BLOG DE JOSÉ ANTONIO DONCEL DOMÍNGUEZ (I.E.S. LUIS CHAMIZO, DON BENITO, BADAJOZ)

miércoles, 5 de octubre de 2022

El mito del Che Guevara

El fotográfo suizo René Burri realizaba esta foto en 1963, durante una entrevista en el despacho del Che en el Ministerio de Industria cubano. La imagen se convirtió en un icono. Fuente: latinta.com.ar 












Indiscutiblemente, uno de los elementos que explica la enorme dimensión de la revolución cubana y su perdurabilidad en el tiempo es la fuerza y el carisma de sus líderes. El incontestable liderazgo de Fidel Castro fue clave para dar viabilidad y cohesión a la revolución. Su inmensa retórica, su imponente imagen, su carisma incontestable, son los signos distintivos de un personaje que bordeó el mesianismo, convertido en el "salvador" del pueblo, liderando un propósito histórico de redención a través de la revolución. Más allá del líder incontestable que fue Fidel, la revolución cubana se alimentó de un personaje todavía más fascinante, Ernesto Guevara, "el Che". Su personalidad aventurera e idealista sedujo al mundo entero mientras permaneció con vida, pero fue tras su prematura muerte, cuando se produjo su ascenso definitivo a los altares de la mitología revolucionaria mundial. Y el mito ha trascendido a la revolución. Aún hoy, cuando la revolución cubana languidece entre la pobreza y el aislamiento, convertida por el implacable discurrir histórico en un vestigio anacrónico de tiempos pasados, el mito del Che permanece, reconvertido en parte en un fetiche comercial, pero vivo en los sentimientos de gentes de todas las culturas y razas, que lo sienten como el gran revolucionario, capaz de dar la vida por su causa y por los demás. Al contrario que la figura de Fidel Castro, la suya no se vio erosionada por el discurrir de los acontecimientos, por la crisis brutal del modelo económico y político revolucionario a raíz de la caída del muro de Berlín. Por entonces, y aún hoy, el Che yacía plácidamente en el limbo de los mitos, pulcro y limpio, mientras los hermanos Castro se embarraban al enfrascarse en una resistencia numantina frente al "enemigo capitalista", desgastados por un autoritarismo con tintes cada vez más narcisistas, con la imperdonable terquedad de quien no sabe reconocer la derrota.

Maradona muestra el tatuaje del Che en su
brazo. Fuente: marca.com
Todavía hoy el Che pervive como el prototipo del libertador, como el adalid de las causas justas, de la lucha contra la opresión, y lo hace a pesar del descrédito y crisis del principio de revolución, parejo al retroceso del marxismo en los medios intelectuales y no intelectuales, y a pesar de la profunda desideologización de la sociedad, pareja al avance del conservadurismo, el neoliberalismo y la ultraderecha. Y lo hace porque su figura encarna mucho más que la revolución cubana, mucho más que una revolución comunista o proletaria, encarna esa vaga idea de liberación, así, a secas. Por eso la figura del Che es reverenciada por los más ortodoxos, pero también por los más heterodoxos, por eso caló en la iconografía del Mayo de 1968, que sembró con su imagen todo París, y por la misma razón, pervive todavía hoy en día, cuando parece que han transcurrido siglos desde el triunfo de la revolución en Cuba. Aunque son cada vez más los sectores que se atreven a tildarlo con el apelativo de "terrorista" (lo que ya era para algunos de sus coetáneos), los llaveros, chapas, banderas, carteles con sus efigies los han llevado, y aún los llevan, desde los últimos comunistas, hasta jóvenes demócratas vagamente de izquierdas, desde palestinos en lucha contra el estado sionista de Israel a jóvenes protagonistas de las primaveras árabes del siglo XXI; su imagen la puedes encontrar en un suburbio de Filipinas o de Sudáfrica y se niega a desaparecer de los campos de fútbol y las luchas sociales de la Europa actual, aunque ya no pueda competir con la extraordinaria pujanza de los iconos neofascistas. Pero si hay un lugar donde su imagen sigue viva es Latinoamérica. La izquierda latinoamericana, en toda su amplitud, no puede ni quiere renunciar al icono del Che, ese es el caso de Lula da Silva en Brasil, López Obrador en México, Chaves y Maduro en Venezuela o Evo Morales en Bolivia. Maradona, un gran icono, en este caso del fútbol, se tatuó la imagen del Che en su brazo (después también la de Fidel Castro en la pierna) como símbolo de su compromiso a nivel político. No pocos, en el mundo del deporte, han llegado a denominar a Maradona como el "Che" del fútbol. 

