitantes a autodenominarse ucranianos para diferenciarse de los rusos. 

Evolución de Rusia entre el siglo XIV y el XVIII. Se puede ver como se va ocupando casi todo
 el territorio de la actual Ucrania. A finales del siglo XVIII, tan solo permanece la parte más
 occidental al margen de la expansión del Imperio ruso. Fuente: elaboración propia.

viernes, 3 de diciembre de 2021

La revolución cubana , entre el mito y la realidad

Mural propagandístico en las calles de Baracoa, cerca de Guantánamo. Fuente: lavanguardia.com


















Al frente de los "barbudos" de Sierra Maestra, Fidel Castro entraba en La Habana el 1 de enero de 1959. Terminaba así la dictadura de Fulgencio Batista, en el poder desde 1952 y nacía un nuevo régimen revolucionario que pronto, y de forma inesperada, iba a radicalizarse en el contexto de la Guerra Fría, evolucionando hacia la construcción de un estado comunista. Desde el primer momento, la revolución cubana adquirió una enorme relevancia, trascendiendo el ámbito latinoamericano para alcanzar una dimensión mundial: impulsó una etapa histórica de enorme conflictividad en América Latina al configurarse como el gran ejemplo a seguir para todos aquellos que deseaban derribar los gobiernos oligárquicos y las dictaduras predominantes; enfrentó a las superpotencias, llevándolas al borde del desastre nuclear en la crisis de los misiles de 1962; encendió las pasiones de jóvenes del mundo entero, simbolizando los anhelos de cambio de muchos pueblos, y generó líderes tan fascinantes como el "Che" Guevara, convertido en el símbolo eterno y romántico de la revolución, un emblema que se demostró inalterable al paso del tiempo, capaz incluso de perdurar por encima y al margen de la propia revolución que había ayudado a engendrar.

Primer cartel de la revolución cubana, creado por
Eladio Rivadulla para ensalzar la victoria del Mo-
vimiento 26 de Julio. Fuente: cinereverso.org
La revolución cubana tuvo desde sus comienzos un enorme impacto en el "imaginario" de su época, tanto en América como en Europa, pero también en Asia o África. Su aspecto mítico y simbólico sobrepasó pronto la estricta realidad nacional. Todo ayudaba. En primer lugar, la forma en que daba comienzo la revolución, un grupo de soñadores (liderados por los hermanos Castro y a los que después se une Guevara) montan en la mayor precariedad una organización revolucionaria, el Movimiento 26 de julio, poco después de que Fidel saliera de la cárcel, tras protagonizar el asalto al Cuartel de la Moncada en 1953. El perdón del dictador permitió a Fidel Castro huir a México, donde conoció al Che Guevara. Y desde el exilio mexicano, un pequeño contingente de 82 revolucionarios realizarán un precario viaje en el yate Granma que les llevará a desembarcar en Cuba. Los soñadores se dan de bruces con la realidad y solo 12 de ellos sobreviven, pero consiguen superar la adversidad y consolidan un núcleo guerrillero en Sierra Maestra. La prensa internacional se empieza a hacer eco de ello. Partir de la nada, para después crecer en la selva, pasando de la resistencia a la ofensiva, ir ganando el apoyo de la población y ser capaz de enfrentarse a un ejército muy superior con muy pocos medios, fue alimentando la imagen romántica de la revolución. David contra Goliat. Toda la humanidad veía perpleja las imágenes de aquellos hombres con uniforme militar y barbas pobladas que se enfrentaban con armas tomadas al enemigo a todo un ejército, jóvenes intelectuales que enseñaban a los campesinos a luchar contra la opresión, que se jugaban la vida sin obtener provecho personal. La nueva revolución se mostraba diferente, a la vez socialista y humanista. Solo faltaba lo que finalmente aconteció, la victoria de un pueblo unánimemente levantado contra la tiranía y la vergonzosa huida del dictador, abandonado por su protector estadounidense y por sus últimos cómplices.

Fidel Castro y el Che Guevara en Sierra Maestra en 1957. Fuente:cubadebate.cu

Fidel Castro en Sierra Maestra. Fuente: interferencia.cl (foto de Raúl Corrales.

A todo ello hay que unir el clima intelectual de esos años. En aquella época existía en muchos ambientes intelectuales una percepción de la revolución como una necesidad, como la única solución para acabar con situación de subdesarrollo y opresión. A ello habría que añadir el predominio que en muchos ámbitos culturales tenía el marxismo en la posguerra. Por otro lado, todavía la Unión Soviética, victoriosa en la Segunda Guerra Mundial, conservaba un enorme prestigio, aún a pesar de los crímenes estalinistas y la evolución totalitaria del estado soviético.

