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La Gran Vía es bombardeada a la altura del edificio Telefónica. Fuente: diariodesevilla.es |
En el primer relato de A sangre y fuego, ¡Massacre, massacre!, Chaves muestra ya sus credenciales: una crítica mordaz y directa a las milicias de la retaguardia republicana, a su carácter incontrolado y cruel, a la violencia gratuita y caprichosa que ejercían, a su carácter criminal. Deja muy claro que dicha violencia está con frecuencia al margen del estado republicano e incluso de los partidos obreros, que tiene su propia lógica despiadada y corrupta. Desnuda las que él llama "siniestras escuadrillas de retaguardia", una amalgama de cobardes sin escrúpulos, liderados en el relato por Enrique Arabel, jefe de la Escuadrilla de la Venganza, individuos descritos como unos auténticos malhechores, que huyen del frente y proyectan su miedo a la guerra través de una violencia brutal e indiscriminada en el Madrid de retaguardia. Arabel es muy posible que fuera en la realidad Agapito García Atadell, jefe de la Brigada del Amanecer, una checa madrileña con sede en el palacio de los condes de Rincón, en la calle Martínez de la Rosa. Sus actividades criminales y delictivas se sucedieron hasta finales de octubre de 1936, cuando el gobierno republicano empezó a cuestionar sus acciones, lo que le obligó a huir. Más de cincuenta hombres le obedecían en esos meses, sembraba el terror en el Madrid de la retaguardia, sin hacer ascos a las posibilidades de enriquecimiento que su posición de poder le otorgaba: a cambio de dinero, determinados prisioneros podían refugiarse en alguna embajada o llegar a la zona franquista. Esta corrupción es también denunciada por Chaves, pues su personaje, Arabel, se enriquece igualmente con el tráfico de detenidos. Las guerras de toda índole, especialmente las civiles, son el campo abonado para que todo tipo de desalmados pueda dar rienda suelta a sus instintos criminales sin que nadie les ponga coto. Y así fue como auténticos forajidos proliferaron en la retaguardia republicana durante los primeros meses de la contienda, valiéndose del caos y la debilidad del estado para ejercer su terrible violencia, en la que se mezclaba fanatismo, corrupción y criminalidad. Hablamos de siniestros personajes como Felipe Sandoval, Aurelio Fernández Sánchez, Dionisio Eroles, Manuel Escorza del Val o José Serrá, y por supuesto, el ya nombrado Agapito García Atadell.
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García Atadell y la Brigada del Amanecer en 1936. Fuente: pinterest |
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Cartel republicano. F.: elmanifiesto.com |
Chaves se refiere a la actividad de estos grupos como una "actuación terrorista" que "en nombre del pueblo y valiéndose del argumento decisivo de sus pistolas, sembraban a capricho el terror". Se suceden ante nuestros ojos fusilamientos sin juicios, a partir de intimidaciones y delaciones producidas en una atmósfera de terror. Adquiere protagonismo el "paseo", que las milicias, sobre todo las anarquistas, protagonizaron en el Madrid de los primeros meses de la contienda. Los hechos se iniciaban con la detención, generalmente al anochecer, y solían terminaban con la ejecución de la víctima unas horas después. Tal realidad es ejemplificada en el relato por el fusilamiento del viejo comandante de artillería Eusebio Gutiérrez, que los milicianos ejecutan por traición en el paredón, sin más pruebas que la delación por despecho de una mujer.
Un terror que se desenvuelve en el marco de una realidad psicótica marcada por la dureza de los bombardeos enemigos y la actividad clandestina de "una quinta columna" franquista en el Madrid republicano. En este sentido, Chaves menciona la célebre frase del general golpista Mola: "El general Mola había dicho por radio que sobre Madrid avanzaban cuatro columnas de fuerzas nacionalistas, pero que además contaba con una quinta columna en Madrid mismo que sería la que más eficazmente contribuiría a la conquista de la capital" y añade con sentido trágico: "Pocas veces una simple frase ha costado más vidas". No hay duda de que la obsesión por la existencia de una quinta columna generó una fuerte represión sobre todo aquel que por su adscripción política, su origen social o su pertenencia al ejército, resultaba sospechoso de militar en ella. Al margen de la propaganda y la psicosis, la actividad de los quintacolumnistas fue realmente importante en el Madrid de la época, como también en otras ciudades republicanas como Valencia o Barcelona.
Chaves nos regala, a la vez, una soberbia contextualización de la situación bélica del Madrid del momento, sumergiéndonos en la atmósfera de pánico creada por los bombardeos indiscriminados y masivos que los aviones italianos y alemanes realizaban sobre la ciudad, golpeando a la urbe en su conjunto, pero con más dureza al centro urbano y a los barrios más populosos y humildes. Se convertía así la guerra española en una base de pruebas donde por primera vez se recurrió a los grandes bombardeos sobre población civil como elemento de descomposición de la retaguardia y del enemigo, algo que no se había conocido antes. Esta temática la volvemos a ver en uno de los últimos relatos, el excelente El refugio. La debilidad de la aviación republicana, sobre todo porque carecía de una flota de bombarderos, convirtió en dominadores del aire al bando nacionalista, que contó con el apoyo masivo de la aviación de las potencias fascistas. Una excepción fue la llamada escuadrilla "España", creada por el político y escritor francés André Malraux y formada por bombarderos pilotados por voluntarios y mercenarios que sirvieron a la República en los primeros meses de la guerra. Precisamente, Malraux, aparecerá brevemente en este relato cuando uno de los protagonistas, el miliciano Valero, lo descubre en una taberna donde se había reunido con otros intelectuales republicanos.
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André Malraux y Abel Guidez, comandantes de la escuadra España. Detrás se puede ver el motor Lorraine Petrel de un Potez 542. Fuente: geocities.es |
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La Gran Vía madrileña bajo las bombas en 1936. Fuente: simft.fundaciontelefonica.com |
Los Savoia italianos y los Junker y Heinkel de la Legión Cóndor alemana surcaron una vez tras otra los cielos de las grandes ciudades como Madrid y Barcelona, que fueron bombardeadas a conciencia. La población no estaba familiarizada con esa nueva forma de hacer la guerra, por lo que la vivía no solo con una enorme angustia, sino también con un intenso deseo de venganza, lo que algunos grupos de milicianos utilizaban como escusa para acometer una dura represión. Tanto en Madrid como en otras zona republicanas, es el caso de Cataluña o Bilbao, tras los bombardeos eran frecuentes las "sacas" de presos derechistas, realizadas por una muchedumbre vengativa en la que se mezclaban milicianos y civiles de todo tipo. Aunque las autoridades trataron en la mayoría de los casos de evitarlas, no siempre lo consiguieron. En el relato, aprovechando la matanza producida por los bombardeos, Arabel asesinará a los militares que retenía presos en un convento reconvertido en cárcel. Entre ellos estaba el padre de un miliciano comunista, Valero, fanático pero íntegro. Surge así el drama personal, tan común a la mayoría de los relatos de A sangre y fuego: hasta el último momento, el hijo tratará de salvar al padre sin poner en cuestión sus principios y sin corromperse.
Aunque no se trata de una prosa excepcional, pues ya hemos comentado que Chaves no es en modo alguno un gran escritor, estamos sin lugar a dudas ante uno de los mejores relatos de A sangre y fuego.
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Un equipo de vuelo de la Legión Cóndor se dispone a subir a un Heinkel He 111 en 1938. Fuente: elpais.com |
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Efectos de los bombardeos franquistas en la calle Anton Martín de Madrid. Fuente: researchgate.net |
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