Manifestante palestino durante la Intifada. Fuente: latinta.com.ar


Conocido relieve con la imagen del Che en un edificio de la simbólica Plaza de la Revolución. Fuente:


Poster con la imagen del Che.














El día en que fue asesinado, el 9 de octubre de 1967, nacía uno de los grandes mitos del siglo XX. Pero ya en vida, el mito se estaba construyendo. Y a ello contribuyó su imagen, porque el Che entraba primero por su atrayente presencia, después por lo impetuoso de sus acciones y el contenido de su pensamiento: su rostro atractivo, su tez blanca, sus facciones finas, los arcos prominentes de sus cejas que le otorgaban una profundidad sombría a su mirada, su barba espaciada y leve, y su inconfundible estética marcada por la inseparable gorra y el uniforme militar. Una imagen que se mostró en todo su esplendor en la célebre foto que todos conocemos, en la que se inmortalizó a un Che marcado por la solemnidad de los héroes. Conocida como "Guerrillero Heroico", la foto fue realizada por el fotógrafo cubano Alberto Díaz, más conocido como Korda, el 5 de marzo de 1960. El gesto especialmente solemne y trascendente del Che tenía una razón de ser, la foto fue realizada cuando el comandante guerrillero asistía compungido al entierro de las víctimas de la explosión del La Coubre, un barco francés cargado de armamento que había llegado a La Habana y había explotado un día antes. Se produjo entonces una terrible tragedia, con más de setenta muertos y doscientos heridos. La indignación recorrió toda Cuba, el gobierno acusó a la CIA y a los EE.UU. de sabotaje, aunque éste lo negó. Todavía hoy se discute si fue un atentado terrorista, clásico en el proceder de la CIA, o un error en el traslado y descarga del armamento y la munición. La foto pasó inadvertida en un principio, y solo años después, especialmente tras el asesinato del Che, empezó a divulgarse y a ser conocida, hasta convertirse en una de las fotografías más reproducidas y conocidas de todo el siglo XX.

Esta es la más famosa foto del Che, realizada por el fotógrafo cubano Alberto Díaz, "Korda", en el entierro de las víctimas de la explosión del navío La Coubre en marzo de 1960. Fuente: wikipedia.org


"Korda" ante su legendaria fotografía del Che. Fuente: todocuba.org

Ya desde los tiempos de Sierra Maestra se presentía el mito del Che. Sus hombres le respetaban, le querían y le temían a la vez, le admiraban por su estoicismo y su capacidad de sacrificio: compartía con la tropa las privaciones, soportaba las duras caminatas en la selva, a pesar de su asma, y siempre marchaba por delante de sus hombres, no aceptaba ningún privilegio, su cargo y jerarquía no suponía ninguna distinción, comía lo mismo que sus hombres y cuando los campesinos les daban alimentos o materiales, los repartía equitativamente. Era severo e intransigente, duro en los castigos y amante de la disciplina, pero él era el primero en acatarla, y en este sentido, su comportamiento era siempre ejemplar. 