En ese contexto, la revolución cubana era un soplo de aire fresco, progresista pero independiente. Incluso cuando, años después, su sistema político y económico había desarrollado muchos de los defectos del soviético, incorporándose por completo al bloque socialista durante la Guerra Fría, todavía Cuba representaba algo especial para amplios sectores de la izquierda mundial y mantenía imperturbable su halo de romanticismo. A ello contribuía la fortísima personalidad de Fidel Castro, que no parecía nunca envejecer, y del Che Guevara, convertido tras su muerte en un gran mito, lo que los dirigentes de la revolución supieron explotar en beneficio propio. Por otro lado, Cuba aportaba una imagen cálida, llena de luz y color, una sensación de frescura y dinamismo, lejana de aquellos ancianos que durante los imponentes desfiles militares de la Plaza Roja de Moscú, saludaban quejosamente desde el mausoleo de Lenin, en un ambiente gélido, triste y gris. En este sentido, la revolución cubana apareció en el panorama mundial como algo nuevo e intensamente esperado: una revolución más auténtica y humanista, con un proyecto socialista suficientemente vago como para que pudiese resultar atractivo para gentes dispares, mezclando la herencia nacionalista de Martí, el mesianismo cristiano y la utopía socialista. Una revolución inédita, sin las dosis de burocracia y violencia que habían envuelto otros procesos revolucionarios, como el ruso. En este sentido, incluso cuando se convirtió en un régimen comunista, la revolución cubana supo mantener una imagen de autonomía, una apariencia de tercera vía que cristalizó en su activo papel en el Movimiento de los no alineados.

En este proceso, la situación geográfica y política de Cuba fue determinante. Ubicada en el corazón del Caribe, a tan solo setenta kilómetros de Florida, su historia reciente había estado marcada por la dependencia y la subordinación a Estados Unidos. Tras la derrota de España en la guerra de 1898, los norteamericanos habían invadido la isla, incorporando como apéndice a la nueva constitución de 1901 la llamada enmienda Platt, votada por el congreso estadounidense y que permitía la intervención de EE.UU en los asuntos cubanos. La enmienda dejó de estar vigente en 1934, pero Estados Unidos mantuvo su política de intervención continua en los asuntos de Cuba hasta el estallido de la revolución: el dictador Batista alcanzó el poder y se mantuvo en él gracias al beneplácito americano, y la propia revolución castrista fue posible porque EE.UU. no la evitó, confiando en poder canalizar el descontento revolucionario en un sentido favorable a sus intereses. Esa situación de dependencia le confería a la revolución cubana una dimensión nacionalista que todavía hoy es esencial en su comprensión, una dimensión a la que muchos países latinoamericanos y del tercer mundo podían adherirse con facilidad. No hay que olvidar que en la época nos encontrábamos en pleno proceso de descolonización en África y Asia, mientras en Latinoamérica eran cada vez más las voces que clamaban contra el neoimperialismo ejercido por Estados Unidos, contra su descarado intervencionismo a nivel político y la humillante dependencia económica que imponía al resto de América. 

Cartel de Andrés Ruene contra el embargo
 estadounidense. Fuente: granma.cu
La revolución cubana ha sabido siempre utilizar la hostilidad de EE.UU. en beneficio propio. Durante décadas, gentes de todo el mundo, veían como un país muy pequeño y más pobre, con poco más de 10 millones de habitantes y una superficie cuatro veces menor que la española, era capaz de enfrentarse a la todopoderosa superpotencia mundial, a aquella que con total impunidad imponía los regímenes que quería donde quería, que vulneraba los derechos humanos al apoyar dictaduras, sátrapas y asesinos por todo el mundo, mientras con cinismo arrogante se mostraba como la gran defensora de los derechos humanos. La Cuba revolucionaria desafiaba con su solo existencia la prepotencia, la hipocresía de la gran superpotencia, en una nueva versión de David contra Goliat. Al respecto, Cuba supo convertir en su gran aliado ideológico el acoso ejercido por los EE.UU., el rechazo de los grandes poderes económicos mundiales y el odio y revanchismo de las élites cubanas de Miami. En este sentido, la frustrada invasión de bahía de Cochinos en abril de 1961, protagonizada por exiliados cubanos con el apoyo estadounidense, no solo fue un desastre mal planificado, sino un error estratégico de primera magnitud, que permitió a la revolución presentarse como una realidad acosada, justificando así su radicalización y su giro estratégico de acercamiento a la Unión Soviética. Otro tanto ha ocurrido con el embargo o bloqueo económico a que fue sometida la isla desde 1960. Tras las expropiaciones de compañías y propiedades de ciudadanos estadounidenses, EE.UU. puso en marcha un entramado jurídico para regular y prohibir las relaciones económicas de EE.UU. con Cuba, buscando aislar económicamente a la isla. Tras la caída de la U.R.S.S., en los años 90, el embargo lejos de suavizarse se recrudeció con leyes como la Ley Helms-Burton, perviviendo hasta la actualidad. No se puede dudar del daño terrible que a la economía cubana le ha hecho tal bloqueo, favoreciendo su aislamiento y limitando sus posibilidades de supervivencia, haciéndola además dependiente de la URSS durante la época de la Guerra fría. Pero también hay que tener en cuenta que la Cuba revolucionaria supo convertir desde un principio lo que era un claro factor negativo en lo económico, en un elemento justificador, que le otorgaba para siempre el papel de víctima, que le permitía disculpar la mala gestión económica y las debilidades de su sistema económico, ineficaz e incompetente. En este sentido, el embargo ha favorecido la cohesión de los sectores revolucionarios, manteniendo vivo el fortísimo sentimiento nacionalista que desde un principio impregnó a la revolución, evitando que se evidenciara la inviabilidad del sistema económico, especialmente tras la caída de la U.R.S.S. y el consecuente aislamiento internacional de Cuba en el contexto mundial.