Fidel Castro, junto a su hermano Raúl, en el centro, y el Che Guevara en 1961. Fuente: www.opendemocracy.net 

El Che en un poblado al este del Congo.
Foto: AFP elmundo.es
Cuando los "barbudos" entran en Santiago de Cuba el 1 de enero de 1959 y triunfa la revolución, hacía ya meses que se hablaba del Che en toda Cuba. Eran pocos los que lo habían visto en persona, pero muchos los que lo admiraban. Durante los años 1961 y 1962 ocupó cargos importantes, primero en el Instituto de Reforma Agraria (INRA), después como ministro de Industria y presidente del Banco Nacional, convirtiéndose así en uno de los hombres más influyentes de Cuba. Sin embargo, el Che no tardó en dejar todo ese poder y se fue. En 1965 abandonó todos sus cargos y se dirigió al Congo, donde la CIA, con el apoyo de las democracias occidentales, había propiciado el asesinato del indomesticable presidente Patrice Lumumba. El fracaso del proyecto no le hizo renunciar a su internacionalismo revolucionario y buscó crear un nuevo foco revolucionario en un territorio más próximo, Bolivia. Sin la preparación adecuada, sin el conocimiento del terreno y la realidad del país, la misión terminó costándole la vida.

Esa manera tan suya de renunciar a unas cotas de poder por las que otros matarían, el profundo desprecio que sentía por la burocracia y los burócratas, seducía a unas masas que veían en él a un hombre intrépido y valiente, dispuesto con abnegación a combatir y dar la vida por aquello en lo que creía, un idealista a la par que un hombre de acción. Todo estos rasgos lo convirtieron en "carne de mito". Es conocida la impactante frase con la que se dirigía a los que se entrenaban en Cuba como guerrilleros: "Hagan de cuenta que están muertos y que lo que viven de ahora en más es prestado". Médico de profesión, nació en el seno de una familia acomodada argentina, mostrando desde muy joven su espíritu aventurero. Se convirtió en un viajero incansable que realizó varios viajes por América, entrando en contacto con los sectores sociales más desfavorecidos. En dichos viajes se configuró el Guevara posterior, aquel que concebía América Latina como un solo pueblo, sometido al dominio del imperialismo estadounidense, el mismo que había desarrollado una aguda consciencia de las terribles desigualdades sociales que azotaban el continente. El primer viaje panamericano, que tanto lo transformó a todos los niveles, realizado en 1952 con su amigo Alberto Granado, ha sido reflejado por el director de cine Walter Salles en la película Diario de motocicleta. Tras volver y terminar sus estudios de medicina, inició en 1953 un segundo viaje, que le llevaría hasta Centroamérica, donde pudo vivir en primera persona el golpe de estado que, bajo los auspicios de la CIA estadounidense, acabó con el régimen reformista de Jacobo Arbenz en Guatemala. Reafirma entonces sus ya sólidas convicciones antiimperialistas y se aproxima al comunismo, que antes había rechazado. En 1954 abandona Guatemala y se desplaza a México, donde entraría en contacto con los hermanos Castro.

Walter Salles dirigió Diario de una motocicleta

El Che aspiraba a un cambio radical, pero realizado a gran escala, con una dimensión continental o incluso planetaria. Para él América Latina era una realidad común, solo desgajada artificialmente por medios políticos y debido a intereses artificiales. Se incorporó a la corriente de pensamiento marxista paulatinamente, pero siempre con ciertas connotaciones de heterodoxia, marcadas por el pragmatismo revolucionario y por un cierto e innegable voluntarismo. Creyó siempre en la lucha armada como medio de acabar con la tiranía. Fue un teórico de la revolución y de la lucha guerrillera, llegando a escribir un manual al respecto, La guerra de guerrillas, publicado en 1960 y que se tradujo a muchos idiomas. La obra estaba dedicada a su compañero inseparable en Sierra Maestra, Camilo Cienfuegos, muerto en un accidente de aviación. Para Guevara, el guerrillero es un reformador social, que empuña las armas respondiendo a la protesta airada del pueblo contra sus opresores y que lucha por cambiar el régimen social que mantiene a las masas en la miseria. En el libro se desarrolla la teoría del foquismo: extender la revolución creando nuevos focos revolucionarios en un contexto de lucha internacional contra el imperialismo. Él no creía que fuera necesario esperar a que se dieran todas las condiciones para la revolución, el foco insurreccional podía crearlas. Y desde su percepción, en la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debía ser fundamentalmente el mundo rural.