Mural propagandístico denunciando el bloqueo o embargo de EE.UU.. Fuente: heraldo.es

Hay autores que señalan otro elemento fundamental a tener en cuenta, y que distingue a la revolución cubana de otros procesos revolucionarios: se trató de una revolución limpia y rápida, fácilmente accesible y comprensible desde la perspectiva occidental. No se vio envuelta en una terrible guerra civil o en una guerra mundial, como fue el caso de la revolución rusa o china, tampoco vivió una dura guerra colonial, como fue el caso de Vietnam o Argelia. La de Cuba es la "revolución perfecta", la que todos los idealistas sueñan. Contó con el apoyo masivo de las masas, los niveles de violencia y destrucción fueron mínimos (durante los combates no hubo más de tres mil muertos), en un país de fácil acceso por línea regular aérea y cómodos hoteles para turistas, con un idioma sin dificultades alfabéticas ni fonéticas, con una estructura social simple y una historia lineal y comprensible, y no demasiados personajes, la mayoría de ellos muy formados. Era una revolución occidental o cuando menos accesible desde Occidente, cercana y fácil de entender.

El Che junto a un soldado congoleño en un campa-
mento guerrillero al este del Congo. F: elmundo.es
El aire mítico que envuelve a la Revolución cubana y su impronta planetaria no se puede entender sin otra de sus señas de identidad, su internacionalismo militante, del que el Che Guevara fue un paradigma. Tras el triunfo de la revolución, el Che abandonó Cuba y se dirigió al Congo. El fracaso de la aventura africana no cambió su estrategia y terminó en Bolivia, donde pretendía inaugurar un nuevo foco revolucionario y terminó hallando la muerte. Desde sus comienzos, la Cuba revolucionaria inició una política de expansionismo revolucionario muy marcada. Ayudó sistemáticamente a otros grupos guerrilleros e intentó extender la revolución por toda América Latina y otros continentes como África. Una prueba de ello fue el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua o su decidido apoyo militar en la década de 1970 y 1980 a Angola y al Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela en Sudáfrica. Cuando el Congreso Nacional Africano era repudiado por Estados Unidos y Europa occidental, que impunemente sostenían al régimen del apartheid sudafricano, cuando eran muchos los que tildaban a Nelson Mandela de vulgar terrorista, Cuba se volcó para frenar el expansionismo sudafricano y dio abrigo a los luchadores contra el apartheid en Ángola. La independencia de Namibia y Angola y la victoria final de Mandela sobre el Apartheid solo se entiende con el apoyo cubano. Y Mandela, para escándalo de muchos, nunca lo olvidó. Desde su nacimiento, la revolución también puso en marcha llamativos proyectos de cooperación sanitaria y cultural a nivel internacional. Un ejemplo reciente lo encontramos en la epidemia de ébola que asoló a algunos países africanos en 2014. Cuando presa del pánico, buena parte de la comunidad internacional abandonó a los países del golfo de Guinea a su suerte, Cuba mando cientos de médicos y enfermeros que junto al personal de médicos sin fronteras, que allí permaneció, fueron claves en la erradicación del brote. Esta solidaridad internacionalista, tan característica de la revolución cubana, es uno de los rasgos que más prestigio ha dado a la revolución en el pasado y que todavía hoy sigue causando admiración general.

Nelson Mandela junto a Fidel Castro en su visita a Cuba en 1991.Fuente: elperiodico.com

Enfermeros y Médicos cubanos llegan a Monrovia, capital de Liberia, en octubre de 2014 para hacer frente a la epidemia de ébola que asolaba la región. Fuente: elpais.com 



















Otro factor más que contribuyó a envolver la revolución cubana de un halo romántico, atrayendo multitud de simpatías, es sin duda el fuerte apoyo popular que siempre tuvo. Es incuestionable que los barbudos de Sierra Maestra entraron en La Habana rodeados del fervor popular y que mantuvieron parte importante de ese apoyo popular a lo largo de las décadas siguientes, durante la Guerra Fría. Las élites más conservadoras, que habían huido a la cercana Miami, solo se representaban a sí mismas. Se trataba de sectores políticamente reaccionarios y privilegiados económicamente, que la mayoría de los cubanos repudiaba, y que todavía hoy generan fuerte rechazo. Ya desde la década de los sesenta, conforme se consolidaba el giro revolucionario hacia el comunismo y la falta de libertad política, muchos disidentes de tendencias democráticas y progresistas se fueron incorporando al exilio, lo que ocurrió también con emigrantes económicos que huían de la precariedad y escasez. Pero, a pesar de todo, los apoyos populares a la revolución se mantuvieron en todo momento fuertes. La llegada del llamado periodo especial en tiempos de paz, con la caída de la U.R.S.S., supuso la reacción a la desesperada de un régimen que se quedaba aislado y en soledad, sin la ayuda soviética y con el endurecimiento del embargo estadounidense a partir del gobierno de George H. W. Bush. Se iniciaba entonces una época de profunda crisis económica, racionamiento, escasez, apagones, recortes en sanidad y educación, lo que se tradujo en un paulatino aumento del descontento popular. Los grandes logros de la revolución a nivel social se volatilizaron, pero aún así la revolución mantuvo ciertos apoyos sociales, a la vez que el embargo estadounidense seguía funcionando como coartada.

Tras el triunfo de la revolución, la caravana de la libertad parte el día 2 desde Santiago de Cuba  y llega el 8 a La Habana en olor de multitudes. Fuente: radiohc.cu

 Mitin de Fidel Castro en La Habana el 1 de mayo de 2005. Fuente: aciprensa.com

Treinta años después de la caída del muro de Berlín, sorprende que aún hoy el régimen cubano resista y que incluso haya sobrevivido a la muerte en 2016 de su líder indiscutible y carismático, Fidel Castro. La crisis de los últimos años, marcada por la pandemia del covid 19, ha impactado duramente sobre América Latina, pero especialmente sobre Cuba, dependiente como ningún otro país del turismo internacional. El descontento se ha multiplicado, permitiendo el crecimiento de la oposición interior al régimen, una oposición que no ha nacido a partir de estímulos extranjeros, ni está ligada al odio atávico y enfermizo de las élites de Miami hacia la revolución, sino que brota de los gravísimos problemas económicos y el rechazo enorme de los jóvenes al sistema, la mayoría de los cuales no han vivido la "época gloriosa", cuando al amparo de la U.R.S.S., Cuba desplegaba unas políticas sociales que maravillaban a la izquierda mundial. Pues bien, incluso hoy, amplios sectores sociales mantienen en algún grado, en mayor o menor medida, cierta lealtad a la revolución, ya imbuidos de un intenso sentimiento nacionalista, ya sea por el recuerdo de las conquistas sociales de otro tiempo. Todo lo cual, resulta increíble si tenemos en cuenta que estamos ante un régimen tan anacrónico y envejecido en lo político, como disfuncional e ineficaz en lo económico. Sorprende, también, que una parte de la izquierda latinoamericana y europea todavía respalde la revolución, o por lo menos muestre ciertas simpatías hacia ella. Hay una realidad innegable, la revolución cubana ha sido uno de los procesos revolucionarios más secundados a nivel popular, lo que explicaría en parte su supervivencia. Y si ese respaldo hoy se resiente gravemente, no es solo por la feroz crisis económica, si no por el relevo generacional, tanto en el seno de la élite gobernante como de la población, lo que posiblemente más pronto que tarde terminará por hacer caer el régimen. Empiezan a ser mayoría los que rechazan el régimen revolucionario, aunque una parte de ellos aún se mantengan pasivos frente a la creciente actitud represiva del Estado. Porque todo el mundo sabe que la Cuba revolucionaria no se podrá permitir el lujo que si se permiten otros países latinoamericanos, supuestamente democráticos: el estado cubano no podrá regar con más 300 muertos las calles, como hizo el gobierno colombiano en la primavera de 2021, tampoco podrá amparar la actividad violenta de los grupos paramilitares que asesinan a más de 100 líderes sociales al año, como también ocurre en Colombia. La legitimidad del régimen no se ha resentido con la reclusión y tortura de algunos líderes opositores, tampoco con el uso del exilio masivo como instrumento de descarga del descontento, pero si lo haría irremediablemente con la visualización de una violencia masiva del poder contra el pueblo, lo que heriría de muerte a una revolución que desde sus inicios convirtió el apoyo popular en su gran activo.