El Che fue un teórico de la lucha guerrillera.
En la carta que escribió a sus padres desde la selva boliviana el 1 de abril de 1965, Ernesto les dice: "Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más consciente, mi marxismo está más enraizado y depurado. Creo en la lucha armada, como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, solo que de un tipo muy diferente y de los ponen el pellejo para demostrar sus verdades". Este fragmento deja al descubierto a todas luces su personalidad, mostrando algunos de los rasgos que hacían de él un hombre tan querido por los suyos, rasgos que contribuyeron a la confección del mito: era un hombre valiente, consecuente con sus ideas, honesto y honrado, de esos líderes capaces de abanderar una causa poniéndose al frente y asumiendo todos los riesgos, que dan la cara y no ponen la de los demás. Pero también un hombre directo y sincero. Sin tapujos admitía las críticas y reconocía sus errores. Un día declaró a un interlocutor que le preguntaba por los errores cometidos por la revolución cubana en materia económica: "Tienen que ser solamente algunos, si cuento todos los errores, tenemos para 10 días".

Sus aspiraciones no quedaban limitadas a un cambio en las condiciones actuales, a la transformación de la realidad, sino que pretendía lo que en sus palabras definió como el hombre del siglo XXI. Esa entrega política y combatiente, que tanto le caracterizó, derivaba de una fe inquebrantable en las posibilidades para la aparición de un "hombre nuevo", sobre el que una y otra vez vuelve en obras como El socialismo y el hombre en Cuba o El socialismo y el hombre nuevo, y que contribuyen, al origen de la mitología guevarista. A ojos de la actualidad, tales tesis puede resultar cuando menos ingenuas, pero sirven para entender su elevado nivel de entrega y compromiso.

Si la imagen y personalidad del Che son determinantes para el desarrollo del mito, también lo fue el contexto de la época que le toco vivir. En EE.UU. los años sesenta eran los del movimiento por los derechos civiles o la movilización masiva contra la guerra de Vietnam, en Europa era una época marcada por la proliferación de los movimientos sociales y el surgimiento del mayo francés en 1968. Un terremoto aún mayor sacudía África y Asia: se desarrollaban los procesos de descolonización y surgían activos movimientos antiimperialistas, protagonistas a la vez de procesos revolucionarios de distinto sesgo y naturaleza. El capitalismo global y el imperialismo, dominantes hasta entonces, parecían atravesar una fuerte crisis. EL orden colonial se había resquebrajado y las colonias accedían a la independencia, alterándose gravemente el "status quo" internacional. Mientras, en Extremo Oriente la guerra del Vietnam iba camino de convertirse en la primera y única derrota de la historia de los EE.UU., hiriendo su orgullo de superpotencia y destapando su profunda hipocresía, desprestigiándolo como adalid de los derechos humanos a escala mundial. La guerra de Vietnam marca un antes y un después para aquellos pueblos que luchaban por su independencia y para todos aquellos que creían en la revolución, al demostrar que era posible que el más débil venciera al más poderoso, que era posible resistir. Eran muchas cosas también las que se movían en Latinoamérica, donde la crispación era intensa: la crisis social, producto de las relaciones de dependencia y del carácter injusto de la estructura social, originó profundas tensiones, en las que nació, se consolidó y quiso expandirse la revolución cubana. Muchos sectores, especialmente jóvenes entendieron el cambio como el gran objetivo anhelado, y la revolución que debería ser a escala continental, se convirtió en el vehículo apropiado para alcanzar la meta. 