Manifestación en las calles de La Habana contra el régimen cubano en noviembre de 2021. Se generalizó entonces el lema "Patria y vida" en oposición al lema revolucionario "Patria o muerte". Fuente: publico.es

Como suele ser habitual desde hace décadas, grupos de contramanifestantes procastristas salieron a las calles durante las jornadas de protesta contra el régimen de noviembre de 2021. Fuente: publico.es



























Hace muchos años que la Cuba revolucionaria debería haber dado un giro copernicano en su rumbo. Si alguna vez la revolución mejoro de verdad la vida de la gente, que es para lo que sirve realmente la política, ese momento pasó ya hace mucho tiempo. Hace treinta años que cayó el muro de Berlín, y la mayoría de los jóvenes cubanos no han conocido más que escasez y pobreza. Por más que la miseria se reparta, no deja de ser miseria. Y las nuevas generaciones no sienten que tengan nada que agradecer a la revolución. Cuando el gobierno recurre al embargo estadounidense como coartada, muchos ya no se lo creen, cuando comparan a Cuba con su entorno tratando así de encubrir los problemas reinantes, tampoco. Y es que Cuba nunca fue Guatemala o Haití. Cuando triunfa la revolución, en 1959, Cuba era uno de los países más ricos y avanzados de América, no solo en lo que respecta a los parámetros estrictamente económicos, sino también en lo que respectivo a aspectos sociales (alfabetización, médicos por habitante). Sin embargo, si es verdad que se trataba de una sociedad con fortísimas desigualdades, con fuertes contrastes entre el campo y la ciudad y entre ricos y pobres. 

Cuba debe evolucionar hacia la democracia, pero debe hacerlo teniendo en cuenta a aquellos sectores que todavía hoy respaldan la revolución. Estos y la oposición democrática del interior deben saber converger. El afán de revancha de una parte de los cubanos de Miami solo entorpecería el normal desarrollo del necesario proceso de transición, en el que no debería intervenir Estados Unidos. Y en dicha transición sería bueno que no se perdieran los valores positivos que sí ha tenido la revolución: principios como la solidaridad internacional, la importancia del Estado y la justicia social, el valor de la formación y la educación. Se trataría de que a éstos valores, se pudieran incorporar los de la libertad, así como el desarrollo de formas de propiedad privada que estimulen el desarrollo económico. Pero si la transición consiste en sustituir a la élite revolucionaria por la élite neoliberal de Miami, como es probable que ocurra, Cuba prosperará y crecerá con fuerza, no hay duda, pero lo hará sobre la base un modelo político y socioeconómico que ya conocemos y que dejará a muchos atrás, el modelo imperante en la mayoría de América Latina y que ya tuvo la Cuba precastrista. Volverán entonces a agudizarse las diferencias entre el campo y la ciudad, entre los ricos y los pobres, entre los negros y los blancos... y tendremos una sociedad mucho más rica, pero también profundamente desequilibrada. Los esfuerzos y sacrificios realizados por muchos cubanos durante décadas, no habrán servido entonces para nada.

lunes, 31 de mayo de 2021

"El tesoro de Briesca". Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (V)

Los mismos cuadros que durante la guerra civil fueron trasladados al Banco de España en Madrid, han vuelto temporalmente a la capital (octubre 2020 - febrero 2021), en este caso al Museo del Prado. La anunciación, La natividad, La Virgen de la Caridad, La coronación de la virgen y San Ildefonso son expuestos en la sala 9B con el montaje "EL Greco en Illescas". Fuente: masdearte.com
Con El tesoro de Briesca, Chaves Nogales nos conduce hasta el frente de Toledo, al que volverá en sucesivas ocasiones en relatos posteriores como Los guerreros marroquíes o Bigornia, para plantearnos la lucha dramática del gobierno republicano por mantener los tesoros artísticos de este país a salvo, en medio de la ignorancia de los milicianos, los excesos revolucionarios, los desastres de la guerra y la destrucción de las bombas. En una carrera desaforada en dirección a Madrid, las columnas rebeldes que habían tomado Extremadura se abalanzan sobre la provincia de Toledo, donde el autor nos muestra la descomposición de un "ejército" formado por milicias incompetentes y desorganizadas que huyen ante cualquier contratiempo. En medio de una auténtica desbandada, Arnal, un pintor al servicio de la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico Nacional, creada por el gobierno de la República para proteger el patrimonio cultural, llega al pueblo de Briesca, pueblo que no existe en realidad y que, como ya veremos, posiblemente sea la localidad toledana de Illescas. A pesar de la oposición del comité revolucionario local, Arnal consigue que los tesoros artísticos más importantes, incluidos dos cuadros de El Greco, fueran guardados en un lugar secreto que solo él y los dos milicianos que le ayudaban debían conocer. Se suceden entonces escenas dramáticas de descomposición en las fuerzas republicanas, con ambulancias atestadas de heridos, milicianos desertores que se enfrentan y matan a su oficial, "autos de fe" en los que se quemaban objetos religiosos en medio de la ignorancia y el fanatismo, columnas de fugitivos huyendo hacia Madrid. Cuando el protagonista consigue llegar a la capital, el autor nos hace una radiografía del ambiente asfixiante de la capital, marcado por la revolución en ciernes de la retaguardia y el desastre que las milicias protagonizaban en el frente. En medio de ese caos, desesperanzado por la destrucción de joyas arquitectónicas como el palacio de Liria, a Arnal "cada día le parecía más absurda y sin sentido su tarea. Correr de un lado a otro afanosamente para salvar una tela pintada, una piedra esculpida o un cristal tallado a través de aquella vorágine de la guerra y la revolución se le antojaba insensato. ¿Para qué? Se incorporó entonces al frente como comisario político, donde asistió impotente a la desbandada habitual de los milicianos". Con el frente ya en los arrabales de Madrid, el protagonista quisó dar una lección de valentía y murió como un héroe. Su último recuerdo fue para el secreto del tesoro de Briesca, que moría con él.
Los vicios y virtudes del autor vuelven a mostrarse descarnadamente en este relato. Por un lado, resultan evidentes las debilidades narrativas de Chaves y la falta de profundidad de los personajes, por otro lado, a nivel histórico es relevante la libre reconstrucción que de los hechos concretos hace el autor, lo que los aleja de lo realmente acontecido. Por el contrario, y aunque resulte una aparente contradicción, el relato tiene una enorme fuerza testimonial y nos presenta la situación del frente y la retaguardia republicana con una clarividencia y mordacidad, cuanto menos, sorprendente. El mejor Chaves aparece en aquellos momentos en que renuncia a su habitual narración simplista de los hechos, para centrarse en la descripción del contexto y el drama de la guerra. Una abrumadora mezcla de excepticismo y pesadumbre envuelve el análisis que el autor hace de la forma en que los milicianos se enfrentan al combate. Una y otra vez, y de forma trágica, se suceden desbandadas y deserciones, en medio de una marcada indisciplina. Chaves no se calla nada: "El pueblo no sabía hacer la guerra: los mejores se hacía matar estérilmente; los demás tiraban los fusiles y huían por Andalucía y Extremadura, primero, por toda Castilla la Nueva después; se repetía el patético espectáculo de la voluntad impotente de un pueblo que se lanzaba a la lucha armada en campo abierto sin disciplina y sin jefes; es decir, condenado de antemano al fracaso". Quizás el momento más dramático del cuento es el enfrentamiento entre el comandante militar del sector y un grupo de desertores en la plaza de Briesca, Illescas en la realidad. El hecho se produjo realmente, pero en otro momento y en otro lugar, aunque próximo: durante la batalla de Seseña, en octubre de 1936, se desencadenó en las cercanías de Parla una situación dramática muy similar a la narrada, cuando el coronel Ildefonso Puigdengolas se enfrentó con pistola en mano a sus milicianos, que se negaban a avanzar, matando a uno de ellos, mientras el resto lo asesinaba en medio de la indignación general. Al estilo más clásico de Chaves, se recoge un acontecimiento, y aunque sin descontextualizarlo, se ubica en un tiempo y un espacio diferente, tomándose las habituales licencias históricas.