Manifestación en Berlín en febrero de 1968 contra la guerra del Vietnam. Fuente: passagejfv.eklablog.com  



El último ingrediente que terminó de configurar el mito del Che, fue su propia muerte. Como ya hemos comentando, después de arriesgar su vida en Sierra Maestra y en la sabana del Congo, el 9 de octubre de 1967 Ernesto Guevara moría en la selva boliviana. Había llegado a Bolivia en noviembre de 1966 con 47 combatientes, más de la mitad bolivianos, 16 de ellos cubanos, algunos de su círculo de confianza más estrecho. Se asientan en el sudeste del país, en esos límites montañosos y selváticos donde las montañas de los Andes desembocan en el Gran chaco. El grupo se autodenomina Movimiento de Liberación Nacional de Bolivia. Desde un principio se sucedieron los problemas, no consiguieron el apoyo campesino, tampoco tuvieron el respaldo del Partido Comunista, cuya logística era fundamental para la supervivencia del grupo, desconocían la realidad sociopolítica boliviana e incluso las condiciones del terreno. En este sentido, el proyecto y desarrollo del grupo y su actividad insurgente contradecía las tesis sostenidas por el propio Che respecto al desarrollo de los focos guerrilleros. Pronto comenzaron las escaramuzas con el ejército, que los fue aislando y cercando, y enseguida entraría en acción la CIA, que mandó algunos de sus agentes para sumarse a la caza de tan preciada "presa". El desgaste continuo, con goteo de bajas incluido, llegó hasta octubre de 1967. El 9 de octubre, el Che hacía su última anotación en su Diario de Bolivia y al día siguiente, cuando se quedaba rezagado con algunos hombres para proteger la huida de los enfermos, es herido en combate, mientras la mayoría de los que le acompañaban caen abatidos. Ejecutado más tarde, su cuerpo fue trasladado a Vallegrande, donde se expuso en el lavadero del hospital Nuestro Señor de Malta, donde fue exhibido públicamente durante más de un día. Allí fue donde se le hicieron las conocidas fotografías que impresionaron al mundo. Fue enterrado en una fosa común con otros seis guerrilleros, siendo encontrada su tumba en 1997. Sus restos fueron trasladados a Cuba poco después y recibidos en olor de multitudes. Hoy yace, junto a sus compañeros, en el Memorial de Ernesto Guevara en Santa Clara. 

El agente de la CIA, Félix Ismael Rodríguez, a la izquierda, junto al Che, en la última imagen del guerrillero antes de morir. Fuente: abc.es

Militares bolivianos junto al cadáver del Che. Fuente: diariodecuba.com
























Su muerte, tan joven, lo catapultó hacia el mito. Nadie ha conocido a un Che anciano y con canas, poco activo o apegado a sillones. El Che murió como y cuando debe morir un mito, joven y como un héroe. Y así quedó inmortalizado. Fue herido luchando con arrojo, no huyó dejando a los suyos, sino todo lo contrario, cubrió con la ayuda de algunos de sus hombres la retirada de aquellos que por sus heridas y condición física iban más lentos y corrían el riesgo de ser capturados. Una vez apresado, lo asesinan y exponen en público como si de una pieza de caza se tratara. La humillación del adversario que pretendían los militares bolivianos se volvió contra ellos: la bajeza de los enemigos del Che contrastaba con la nobleza y heroísmo demostrada por el guerrillero, contribuyendo así al nacimiento y desarrollo del mito. 

La muerte del Che la lloraron públicamente medio millón de cubanos reunidos en la plaza de la revolución durante la velada solemne celebrada en su honor el 17 de octubre de 1967. Desde entonces, el Che comenzó a vivir en la memoria popular de los cubanos, con o sin la ayuda de la propaganda oficial. En Cuba, el Che es algo más que el mito que representa para el resto del mundo, es el líder de la ética revolucionaria. El Che Guevara, para la gente de la calle en Cuba, es el modelo de la autoridad moral. Si la revolución cubana fue la gran conmoción que llenó de esperanza a los pueblos explotados de América Latina, mostrando que era posible rebelarse y vencer al "Imperio del Norte", el Che simbolizó, dentro de esta revolución, lo más puro, lo más digno, lo más arriesgado, lo más austero, imaginativo y solidario.

Mausoleo del Che Guevara en Santa Clara (Cuba). Incluye una gran estatua del guerrillero y alberga su cadáver y el de 29 de sus hombres. Fuente: wikipedia.









A modo de conclusión. Reflexión final

Son cada vez más los periodistas y tertulianos de pro que se atreven, desde el mundo progresista, ha criticar la figura del Che. No hace mucho que uno de ellos, en TVE, al criticar con acierto la deriva autoritaria de la Nicaragua de Ortega, afirmaba con desparpajo la necesidad de que algunos sectores de la izquierda se desprendieran de sus lastres y perjuicios, que renegaran de la ligazón que aún tenían con dictaduras y dictadores (se refería a la Nicaragua de Ortega, pero especialmente a la revolución de Cuba, y como no, al chavismo venezolano, convertido en los últimos tiempos en la quintaesencia del mal). El tertuliano afirmaba no entender como había gente autodenominada de izquierdas que todavía pudiera respetar a determinados personajes, y con un insolente reduccionismo nombraba dos ejemplos a repudiar: Stalin y el Che, y a este último lo denominó, sin reparo alguno, "terrorista". Más allá de la marcada superficialidad de tal afirmación, confundir al Che con Stalin es una muestra de total ignorancia. Ninguno de los dos creía en la democracia como la entendemos hoy en día, pero ambos tenían ideas muy diferentes de lo que debía sustituirla. Ni su comportamiento en vida, ni su legado tras su muerte tienen nada que ver. El Che no era un santo, pero era un hombre honesto y coherente, no era el tirano despótico y caprichoso que fue Stalin, era un guerrillero y quizás un aventurero, pero no un asesino de masas, era un hombre de acción, idealista y entregado a su causa, un hombre al que es justo juzgar ubicándolo en su época y en el contexto geográfico e ideológico que le tocó vivir. Si se define al Che como un "terrorista", lo que ha hecho la derecha política latinoamericana y europea toda la vida, y hoy hacen cada vez más sectores progresistas, primero habría que definir el término "terrorista", que yo siempre he considerado complejísimo, aunque algunos lo simplifican y tergiversan con intenciones ideológicas muy definidas. No me voy a embarcar en algo tan peliagudo como definir un término tan ambiguo y cambiante como el de "terrorismo", pero si puedo dejar claro que los mismos que llamaban "terrorista" al Che durante la época de la Guerra Fría, lo hacían también con Mandela (por lo visto, hoy considerado un símbolo de la paz a nivel mundial) y su Congreso Nacional Africano, que usaba la violencia como un instrumento de lucha contra la terrible injusticia que se vivía en Sudáfrica. Y por cierto, Mandela encontró siempre en la revolución cubana a su gran aliado, casi el único, cuando estaba abandonado por las democracias occidentales, convertidas en el gran sostén internacional del régimen del apartheid durante la Guerra Fría (por lo visto el apartheid sudafricano nunca fue terrorismo para algunos). 

Acercarnos al Che con los ojos de un europeo del siglo XXI no lleva a dimensionar adecuadamente al personaje. El Che justificaba el uso de la violencia y rechazaba el concepto liberal de democracia, entre otras razones porque el liberalismo parlamentario tenía una proyección muy diferente en Latinoamérica a la que tenía y tiene en Europa. Las sociedades latinoamericanas están dominadas por una desigualdad tan profunda a nivel social, económico y cultural, incluso racial, que el desarrollo de regímenes democráticos resulta un proceso tan arduo como frustrante. La democracia liberal en América Latina se cimentaba, y aún lo hace hoy, sobre la exclusión de parte de la sociedad del sistema económico y por tanto del político. No es de extrañar que hombres como el Che la despreciaran, como tampoco que recurrieran a la violencia en sociedades de por sí muy violentas, donde proliferaban dictaduras y regímenes políticos pseudodemocráticos, amparados por los Estados Unidos y sostenidos sobre oligarquías económicas que incluso tenían y tienen tintes raciales. No es de extrañar que cualquier intento de cambio en sociedades donde la injusticia iba tan ligada a la represión, pudiera estructurarse únicamente a partir del uso de la violencia.

El Che junto a Fidel Castro en Sierra Maestra. Fuente: fotosdelcheguevara.blogspot.com