El coronel Puigdendolas junto a un concejal socialista y otros oficiales leales a la República en Alcalá de Henares (1936). F.: Wikipedia.
Sin embargo, el principal eje de la narración es uno de los grandes binomios que rodea a toda guerra: el difícil equilibrio entre la brutalidad de la guerra y la conservación del patrimonio cultural, que se proyecta en el drama de un artista, que al servicio de la República, trata de salvar las obras de arte que puede. Su impotencia ante la ignorancia de los milicianos y las bombas enemigas, convierte su tarea en titánica y al final, desde una perspectiva de absoluto excepticismo, en estéril. De nuevo aparece esa dualidad clásica inherente a la zona republicana que tanto remarca Chaves en la mayoría de los relatos: por un lado, las instituciones del legítimo gobierno republicano, preocupadas por la defensa y conservación del patrimonio, pero con un poder limitado; por otro lado, los milicianos "ignorantes y analfabetos", incapaces de apreciar el patrimonio y la cultura, pero que tenían el poder real en la calle, donde el proceso revolucionario derivó en hogueras iconoclastas y la destrucción de edificios de gran valor histórico y artístico. No hay nada que objetar, a nivel histórico, respecto al elevado coste patrimonial propiciado por la violencia revolucionaria en la zona republicana durante los primeros meses de la guerra. Aunque por lo general sobredimensionada, la pérdida patrimonial fue muy elevada, especialmente en lo que respecta al patrimonio eclesiástico, tanto en áreas urbanas como rurales, donde el anticlericalismo visceral de la clase obrera cristalizó en la quema, saqueo o destrucción de conventos, monasterios e iglesias, a los que se añadieron no pocos palacios de la nobleza, como bien señala el propio Chaves. La ira del pueblo, acumulada durante siglos, se lanzaba así contra los que consideraba símbolos de la opresión y la injusticia que sufrían, contra la riqueza atesorada por los privilegiados, sin tener en cuenta su valor histórico y cultural, inapreciable para unas masas radicalizadas y marcadas por las tasas de analfabetismo más altas de Europa occidental. Ese fue el contexto en el que se produjeron buena parte de los ataques iconoclastas que nos presenta el relato, ejemplificados inmejorablemente en la hoguera que se hace en la plaza de Briesca con muchos de los objetos religiosos requisados, entre cuyos restos Arnal apartó algunos pequeños objetos, en un acto de marcado sentimentalismo. El hecho fue real, aunque con algunas variaciones. En primer lugar y como ya hemos comentado, la Briesca de Chaves no existe y casi con toda seguridad el autor hacia referencia al pueblo toledano de Illescas. Antes de la caída de esta localidad en manos franquistas, sí que hubo una hoguera similar, aunque no en la plaza de  la localidad, sino en lo que ahora es la plaza de Manuel de la Vega, en la que entonces estaba el abrevadero, lavadero y matadero.
Pegada de carteles en la zona republicana llamando a la conservación del patrimonio.
 F.: elconfidencial.com
La República intentó controlar dicha destrucción desde el principio, así como la derivada de los propios combates y bombardeos. Como prueba de ello, está la creación por el gobierno de la que el autor llama la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico, que realmente existió con el nombre inicial de Junta de Protección del Tesoro Artístico, cuando fue creada el 23 de julio de 1936 por Francisco José Barnés, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, cambiando su nombre días después por el de Junta de Incautación y Protección del Patrimonio artístico. Formada por intelectuales y artistas, su intensa labor de rescate salvó en Madrid y sus alrededores más de 18.000 pinturas, 12.000 esculturas y objetos, más de 2.000 tapices, 40 archivos eclesiásticos y particulares y 70 bibliotecas. En otras provincias surgieron también otras juntas, todas las cuales quedaron después sometidas a una estructura piramidal dependiente de una Junta Central del Tesoro Artístico, creada para tal efecto. La función de estas instituciones era requisar o incautar en nombre del estado todas las obras de valor artístico que existían en iglesias y conventos, en museos, colecciones privadas y palacios, y si era necesario trasladarlas para su seguridad y restauración. Fueron los esfuerzos de la Junta Central los que permitieron, por ejemplo, el célebre traslado de los cuadros del Museo del Prado a Valencia. Los cuadros terminaron en Suiza y después volvieron a España, no se perdió ninguno y ninguno de ellos sufrió desperfectos: fue todo un ejemplo del saber hacer de los grupos conservacionistas de la República y del enorme esfuerzo del Estado por salvar el patrimonio.
Salida de Madrid en dirección a Valencia de uno de los primeros camiones con pinturas del Museo del Prado en noviembre 1936. F.: elpais.com (Instituto de Patrimonio Cultural de España).

Embalaje de "La familia de Carlos IV" de Goya para su traslado desde el Museo del Prado hacia Valencia. Fuente: lascajaschinas.net



En Madrid, la mayoría de las obras se acumularon en depósitos como los de la Iglesia de San Francisco el Grande, el Museo Arqueológico Nacional y el Museo del Prado. Los técnicos, al incautar una obra, realizaban un Acta de Incautación con los datos y fotos de la obra, lo que después permitió devolverlas tras la guerra a su lugar de procedencia. Esta labor meticulosa y exhaustiva que caracterizó a los procesos de rescate y conservación emprendidos por el gobierno republicano, contrasta con la forma improvisada y cochambrosa en la que el protagonista del relato esconde el tesoro, que estaría muy alejada de la realidad. El autor, aunque muestre con maestría el contexto general de las cosas, va a desfigurar la realidad de los hechos concretos de manera relevante también en este aspecto. Los hechos históricos nos dicen que en Illescas se presentó un enviado de la Junta de Incautación, un escultor llamado Emiliano Barral, acompañado de milicianos por si había resistencia. En el relato de Chaves, Barral sería el pintor Arnal. La Junta había recibido información a cerca de 5 cuadros de El greco (La anunciación, La natividad, La Virgen de la Caridad, La coronación de la virgen y San Ildefonso) que habían de ser recuperados y puestos a salvo. El pintor los llevó a cabo entre 1600 y 1605 por encargo del Hospital de Misericordia y Beneficiencia de Illescas, el llamado Hospital de Caridad
En la obra de Chaves se hace referencia a solo dos cuadros, no a cinco. Hay que señalar además que, al contrario de lo establecido por el autor, no fueron enterrados en un lugar improvisado a pico y pala, sino que fueron trasladados a los sótanos del Banco de España. Aunque el relato si coincide con la realidad al narrar la tenaz oposición de las autoridades del pueblo a la salida de sus tesoros artísticos de la localidad, no es verdad que el alcalde se saliera del todo con la suya, evitando la salida del tesoro del pueblo. Los acontecimientos fueron diferentes: A cambio del consentimiento del alcalde para el traslado de los cuadros al Banco de España, el gobierno tuvo que ceder y consentir que el alcalde fuera conducido hasta allí junto a los cuadros, donde se le entregó la llave de la caja fuerte en que se depositaron. Caída Illescas y desparecido su alcalde con la llave, la cámara fue forzada y se hallaron los cuadros muy deteriorados por la humedad, siendo sometidos a un exhaustivo trabajo de rehabilitación. Finalmente, tras la guerra, los cuadros volvieron a Illescas sanos y salvos. Sorprende que esta rocambolesca historia, tan atrayente como susceptible de ser contada, fuera obviada por Chaves, es muy posible que la desconociera en sus detalles. 
La Virgen de la Misericordia o de la Caridad de EL Greco. A la derecha, estado de la obra antes de su restauración y tras su recuperación de los sótanos del Banco de España. Fuente: cipripediapuntocom


ebarral elpregonerodesepulvedapuntoes
La siguiente ficción se refiere al propio Arnal, realmente Emiliano Barral. El autor habla de un pintor al servicio del estado, que frustrado por lo absurdo de su trabajo de protección del patrimonio artístico y la incomprensión de los milicianos, se alista en las milicias como comisario político y muere en combate. Emilio Barral, no era pintor, sino escultor, no se convierte por frustración en miliciano, lo era desde el principio, era un artista marcado por un alto compromiso político, que participa como miliciano en el asalto al Cuartel de la Montaña de Madrid y se puso al frente de las milicias segovianas (él era de Segovia), que defendieron Madrid. Como otros muchos artistas republicanos. participó en la salvación del patrimonio y colaboró con la Junta del Tesoro Artístico. Murió en el frente, como señala Chaves, pero no en combate y de esa manera tan heroica. El coche en el que acompañaba a unos periodista por el frente de Usera fue alcanzado por un obús y las heridas le causaron la muerte en el hospital de sangre del hotel Palace de Madrid. 
Bomberos en el palacio de Liria tras  bombardeo en 1937. Fuente: omnia.ie
Una nueva imprecisión del autor surge cuando éste se refiere al bombardeo y destrucción del célebre Palacio de Liria, propiedad de los duques de Alba, cuyos dueños residían entonces en Londres. En la obra de Chaves, esa fue la causa final del abandono de su lucha por Arnal, impactado por la destrucción de todos sus tesoros artísticos. En efecto, a mediados de noviembre de 1936 el palacio fue destruido en un bombardeo franquista, permaneciendo en pie solo las fachadas. Sin embargo, al contrario de lo narrado por Chaves, las pinturas y otras obras artísticas de gran valor artístico no se encontraban allí y no se perdieron, pues habían sido trasladas a otros lugares como el Banco de España. Por otro lado, los milicianos comunistas que allí se encontraban y los empleados de la casa, pudieron sacar muchos muebles, tapices y armaduras antes de la consumación del desastre, aunque no pudieron evitar que muchos grabados y libros fueran pasto de las llamas.